Renunciaron Pablo Hermoso y Sergio Flores a estar en el cartel de cierre de la Temporada Grande. Eran tres mexicanos, los tres con pelo en las manos en la campaña del Embudo, los que echaban la reja a los festejos en la colonia Nochebuena con un encierro de Monte Caldera. Una cariñosa ovación para los toreros fue la bienvenida de La México a los espadas actuantes. Un ofrecimiento de palos por la espalda de Angelino a El Chihuahua marcó la nota discordante de la tarde, haciendo que casi llegasen a las manos los dos matadores.
Con tres largas cambiadas de rodillas en el centro del platillo recibió Angelino al primero, con movilidad y humillación en las ceñidas chicuelinas, con alegría en las verónicas que abrochó el tlaxcalteca con una media. Le llegó más dormido y con menos fijeza en las chicuelinas con que simuló el quite, a pies juntos en principio, con el compás abierto después. Con mucha exposición y brillantez cumplimentó en banderillas el propio Angelino, con una actitud extraordinaria en su segunda tarde en La México. Acusó el trajín luego el animal en el inicio de cambiado en los medios, y evidenció su falta de raza. La media altura del mexicano pretendió aliviarle la exigencia. Y lo consiguió a base de oficio, metiendo al animal en el trapo, aunque fuese sin gran transmisión. Le acortó la distancia con seguridad, pero no sirvió el esfuerzo para llegar con más calado.
Pocas opciones de triunfo se le vieron al cuarto hasta que llegó el tercio de banderillas y la rivalidad de Angelino y El Chihuahua, que compartieron los palos con sus más y sus menos. Vibrante fue el comienzo muletero, rodilla en tierra, de un suave Angelino, empujando la condición con la esperanza de que le durase la movilidad. No fue tanto la movilidad como la clase lo que lució el de Monte Caldera, que gateó la muleta que manejaba con extraordinaria lentitud el tlaxcalteca. Pero tuvo intermitencias una faena de muchas pausas que enfriaban el ambiente. Aún así, hubo profundidad, relajo y muchos quilates en algunas tandas. Pinchó, además, y se quedó sin premio.
Faltó limpieza en las verónicas del recibo de Mauricio al segundo porque faltó clase y faltó entrega en la embestida del de Monte Caldera en el percal. Más aseo lució el quite de chicuelinas y tafalleras que remató con torería en revolera de salir andando el matador. Fue cuanto le permitió el paletón toro, que se sacudió las moscas en el inicio genuflexo de muleta y le dio brusquedad a las suaves formas del capitalino. Encontró el camino con paciencia Mauricio, que fue limando asperezas a base de pulso hasta lograr derechazos muy estimables en un par de series de clase. Pero de ahí al final todo fue búsqueda con el animal ya muy venido abajo. Terminó rajado cual buey. Muy desprendida cayó la estocada, en la que recibió un feo derrote, y una ovación fue el premio.
Al quinto le faltó desliz en el capote hasta que llegaron las caleserinas del quite de José Mauricio, siempre elegante y enclasado en su forma de andar por la plaza. La calidad del animal en la muleta le permitió abandonarse en muchos pasajes, toreando con desmayo y con personalidad, pero con altibajos que impidieron que tomase vuelo la faena. El afán de rajarse del animal hizo que durase poco el trasteo con opciones, y la porfía final del mexicano quedó en torera voluntad. Ramalazos de gran toreo en el final se mezclaron con otros de más barullo, haciendo que no llegase a buen puerto su afán de triunfo, a pesar de tirarse a matar en la suerte de recibir.
El capitalino no se iba satisfecho con el resultado de la tarde y regaló un séptimo toro, grandullón y de escaso perfil, que se rebrincó sin pasar en las chicuelinas que quiso endilgarle Mauricio en los medios. Fue el propio matador el que comenzó haciéndose cargo de la brega para cuidar la condición del animal, que nunca fue buena. Pero fue a peor, y ya en el inicio muletero se revolvió con saña, a punto de prender al matador. Reponedor, tobillero y a la caza, nunca quiso darle opción alguna a Mauricio, que tuvo paciencia, sin embargo, para robarle al menos muletazos de uno en uno. Mal con la espada, sin embargo, con la que se lastimó una mano, se fue en silencio.
Más feo era el tercero, atacado de carnes, corto de cuello y acapachado de cuna, al que le costó desplazarse en los primeros tercios, lo que palió El Chihuahua con vistosas zapopinas, muy coreadas en el quite. Como lo fueron también los pares de banderillas, más espectaculares que puros, pero con muchas facultades y gran respuesta en el tendido y una vuelta al ruedo antes de iniciar la faena de muleta. Supo empujar con mucha solvencia la embestida corta del animal en el inicio muletero, donde ya dio muestras el cárdeno de su renuencia. Con sapiencia tocó el mexicano al natural para que se tragase los dos primeros, pero cazó moscas a partir de entonces, haciendo estéril el esfuerzo. Pinchó, además, y se atascó con el descabello.
Al sexto le aprovechó El Chihuahua la movilidad para dejarle verónicas de cierto gusto, ganando siempre el paso hacia los medios y abrochando con media. Por navarras quitó luego, resultando desarmado por la falta de entrega del animal. Compartió el tercio de banderillas con Angelino, devolviéndole la cortesía entre empujones. Pero luego no quiso pasar del embroque el de Monte Caldera, haciendo estéril la valerosa porfía de El Chihuahua, que se vio sin opción alguna con el animal.
FICHA DEL FESTEJO
Monumental Plaza México. Temporada Grande. Decimosexta y última del abono. Toros de Monte Caldera, bien presentados. Noble y humillado sin raza el primero; deslucido y sin entrega el rajado segundo; aplomado y remiso el cárdeno tercero; con gran clase y profundidad el cuarto, a menos; con calidad y desliz el quinto; remiso y sin pasar el deslucido sexto; orientado y sin clase el séptimo de regalo.
José Luis Angelino (marino y oro): silencio tras aviso y palmas.
José Mauricio (verde botella y oro): ovación, silencio tras aviso y silencio tras aviso.
El Chihuahua (turquesa y oro): silencio tras aviso y palmas.