MARCO A. HIERRO
Echaba el cerrojazo la
Monumental Plaza de toros México este domingo con una corrida de toros monstruo
y mixta compuesta por Enrique Ponce, Pablo Hermoso de Mendoza, Fermín Rivera y
Octavio García «El Payo”. Como materia prima, un encierro de Teófilo Gómez y
Los Encinos.
Con el negro Gento saludó Pablo Hermoso la distraída y desentendida salida del primero de Los Encinos, al que tuvo que emplearse para clavarle los dos rejones de castigo que no terminaron de encelar al mansurrón. Ni siquiera Disparate y su constante dejarse llegar los pitones hicieron que galopase el animal, si bien hubo entrega y voluntad por parte del navarro. También el bayo Ícaro le dio los frentes y la cara al toro, que nunca le quiso colaborar a Hermoso en una labor digna y entregada malograda con los aceros.
Tremenda fue la facilidad de Enrique Ponce para lancear al segundo, un toro bajo, vareado y de escaso perfil de Teófilo Gómez al que saludó a la verónica ganando el paso hasta los medios pero perdiéndolo en el embroque. No se empleó el animal en el penco, y le costó coger ritmo en las chicuelinas muy compuestas con que quitó Ponce, bien rematado con una larga. Y fue uno de esos animales a los que Ponce cuaja con oficio, maestría y sabiduría; toro feble, sin vida, que tuvo nobleza para derramar, pero no apariencia de peligro. Muy poco enemigo para un torero de la capacidad del valenciano, que le jugó con las alturas sin exigirle nunca para que no se fuese al suelo. La tontorrona docilidad del de Teófilo Gómez fue materia suficiente para armar un trasteo compuesto y estético mal rematado con la espada.
Con la sobriedad de costumbre recibió Fermín Rivera a la verónica al tercero, más serio, más cuajado, al que dejó en el centro del platillo con una muy meritoria media. Con una fregolina inició el quite por gaoneras el mexicano, que puso quietud y aplomo sobre el ruedo de Insurgentes. Cuando uno tiene el temple de Fermín importa menos que transmita tan poco el oponente, porque es capaz de tomar el pulso en un trazo muy largo, alargando el olé en el tendido. Verdad sin aspavientos la del potosino, que supo esperar la arrancada y pulsear los parones en los embroques. A menos se fue viniendo la calidad inicial del toro, que se fue parando para reponer en el epílogo debido a la falta de fuerza. Con supremo pulso toreó en el final, ralentizando al máximo el trazo, siempre acompasado y sólido. Se pasó, sin embargo, de faena el mexicano, que dejó un espadazo contundente para cortar una oreja.
El cuarto, toro fino de cabos y grueso de caja, abierto de palas y feo de hechuras, no quiso entregarse con ritmo en el saludo de El Payo, que se quedó sin lucir en el recibo capotero. Y no fue fácil cogerle el pulso al animal con la muleta, pero supo reducir Octavio al toro con doblones para irse acoplando a las arrancadas más codiciosas en el toreo fundamental. Poco a poco, sin risa, fue metiendo en la canasta al de Teófilo dando distancia, buscando inercia y encontrando el compás en el desmayo de la figura, ya con la tela en la zurda. Tres naturales de suprema entrega pusieron el cénit a una faena que tuvo después más altibajos. Y ahí comenzó a vomitar El Payo, visiblemente afectado por los medicamentos para su fractura de nariz. Aún así se rehizo para soplarle naturales desmayados, deslucidos por una casi media estocada tendida que no sirvió para tocar pelo.
Más celo que el primero tuvo el quinto de Los Encinos, al que paró Pablo Hermoso a lomos de Manizales con mucha armonía en la reunión. Con mucha serenidad ejecutó las hermosinas a lomos de Berlín, que se lo dejó llegar con mucho valor en pasadas por dentro, con mucha transmisión al tendido. Le dejó los posteriores en la cara con Dalí, que enardeció los tendidos a base de ajustadas piruetas en la cara y confió en Pirata para dejar un gran par a dos manos y reventar al buen toro de Los Encinos de un rejonazo fulminante. Las dos orejas y el rabo al esportón.
