LA CRÓNICA DE OTOÑO

La hormiga atómica


domingo 1 octubre, 2017

Una corrida sin raza de Adolfo Martín echa abajo el espectáculo en el mano a mano de la solvencia de un Bautista maltratado y la épica de un Ureña incomprendido

Una corrida sin raza de Adolfo Martín echa abajo el espectáculo en el mano a mano de la solvencia de un Bautista maltratado y la épica de un Ureña incomprendido

MARCO A. HIERRO / FOTOGALERÍA: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO

Fue momentos antes de salir el quinto Adolfo del festejo que cerraba Otoño. Fue después de haber presenciado las caras descomunales, los kilos desorbitados –en el encaste Albaserrada del que dicen proceder los saltillos de hoy- y la falta de raza y de fondo para mantener el interés en el que pagó una entrada para ocupar casi todo el cemento de Las Ventas. Fue entonces, casi resignados ya a que saliera otro zambombo cornivuelto y aparatoso, cuando mi amigo Miguel me dijo: “Este pesa 487 kilos. Supongo que será tan cabezón que parecerá la Hormiga Atómica”.

Y la Hormiga Atómica fue el toro más en el tipo de cuantos salieron a la arena madrileña. Con dos puñales para tapar por delante lo que dejaba a deber por detrás a los que precisan de carne para estar contentos. No cambió Bautista ni el gesto para recibirlo, para someterlo, para convencerlo de su rol en la lidia solvente y fácil que propuso toda la tarde. Pero ya a Alberto Sandoval le pitaron el empleo cuando pugnaba por meterle las cuerdas los mismos que exigen que hay que picar cuando el toro es de otro tipo. Pero era gris y de Adolfo. Y era el quinto; no se le va a ir la tarde en Madrid sin echar uno bueno…

Tuvo Juan Bautista la mala suerte de meterlo en la muleta con facilidad, de dar con la tecla del pulso de inmediato para no exigir mientras no hubiese empleo, porque de esa forma todos los toros se van para adelante. Y esas dos tandas en las que el toro corrió sentenciaron al francés, que apenas sudó con el complicado y deslucido animal, pero lo vieron desbordado sin remedio. “Por la Hormiga Atómica”, pensé yo. “¡Mátame camión!". El de la cabeza desproporcionada con respecto al cuerpo fue un toro sin raza, sin celo, sin entrega y sin clase que repuso mucho y remontó un poco menos porque no tuvo poder para hacerlo, pero lo intentó siempre sin que a Juan le pasase el agua de los tobillos. Solvencia, facilidad sin brillo, hasta aburrida suficiencia tuvo el francés, pero los pitos injustos y crueles que se llevó de Madrid son un ladino final para una tarde donde solucionó mil problemas sin el menor esfuerzo. Y donde dejó muletazos al primero de auténtico cartel de toros sin emoción para la grada; una lidia casi perfecta al tercero para emerger sobre él sin que casi nadie se diera cuenta; y una poderosa e impositora muleta a ese quinto, a la Hormiga Atómica, para que se lo pagasen ovacionando al bichejo en el arrastre. Vaya tela.

Pero a Ureña no le fue mucho mejor. Estaba escrita la tarde para la puerta grande del de Lorca. Porque se había derramado el viernes y corría aún a chorros su sinceridad más cruda por la arena de esta plaza, pero respondieron mejor a las soluciones los negros del viernes que los grises de hoy. La medicina fue la misma, pero no surtió el mismo efecto, porque los cuerpos no reaccionan siempre igual a los estímulos y fue muy profundo el del viernes para estar recuperado hoy. A pesar de todo, lo intentó Paco, porque no se esconde para enterrarse y trazar, aunque tuerza el gesto y se escorce en los trazos creyendo que así llegará más. O dejándose coger, o transmitiendo al tendido alguna vicisitud que Paco quiera que vean. Es muy pura su propuesta, muy generosa su forma de entregarle el frente al cuarto, pero esa alimaña gris jamás mereció ese trato. Porque también fue Hormiga Atómica el bicho, que además le echó mano al murciano por exponerse de más con el que valía mucho menos. Hoy era el día, o eso pensaba Ureña cuando le ovacionó el tendido la ralentizada revolera –como lo oyen- con que remató el quite al primero. Y en el día que se escribió para él vino Adolfo a decir que a él nadie le roba el protagonismo, aunque sea para mal. Y eso que estaba en Las Ventas.

Pero hace ya tiempo que a Adolfo no le embiste un toro aquí. Tanto que se ovacionó con fuerza el gran tercio de varas que firmó Pedro Iturralde a ese segundo, a pesar de ser dos picotazos que se hubieran abroncado en otro encaste. Lo cierto es que fueron perfectos los dos y, aún así, no embistió el de Adolfo. Y los encierros no embisten siempre, pero conviene saberlo y no sacar tanto la gaita…

FICHA DEL FESTEJO

Plaza de toros de Las Ventas. Última de la feria de Otoño. Corrida de toros. Más de tres cuartos de entrada. 

Toros de Adolfo Martín, desiguales de presencia, fuera del tipo original de Albaserrada, con trapío y hasta excesos algunos de ellos. 

Juan Bautista (caña y oro): silencio, silencio y leves pitos. 

Paco Ureña (grana y oro): ovación, silencio y ovación.