A Concha Velasco le ardía el veneno de ser artista en aquella famosa canción. Entonces no había soñado aún con ser torero el que hoy puede sentirse más artista que nadie. No conocía Concha ni el autor de su canción a Diego, pero sí lo tendrán en su album de fotos de cabecera los chavales que hoy decidan ser toreros. Ya no les valdrá con ser artistas. Dirán: «Mamá, quiero ser Urdiales».
A Diego no le invaden las urgencias ni cuando se ve fuera de las ferias ni cuando sale su nombre tres veces en el mundial del toreo. El punto en que se mueve el toreo hoy se apoya en las bases sobre las que se cimenta Urdiales, y él sabe que su momento sólo llegará con su verdad. Esa sincera receta nace de la profunda necesidad de expresión con la que pare el toreo, natural como la sonrisa de un niño, profunda como la mirada de un anciano y sincera como la indiscreción de un borracho. Hay miles de artistas y miles de disciplinas, pero el niño que hoy comienza a entender el toreo quiere ser Urdiales. Y yo, con cinco lustros menos y más vocación, también lo querría ser.
Le propuso al tercero con la seriedad del lidiador añejo para imponer su ley sin perder la torería. Genuflexo en el inicio, templado, macizo y convencido de que para encontrar el tesoro sólo existe un camino. Diego traza con el pico abajo, el mentón en el pecho y el pecho al frente, desnudando siempre las muñecas de violencias defensivas para no tener lastre en la entrega. Le metió la panza en el morro al buey sin clase ofreciendo los frentes como si todo acabase hoy, muriendo en el natural con el vuelo terso, limpio y desprovisto de artificios para tapar los defectos. Asume Diego esa pureza como la única vía para decir su verdad, por eso no descompone ni el gesto cuando le suelta puñetazos el buey protestón.
También le protestó el sexto con el disparo cobarde en su acucharada cuerna. Lo mitigó Diego por abajo, doblando en torero el lomo largo y recto, castigando el mal estilo del chorreao mansurrón. Y a torear. O a intentarlo al menos. Porque no busca Diego la pirotecnia tan propia de esta estación y esta tierra. Diego hunde en la arena su menuda anatomía, la ofrece con la verdad colgando del fleco que mete en el morro y traza con la fe ciega del que sabe que no vale el triunfo si no se consigue muriendo por una idea. Aunque se aflija el mulo, le regale gañafones y no se quiera morir tras la estocada. No estaba en las orejas el premio de hoy, porque habrá algún niño en la escuela que llegaría a casa diciendo: «Mamá quiero ser Urdiales».
A Abellán, que fue quien más cerca estuvo de pasear una oreja con la mansada de Alcurrucén, le vale con ser él mismo para mirarse al espejo. El madrileño lee toros como su hubiese una voz que susurrase en su oreja. Así ocurrió para dar con la tecla del girón segundo, que pareció transmutarse en toro de la vulgar vaca suiza que había parecido hasta que cogió la muleta. Le supo ofrecer distancias, asentarle los talones y dejarle un tiempo precioso antes de tocar de nuevo. Y hasta pareció emotiva y buena la chispa que le ofrecía el toro del embroque hacia adelante. Al quinto le sacó pulso para pasarle a media altura la movilidad atolondrada. Todo con firmeza, voluntad y decisión.
Un gran tercio de banderillas le firmó Padilla al cuarto, pero poco más se llevó a la boca el Ciclón de triunfo fácil. Muy a menos se le vino ese toro cuando tocaron a muerte, y no atendió al toque brusco ni le embistió con son. Le había dejado algún muletazo al muy insulso abreplaza pero no pasará esta de ser una tarde más en su hoja de servicios.
En la de Diego, que le buscó la verdad al mentiroso encierro de los hermanos Lozano, habrá hoy mil adhesiones como la del niño tierno que dirá con su pureza inmaculada: «Mamá.quiero ser Urdiales».
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Valencia. Quinta de la Feria de Fallas.Corrida de toros. más de media entrada en los tendidos.
Seis toros de Alcurrucén, bien presentados y con el tipo definido. Mansurrón y renuente con cierta bondad el deslucido primero; manso de huida hacia adelante el berrendo segundo; dormilón, áspero y desclasado el pasador tercero; de fijeza e intención muy a menos el desfondado cuarto, desplomado en faena; de movilidad sin clase ni entrega el quinto; manso con disparo y a menos el desclasado sexto.
Juan José Padilla (frambuesa y oro): palmas y ovación,
Miguel Abellán (blanco y plata): vuelta y silencio.
Diego Urdiales (marino y oro): ovación y ovación.
FOTOS: JAVIER COMOS