Miércoles, 28 de mayo de 2025. Siete y cuarto de la tarde, minuto arriba, minuto abajo. Justo Hernández echaba al ruedo al 7 Seminarista, toro fino de cabos, arremangado de pitones, de cuello largo, mano corta y máxima armonía. Con el hierro de Garcigrande, que —aunque no lo sabíamos aún— estaba a punto de echar al ruedo de Madrid la corrida de la Feria. Era más o menos esa hora cuando se abría de capa Morante de la Puebla abriendo la Corrida de la Prensa, con un reventón en los tendidos, la expectación máxima de ser la primera tarde en que se acabó el papel y la responsabilidad sobre sus hombros de cimentar la taquilla. Abriendo plaza, además, con lo que dicen que eso pesa. Eran las siete y cuarto, minuto arriba, minuto abajo, y sólo con una verónica ya sabía la plaza que iba a asistir a un momento para la historia. Y eso no lo consigue cualquiera.
Hay un puñado de toreros, todos muy buenos, que han logrado abrir la Puerta Grande de Madrid. Incluso en varias ocasiones, algunos. Pero abrir ese portón o cortarle las orejas a un toro en Madrid —no es lo mismo— lo han hecho muchos que incluso luego no han llegado a funcionar. Firmar un momento para la historia, incluso desde el mismo momento en que se está viviendo, sólo está al alcance de cuatro o cinco toreros. En la historia, no en la actualidad. Morante ya era uno de ellos, después de aquella tarde en que cortó una oreja en Las Ventas toreando sólo de capote, porque la muleta fue puramente testimonial. Entonces tuvo un presidente que, si no era aficionado o no sabía lo que tenía que hacer, aplicaba el Reglamento. Porque era consciente de que estaba ante un momento para la historia.
El de hoy, sin embargo —señor Sanjuán Rodríguez, para más señas— quiso ir de aficionado. De defensor de no sé qué rigor o qué aficionados reconocidos. Quiso defender, se supone, la categoría de Madrid; y consiguió restarle brillo, con sus actos, a los momentos que engrandecen la historia de Madrid. Porque el julay —me enseñaron de chico— es un animal que, por querer hacer bien, hace mal.
Desde la primera verónica parsimoniosa de Morante, usando medio capote para torear, pero reduciendo, además, la llegada del toro, el tendido al completo sabía —podía olerlo— que iba a vivir un momento histórico. Todos menos dos: el presidente del festejo y Joselito Calderón, que se cubrió de gloria asesorando artísticamente al señor Sanjuán para arruinar el momento. Porque Morante, a estas alturas de la película, ya no necesita fotos en volandas por Alcalá, pero el toreo precisa de estos recuerdos para seguir generando ilusión y que podamos contar esa media que remataba el saludo después de no haber perdido ni un paso, sacando sólo los vuelos por los costados del cuerpo mientras las palmas mecían, armoniosas, una embestida larga, entregada, pura. Fue de revolución el saludo, pero también lo demás.
Ese toro derribó en el penco por pudo poder, por pura entrega, y la mantuvo en las dos varas que recibió, siempre empujando fijo. Fue ahí, después del tercio de varas, cuando volvió a demostrar Morante que hoy era un día especial, quitándole el toro a cuerpo limpio a Amores, el tercero de su cuadrilla, que ya se veía atrapado cuando salió el de La Puebla a pegarle a Seminarista el recorte con más torería que recuerda esta Feria, buscándo enroscarse con él, pero sin perder jamás las formas. Estaba iluminado José Antonio, y más tarde lo volvió a remarcar, pero ya tenía la muleta en la mano. Ya estaba pasando al de Garcigrande con la rodilla flexionada, el vuelo en el recorrido más largo y gustándose en los embroques cuando surgió, entre el griterío, un trincherazo rotundo, sorpresivo, macizo. Y el berrido de Madrid anunció que pasaba algo. Algo muy ligado a las cosas que hacen historia.
Todos eran conscientes, pero había dos muy despistados. Porque, ¿cuándo van a ver ese par a un tío torear más encajado, más derecho, más consciente de ser puro toreo y más dispuesto a dejarse allí la vida? ¿Cuándo van a volver a ver esa forma de ligar sin ceder un paso, de enganchar sin crispar la figura, de reducir una embestida que, ya de por sí, era lenta? ¿Cuándo se van a encontrar con un tipo que no quiere ni un respingo, que incluso cuando se ve en un apuro deja un muñecazo con gracia para echar al toro al suelo sin descomponer la figura ni la obra? ¿Cuándo, presidente y asesor? ¿Cuándo van a aprender, además, a contar pañuelos y a no erigirse en defensor de ‘naide’? Porque después de Morante, ‘naide’, y así ocurrió con la tarde también.
Fue el sevillano el que se encontró, en cuarto lugar, con el único toro inservible del envío de Justo Hernández, y hasta salió con el estoque de acero para liquidarlo con brevedad y ahorrarnos a todos el obsceno espectáculo de verlo trabajar. Los otros sirvieron todos, pero ni Talavante ni Rufo les retornaron los ‘pulsos’ después de ver torear de esa forma, y no debe ser nada fácil —en su descargo— hacerle frente a un escenario así. Por eso tendrán que esperar a una ocasión mejor, porque los demás sucesos de la tarde ya están contados en la reseña.
FICHA DEL FESTEJO
Miércoles, 28 de mayo de 2025. Plaza de Toros de Las Ventas, Madrid. Decimoséptima de la Feria de San Isidro 2025. Corrida de la Prensa. No hay billetes.
Seis toros de Garcigrande. Noble y de gran clase, especialmente por el pitón derecho el primero; noble y con calidad, pero de justa transmisión el segundo; noble, con clase y prontitud, el tercero; muy montado, frenado y sin celo el desagradable cuarto; empujó de bravo en el caballo el quinto;
Morante de la Puebla, de corinto y oro: ovación tras aviso y división.
Alejandro Talavante, de verde esmeralda y oro: silencio y silencio.
Tomás Rufo, de coral y oro: silencio y silencio.
FOTOGALERÍA: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO
