Javier Espada / Fotogalería: Luis Sánchez Olmedo
El Juli, Emilio de Justo y Juan Ortega trenzaban este sábado el paseíllo en la quinta de la Feria de Otoño con una corrida de Garcigrande. A las seis arrancaba el paseíllo.
El Juli, una poesía de toreo con «Poeta», al que le corta una oreja
Incierto de salida fue el abreplaza, un «Poeta» de Domingo Hernández que acudió dos veces al caballo de Salvador Núñez, la segunda al relance. En banderillas, destacó labor de Álvaro Montes y «El Pilo», que clavaron en la cara y con exposición. En el inicio de faena, Julián lo sacó a los medios por doblones, ensenándole el camino al de Domingo Hernández. Fue allí donde más se creció el animal, se destaparon sus virtudes, entre las que sobresalieron la clase y la humillación. Julián lo fue cuajando, primero le dio sitio y espacio, el animal repetía en las telas y el madrileño lo enganchaba para llevarlo en largo. Lo toreó muy relajado, le tocó con mucha suavidad para adornarse en los remates con torería en las primeras tandas por el derecho. Por el izquierdo le bajó más la mano, lo exigió incluso más, respondiendo el astado charro con mucha calidad. Le fue dando los tiempos justos en una faena que fue in cresdendo y terminó al natural, tirando de él y templándolo, a placer con unos toques suaves y un mando que no fue excesivo, era el que requería el colorado animal. Se fue a por la espada y cobró un estoconazo arriba con el que el animal tardó en rodar. Tuvo que usar el verduguillo. Oreja.
Emilio de Justo tira por la borda su esfuerzo con el segundo en el descabello
Al segundo, «Tapadero», de Garcigrande lo saludó Emilio de Justo a pies juntos. En el caballo, lo colocó andándole hacia detrás, lo dejó en largo y se lo agradeció Madrid. Sin embargo, el de Garcigrande no quiso ni ver el peto, le costó una barbaridad acudir al encuentro y cuando lo hizo, no empujó. Se presentó Juan Ortega en el quite por delantales y replicó Emilio de Justo por chicuelinas y una media que tuvo una gran torería, aunque el animal no fue colaborador en los quites. Devolvió Emilio el cariño a Madrid de la ovación de salida brindado el toro al público. Después, se dobló con el animal y antes de sacarlo a los medios le dio un pase de pecho inmenso, a la hombrera contraria. Emilio se puso delante de un animal al que le faltó un punto de casta y sobre todo de recorrido, aunque no metía la cara con mal aire en esa mitad del muletazo que completaba. El extremeño lo toreó como acostumbra, con esa manera de echar hacia fuera la pierna de salida y cargar la suerte y conectó con el tendido en dos tandas iniciales por el derecho que tuvieron ligazón y continuidad. Hubo muchos tiempos muertos en la faena, había que esperar, colocarse y dárselos uno a uno y aún así el animal no era del todo agradecido. Pecó de alargar los tiempos y escuchó un aviso antes de entrar a matar. Cobró un pinchazo hondo, se fue a por el descabello y lo utilizó de manera muy poco afortunada. Silencio .
Juan Ortega despacha a un tercero sin posibilidad de lucimiento
Al tercero, «Chumba», otro colorado de Domingo Hernández, le dejó Juan Ortega alguna verónica con su particular sello en el recibo capotero. No colaboró el animal y Madrid se quedó con las ganas de ver el toreo de capote del sevillano. En el caballo, Juan Pablo Molina lo agarró en el sitio. Decidió no brindar el toro Juan Ortega y comenzó a probarlo por el derecho. Embistió el animal rebrincado, sin entregarse y cabeceando, lo que propició que le tocara las telas en varias ocasiones, incluso hasta le desarmó en un momento del trasteo. Ortega lo intentó, se puso delante por el derecho, pero no logró conectar en ningún momento ante un animal que embestía en línea recta y a contra estilo del sevillano. Lo macheteó por abajo antes de irse a por la espada, con la que le faltó acierto.
