Juan Pablo Correa nació en Medellín hace tres décadas, y es el nombre de su barrio lo que utiliza como apodo, cual moderno Quijote de principios de milenio. Con ello intenta recordar siempre su origen, pero ya no es nuevo eso de que llegue a Madrid, capital de su ilusión, a plantar su bandera a como dé lugar. Son cuatro actuaciones seguidas sumando en Las Ventas, no ya en el esportón, sino en el corazón y en la memoria de los aficionados que convierten en templo a este ruedo. Juan es de Castilla y lo será toda la vida, pero también de Madrid.
Aquí se quedó con una novillada entera para él solito y dio la cara con sus compañeros heridos; aquí se jugó el pescuezo cuando vino a confirmar doctorado con una de Sobral que no quiso ver ni Dios; aquí le formó lío y medio el año pasado a una de Miura que le otorgaron como premio, y a una de Valdefresno, con la que dio otra vuelta al anillo; aquí volvió a recorrer el anillo con una de Las Ramblas en septiembre y hoy, en su regreso a esta plaza, la vuelta la ha dado sangrando sin que le mudara ‘la color’. Nadie en el ruedo sabía, muerto el tercero, si la horrible voltereta que sucedió tras la venida al pecho del de Dolores había hecho carne en el colombiano, pero todos tenían claro que para atrás no sabe andar.
Por delante había venido un quite por gaoneras al segundo, que ni se empleó, ni quiso tragar. Y había lidiado con maestría y muy por abajo la salida bravucona del tercero, queriendo siempre ponerse por delante del capote, hasta que le quitó Juan Pablo la intención con una media abelmontada en el centro mismo del platillo. Para que supiera quién mandaba. Y, por si no había quedado claro, una vez que le echó mano —por venir en la distancia pegando regates al más puro estilo Garrincha— se puso en pie y se asentó en las caderas para que nadie pudiese llamarle ‘birlón’. Ni siquiera el de Dolores, que a esas alturas ya estaba demostrando que la bravura tampoco venía hoy. Con cuatro patas, al menos.
Sí sobre dos piernas, que fue sobre las que cimentó Juan su paso adelante, su toque en el mismo morro, su permanente ir a buscar al que no quería venir y ‘molestar’ al manso para comprobar si tenía fondo. Fue que no, claro, pero ni a este, ni a ninguno de sus hermanos les pitaron los custodios porque la conspicua afición venteña defiende a los suyos no por buenos, sino por suyos. La buena noticia es que —aunque ya lo era— Juan de Castilla, ese tipo risueño pero comprometido que se va a portagayola con una cornada en la espalda y otra más en la entrepierna, ya es también Juan de Madrid.
Lo es como Damián Castaño, que hoy vio pasar —una vez más— un trofeo ante sus ojos, que se esfumó cuando la espada se quedó en un pinchazo, en una entrada de infortunio, en otro momento de levedad. El único en una faena al único toro que quiso moverse del envío de Dolores. Sin clase, sin mantener hasta el final ni la entrega, ni la humillación, ni mucho menos el ritmo, pero sí la docilidad y la obediencia para acudir a donde le presentaba Castaño el trapo. Toro emotivo por momentos, que no terminaba de ir pero tampoco se quedaba, pero que perseguía la sarga con lo que parecía ser celo, tuvo un momento de acople con Damián, cuando le dejó la muleta a media altura en dos series y lo dejó pasar por delante, sin apretarle ni un pelo para no desvelar su falta de brillantez. La del toro, claro; el charro hasta se dedicó dos trincherazos cumbres, cerrando ya al toro para la estocada. Había vuelto a escuchar al Madrid de las grandes tardes, al que ruge cuando es bueno lo que le ponen de menú. Pero se fue de nuevo escuchando una ovación, llevándose el cariño, pero sin lo que había venido a buscar. Ya habrá ocasión de más, viniendo como vino hoy.
No le queda más que una a un Fernando Robleño al que hoy sacó el tendido a saludar, señal de que también es de Madrid. Y lo será siempre, aunque hoy pudiese mucho más su capacidad de lidiar que el poder de sus dos oponentes. Lote feo, mal hecho, irreconocible en las líneas de Atanasio, pero también en cualquier otra sangre. Lote que no traía puestas ni orejas ni cortijos, pero tiene Fernando tauromaquia de sobra para dar un paso más con cualquiera de los dos. Aunque, pensándolo bien, tampoco servidor hubiera estimado necesario cruzar línea alguna con ninguno de los dos, porque para hacerlo… tiene que merecer la pena. Y hoy, miren ustedes, no era así.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de Toros de Las Ventas. Decimosexta cita de la Feria de San Isidro 2025. Corrida de toros. 19.569 espectadores.
Toros de Dolores Aguirre. Manso y descompuesto el primero; no se empleó nunca el endeble segundo; manso y complicado el tercero; manso y reservón el cuarto; con movilidad y sin entrega el quinto, que se resintió cuando lo exigieron; probón y geniudo el sexto.
Fernando Robleño (champán y oro con remates negros): silencio y silencio.
Damián Castaño (azafata y oro): silencio y ovación.
Juan de Castilla (sangre de toro y oro): vuelta tras petición y silencio.
PARTE MÉDICO JUAN DE CASTILLA
Dos heridas por asta de toro. Una sobre cresta iliáca posterior con una trayectoria de 15 cm. hacia delante que rodea cresta iliáca y alcanza espina iliáca antero superior y otra trayectoria superficial de 5 cm. hacia línea media. Otra en pene con desgarro superficial. Es intervenido bajo anestesia local en la Enfermería de la plaza de toros.
Pronóstico: Reservado que no le impide continuar la lidia.
Fdo. Dr. Máximo García Padrós / Máximo García Leirado.
FOTOGALERÍA: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO
