TEXTO: MARCO A. HIERRO / FOTOGALERÍA: EMILIO MÉNDEZ
Un cartel con mucho interés el que arrojaba la décimotera de la Temporada Grande Internacional en la plaza México, que reunía a Antonio Ferrera, Arturo Saldívar y Diego Silveti para enfrentarse a un encierro de Villa Carmela.
Tuvo mucho gusto Antonio Ferrera con el capote ante el hermosísimo zapato que salió en primer lugar, de buena humillación en los delantales y también en el remate a una mano que precedió a la ovación. Con un quite por tapatías sacó Antonio al toro del caballo ante los olés del respetable. Mucho empaque tuvo el inicio con la muleta, de tremendo gusto para dejar trincherillas y un cambio de mano monumental. No tuvo prisa el extremeño, que fue aplicando soluciones a la febilidad y al continuo quedarse entre la tela del de Villa Carmela, que siempre recibió la altura precisa y el trato justo por parte de Ferrera, que sólo en el final exigió un poco más por abajo y ya sin ternuras con un animal que tuvo bondad sin demasiada emoción, dada su debilidad. Mal con la espada, sonó un aviso Se lidian toros de Villa Carmela para Antonio Ferrera, Arturo Saldívar y Diego Silveti y en silencio concluyó su labor.
El segundo, estrecho de sienes y de expresión zorruna, se pensó cada arrancada al capote de un Saldívar que tuvo que esperarlo mucho en cada pasada sin brillantez. Brindó su faena al filósofo Francis Wolff, que vio cómo comenzaba su labor con estatuarios, siempre esperando a que llegase el toro, siempre paciente para conducir viajes. El toro tenía sólo un secreto: había que confiar y ligar los viajes sin solución de continuidad, para lo que había que lucir los arrstos que mostró Arturo. Muy firme el torero, que se empeñó en asentarse primero y torear después a un animal al que le costaba arrancar, pero luego se iba con temperamento.
Al tercero, enmorrillado y bien hecho en su acapachada morfología, lo bregó por abajo con mucho sentido Diego Silveti hasta llegar a los medios y dejarle allí una media verónica de tremenda nota. Con un quite de reunidísimas saltilleras se metió Diego a la plaza en el bolsillo a base de compromiso. Muy maduro fue el toreo de Silveti ante el alegre toro, que siempre tuvo la voluntad de seguir la muleta que manejó Diego con mucho sentido. Lo dejó llegar Silveti, lo esperó mucho y con paciencia para estructurar un trasteo encaminado a templar embestidas. Pero cada vez le faltó más entrega al animal, que fue y vino, pero no se terminó nunca de meter en la muleta. Aún así tuvo Diego la paciencia de escuchar y colocar la corrida de toros.
Desde el principio se le vieron las virtudes al cuarto, que embistió con lentitud y ralentí en el capote de un Antonio Ferrera empeñado en hacerle las cosas sin prisa. Supo verlo el extremeño y supo aplicarle la distancia y el pulso para irle cuajando las series con maciza sinceridad. Despacio siempre, enganchando con mucha precisión, estructurando con la veteranía que da toda una vida, pero sobre todo cincelando una obra que fue tomando cuerpo con naturalidad. A más en la profunidad y en la conexión con el tendido, supo Antonio acertar con el acero y enterrar el estoque hasta las cintas para consumar el premio de las dos orejas.
La desgracia llegó en el quinto para Arturo Saldívar, porque se le inutilizó el toro de Villa Carmela nada más salir del tercio de banderillas, debiendo apuntillarse al animal en el ruedo. Por eso anunció el regalo de un séptimo toro.
Soñador se llamaba el sexto, toro de bella estampa y aprovechable empeño al arrancarse al percal de Diego Silveti, siempre con voluntad de templarle las verónicas. No fueron las más limpias del mundo las gaoneras del quite, pero sí tuvieron autenticidad y asiento. Y gobernó mucho el inicio en los doblones que le templó al de Villa Carmela, siempre elegante para trazar y salir. Pero no fue tan fácil dibujar el toreo con la violencia en la embestida del animal, que arrollaba tras los embroques hasta que se despatarró Diego con la mano corriendo presta y mandona. Tuvo empaque el toreo de Diego, que le vació los muletazos por debajo de la pala, siempre imponiendo su ley ante el áspero toro. Y llegó el momento del natural con Diego metido en la faena y reunido con el animal, con pulso y con autoridad para gobernar cada palmo de arrancada. Algunos enganchones en los finales provocaron las protestas del tendido, que exigió siempre al de Guanajuato, que se llevó un volteretón al intentar cerrar el trasteo con bernadinas. Falló con la espada, sonó el aviso y todo quedó en silencio, a pesar de la gran estocada al segundo intento.
El séptimo, de Villar del Águila, lucía presencia, edad y trapío y humilló volcando la cara en los lances a pies juntos con que lo saludó Arturo Saldívar. Tuvo cierta brusquedad en las llegadas y mucha renuencia a la hora de arrancar, pero nunca le dudó Arturo ni una brizna en los embroques. Intentó alargarle viajes y construirle faena por ambos pitones, cambiando terrenos y buscando siempre las mejores condiciones para que embistiese, pero no tenía Revolucionario la clase en la arrancada, que disparaba pero no tenía clase. Lo mató de dos pinchazos y estocada y en silencio acabó un ratito de jugarse la vida.
FICHA DEL FESTEJO
Monumental Plaza México. Décimotercera de la Temporada Grande Internacional. Un tercio de entrada en el numerado.
Seis toros de Villa Carmela, correctos de presencia, y uno de Villar del Águila, séptimo, con trapío. De gran bondad y debilidad acusada el noble primero; vulgarón y sin emoción el segundo; con movilidad sin entrega el atolondrado tercero; de gran clase al ralentí el buen cuarto; inédito el quinto, que se inutilizó; áspero pero obediente y con emoción el sexto; remiso y violento el séptimo.
Antonio Ferrera (tabaco y oro): silencio tras aviso y dos orejas.
Arturo Saldívar (azul noche y plata): silencio, se inutiliza el toro en el caballo y silencio.
Diego Silveti (mercurio y oro): silencio y división tras aviso.