El serio sexto nada tenía que ver con el esmirriado segundo. Toro largo y rematado, repitió con voluntad en las verónicas de Ponce, mejor intencionadas que brillantes. Mejor en los delantales con los que galleó el valenciano para colocarlo al penco, donde midió el picador el castigo. Aún quitó Enrique a pies juntos, usando mucho terreno hasta el remate de la media. Tiró de sabiduría Ponce para hacerse con mucha suavidad con la embestida descompuesta que no repetía el de Teófilo Gómez. Pero terminó haciéndolo repetir y azuzándole el celo el de Chiva, que supo encontrar el término medio al natural entre exigir y consentir para que se fuera el toro detrás del trapo. Suavidad en las formas, pulso en la tela y compostura en el embroque fueron más que suficiente para conectar con el tendido. Con la poncina firmó el epílogo, conduciendo con ritmo y pulso la arrancada franca y larga del animal en un final de faena explosivo. Una media estocada defectuosa y otra trasera dejaron el premio en vuelta al ruedo.
Al séptimo, de abierta pala y cara arrancada, le tuvo que esperar Fermín Rivera la embestida para dejarle lances con más soltura que brillo. Derribó con estrépito al caballo el de Teófilo Gómez, que cayó sobre el picador en momentos dramáticos. Con chicuelinas firmó el quite Rivera, que pudo comprobar entonces la falta de calidad de la embestida recta. Y no sirvió el animal en la muleta, donde se rebrincó, protestó, quiso quitarse el trapo y terminó agarrándose al suelo, en un claro síntoma de firma rápida del armisticio. Porfió Rivera con mucho sentido y con voluntad, incluso con gusto al natural, pero fue un esfuerzo estéril con un toro vacío.
La gastroenteritis de El Payo le llevó al hospital y a Ponce a lidiar el último toro de la Temporada grande, cuyo amplio corpachón fue un lastre para deslizarse con largura y repetición además de con calidad en los inteligentes lances a pies juntos con que acompañó el recibo de percal. También este derribó al penco sin gran poder. Por chicuelinas quitó después, con hambre de triunfo redondo el de Chiva. Tardaron en levantar al caballo, lo que causó momentos de incertidumbre en el ruedo antes de que Ponce se fuera a la cara para emplearse en oficio con el áspero octavo. Y tuvo fijeza el animal, mucha más que calidad en una embestida que viajaba recta pero que supo Enrique conducir con cierta limpieza. Perfecta fue la colocación para lidiar y lidiar hasta que terminó entregándose el toro a la capacidad del valenciano. Abandonado a torear, puso en práctica sus cites con el envés para arrancar después los olés al vaciar tras la cadera con tremenda sabiduría en una faena larga de poner toda su tauromaquia en práctica. La estocada contundente con descabello propició la oreja.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros
Monumental de México. Última de la Temporada Grande Internacional. Corrida de
toros mixta. Lleno en el tendido numerado.
Toros de Teófilo Gómez y Los Encinos (primero y cuarto). Manso y sin celo el primero; feble y noble el vareado y segundo, sin raza alguna; con calidad sin finales ni raza el tercero; con codicia y movilidad el exigente cuarto; codicioso, bravo y con ritmo el buen quinto; exigente pero obediente y con ritmo el serio y buen sexto, de arrastre lento; protestón, remiso y deslucido el séptimo; fijo y obediente el humillado octavo.
Pablo Hermoso de Mendoza, palmas y dos orejas y rabo.
Enrique Ponce (sangre de toro y oro): palmas tras aviso, vuelta al ruedo y oreja.
Fermín Rivera (negro y oro): oreja y silencio.
Octavio García «El Payo” (lila y oro): ovación en el único que mató.
FOTOGALERÍA: EMILIO MÉNDEZ