MARCO A. HIERRO
Dos toreros levantinos hacían el paseíllo en el día de San
Juan en Alicante: Enrique Ponce y José María Manzanares. Alberto López Simón
los acompañaba en un cartel en el que se lidiaban toros de Juan Pedro Domecq.
Al primero de la tarde lo recibió Enrique Ponce con verónicas ilusionadas que se fueron diluyendo a la vez que las aptitudes del toro. Ejerció el valenciano de enfermero para mantenerlo en pie, buscando la calidad que se le atisbaba de las arrancadas previas, pero no tuvo el animal el fondo que Enrique pensaba ni se entregó en la muleta porque no tenía el fuelle para ello. Lo mató con decoro y escuchó una ovación.
Manzanares se mostró seguro y frío para saludar la carrera alocada del segundo, animal de cierto fondo para rebozarse en los finales al que le faltó, sin embargo, final en el trasteo. Seguro estuvo el alicantino para meter al animal en los vuelos y tirar de las arrancadas, para embarcarlo con firmeza y dejar que se fuera empleando en series cortas que, tras el espadazo, sirvieron para cortar una oreja.
De firmeza, apuesta y seguridad fue la faena de López Simón al tercero, toro de muchas opciones y de acusada movilidad al que entendió el de Barajas por ambos pitones. Alberto lo condujo largo, lo citó con precisiñon y en la media distancia y le ofreció larga la salida a un animal que lo hizo disfrutar de cada trazo con la muleta en la mano. Lo mató, además, con brevedad y paseó una oreja que pudieron ser dos, atendiendo a la petición popular.
El cuarto fue otro toro con más posibilidades que razones para triunfar, porque quiso irse detrás de cada cite cite tener el fondo de calidad que asegurase tal hecho, y sólo el magisterio de Enrique Ponce le extrajo al animal las únicas arrancadas potables que auguraba la falta de final en las arrancadas. Por ello se la puso muy tersa el de Chiva para alargarle las embestidas en poncinas y en redondos que quisieron darle un tranco más a la arrancada y a veces hasta lo consiguieron. De rodillas, genuflexo y de pie después en el final de faena, siempre fue a más el trasteo del valenciano, que mató de una estocada baja en la suerte de recibir y aún así paseó una oreja.
Fue fundamental el inicio de faena para la labor que firmó Manzanares con el quinto, un buen toro de Juan Pedro al que ayudó a romper empujándole la intención ganando el paso y llevándolo casi hasta los medios a base de templados muletazos. Fue la mano derecha la que fue ejerciendo de cincel para ir puliendo las arrancadas hasta convertirlas en oro, con esa intención humillada, esa obediencia a los vuelos y ese colocar la cara con tremenda calidad para que lo ralentizase Manzanares mientras sentía el toreo. Fue de lio la calidad del toro a zurdas, y de lío fueron dos series al natural de amarrar el morro al suelo y enviar al infinito la voluntad enclasada del de Juan Pedro. Extraordinarios volaron los cambios de mano para rubricar una faena de dos orejas tras el estocadón para la que incluso se pidió el rabo.
Más feo era el sexto, menos alegre en sus arrancadas pero también humillado en las verónicas del saludo de López Simón, que vio cómo se venía con más informalidad que sus hermanos para tomar el percal. Asentado y firme se mostró el madrileño en una faena a más que siempre dejó el trapo a dos dedos del morro del de Juan Pedro, con menos clase que sus hermanos, pero con la misma repetición para que ligase Simón muletazos de muy bella fábrica. Supo azuzarle las arrancadas partiendo de la media distancia, citar con precisión entre tandas y adornar con molinetes y firmas los finales de serie para acabar siempre con la conexión intacta con el tendido. Muy a gusto con el animal anduvo Alberto, que firmó una faena larga rematada con un espadazo que posibilitó las dos orejas.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Alicante. Cuarta de la feria de Hogueras.
Corrida de toros. Lleno.
Seis toros de Juan
Pedro Domecq, correctos de presencia. De nobleza sin fondo el primero; con calidad sin fiereza el segundo; de fondo y transmisión enclasada el buen tercero; repetidor sin entrega ni finales el áspero cuarto; bravo y enclasado el extraordinario quinto; con movilidad y transmisión el buen sexto.
Enrique Ponce (blanco y oro): ovación y oreja.
José María
Manzanares (sangre de toro y oro): oreja y dos orejas.
Alberto López Simón (marino y oro): oreja y dos orejas.