El Juli abrevia con el desrazado cuarto
Un auténtico tío era el cuarto, un «Explosivo» de Garcigrande que escuchó la ovación de Madrid cuando salió por la puerta de toriles. Acudió al relance al primer encuentro y sintió dos deslucidos puyazos. El Juli optó por chicuelinas de mano baja en el quite. Sobresaliente fue la actuación en banderillas de Iván García, que clavó dos pares en los que le dio todas las ventajas al animal y fue obligado a desmonterarse. En la muleta se puso el madrileño ante un animal muy deslucido, que esperaba a veces sin franqueza y al que había que aguantarle para meterle en el percal. Le faltó casta, empuje y bravura a un animal que se violentaba cuando tocaba las telas. El Juli optó por abreviar, viendo que allí no había más historia y cobró media estocada y dos descabellos.
Madrid, a los pies de un inconmensurable Emilio de Justo, que abre la puerta grande en el quinto
El quinto, de nombre «Farolero», era otro tío por hechuras de Domingo Hernández, de 623 kg de peso. De salida fue incierto, aunque acudió al caballo empujando y tuvo pies en banderillas. Nada hacía pensar en lo que vendría después, pero Emilio de Justo salió con la muleta dispuesto a continuar su idilio con Madrid y convertirse en el dueño de esta plaza. Y es que a este torero, le vale cualquier toro y en cualquier plaza, y eso sólo está al alcance de los que están tocados por la varita. El inicio de faena fue fundamental, de cante grande, se dobló con él de manera monumental para enseñarle y abrirle los caminos. Las dos primeras tandas por el derecho metieron al público en la faena y descubrieron al gran «Farolero», un toro que lo persiguió todo por abajo y que tuvo la emoción que le faltó a su hermano «Poeta». La profundidad en los muletazos y el pase de pecho a la hombrera contraria se los cantó Madrid. El animal galopó con buen son y colocó la cara y De Justo lo aprovechó en una faena de mucho sometimiento. Se volvió a abrir en canal el extremeño rematando los muletazos por abajo de manera extraordinaria, poniendo a la plaza en pie. Lo tocaba fuerte para mandarlo, llevarlo y rematarlo por abajo en una faena para el recuerdo. Cerró la obra con una tanda de naturales a pies juntos y con hasta cuatro trincherazos que fueron la guinda (si es que hacía falta ponerla) a una actuación memorable. Se fue a por la espada y no podía fallar, cobró un estoconazo arriba que tuvo sobre todo verdad y con la que cortó dos orejones sin ningún tipo de discusión.
Juan Ortega se inventa un faenón de caricias toreras al sexto, al que pincha
El sexto se llamó «Piedrito», y no quiso pelea en varas en el caballo. Huyó al sentir el hierro y apenas fue señalado. En banderillas, marcó la querencia y quiso rajarse, esperó y lo puso complicado. El toro se veía podido, quería rajarse y estaba como loco por irse a toriles. Pero Juan Ortega no quería irse de Madrid sin torear. Por eso, se puso por el derecho, mostrando muleta, en tandas cortas, ralentizando la embestida como sólo él puede hacer. Qué manera de echar los vuelos al natural con una suavidad suprema, qué forma de abrochar las tandas con los pases de pecho y por abajo. Las trincheras, los cambios de mano, todo tenía un sabor añejo y sevillano y destilaba torería a raudales. Fueron 20 muletazos de los más caros de la tarde ante un animal rajado que buscaba la querencia en cada salida. Vio Madrid a Juan Ortega y se pudo sentir el sevillano en Madrid. La espada la enterró arriba, pero tuvo que recurrir al verduguillo y perdió un trofeo de ley.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas. Quinta de la Feria de Otoño. Corrida de toros. No hay billetes.
Toros de Garcigrande y Domingo Hernández. Tuvo calidad, nobleza y humillación el buen primero; le faltó recorrido y finales, además de casta al segundo; embistió rebrincado, en línea recta y cabeceando el desrazado tercero; incierto, no empujó ni se entregó el cuarto; persiguió las telas con humillación y codicia, con emoción el bravo Farolero quinto, ovacionado en el arrastre; no quiso pelea, se rajó y buscaba la querencia el sexto.
El Juli, oreja y silencio.
Emilio de Justo, silencio tras aviso y dos orejas.
Juan Ortega, silencio y ovación con saludos.