El negro no suele evocar luminosos recuerdos, ni recuerda un radiante sol, ni se asocia con grandes futuros. Más bien al contrario. El negro es aquel color que -siendo el más elegante y el que más estiliza- todo el mundo quiere borrar de la paleta de su vida.
De negro llegó Manzanares a su cita con el mundo, después de perderse en penumbras para llorar sus duelos. De negro regresó a la vida porque ni puede ni quiera entenderla de otra forma. Era negro de recuerdo y de angustia, pero también era negro de respeto y de corazón. Ese, el corazón, fue el que disparó Josemari bajando el sístole a menos diez.
O menos veinte, porque ya sabía el Manzana que se iba a quedar en entregada calidad el fogoso galope del buen sexto. Toro recogido, corto de todo menos de cuello, abrochado por delante, rematado por detrás, enseñando la badana en su enritmado son. Toro de triunfo. Uno de los tres que echó Cuvillo en su regreso a Castellón. Y volvió a caer uno de Álvaro en las manos de Manzanares.
Le había lavado la cara Josemari con el capote para ver que lo seguía en los infiernos. Le había bajado en las chicuelinas la mano que mueve los vuelos para ver cómo los seguía con entrega que administrar. Tal vez por eso le ofreció metros, dejó que llegase y le recogió el ímpetu a media altura, sin exigencias, solo con vuelos para darle costumbre. Fueron descendiendo centímetros a medida que se afianzaba el Cuvillo, que se templaba en su brío y se iba quedando con la calse. Hasta que la diestra del Manzana le cosió el belfo a dos dedos de los flecos, le desarmó las inercias, le exigió la entrega y rubricó el acuerdo con un cambio de mano que le rebosaba en el alma al que se vistió de negro para sentirlo todo hasta el final. En ese trazo viajaban los posos del alma, la madurez de la soledad, el regusto de ayer mismo y la nostalgia hecha carne en un recuerdo inmortal. Todo murió y nació en ese cambio de mano que le cortó las orejas al Cuvillo embestidor. Hoy estaba permitido el llanto de un tío, de un torero que volvía a nacer. Porque hoy, de negro de viva luz, comenzaba el resto de su vida.
Magdalena 2015: corrida del viernes 13 from Plaza de toros de Castellón on Vimeo.
La de Morante ya apuntó un mundo nuevo en Olivenza y hoy confirmó su presencia en Castellón sin triunfo redondo ni maldita la falta. Es, este Morante de hoy, el mismo genio de antaño con un punto más de seriedad. Por eso le busca las vueltas al segundo después de soplarle seis verónicas y media para dejarle claro quién maneja aquí el percal. Pero este Morante nuevo, que siempre supo leer condiciones, se preocupa ahora de aportar soluciones cuando se plantean los problemas. Lo demás, como siempre, le nace de las tripas porque allí es donde pare el toreo. Aunque no sea negra la luz que le alumbra.
Lo fue en su momento la que sacó a Padilla del pozo, y mantiene el jerezano la hombría de aquel entonces, la raza de aquellos trances, el sello del luchador. Aunque se equivoque a veces en la estructura de un trasteo, se engolosine pegando alguna verónica de más o le busque la guerra de trincheras al que le pide jugada de guante blanco. El Ciclón se entrega sin medianías, y eso tiene su valor. Y su premio. Por eso acompañó en la puerta grande al de negro, que ya entonces reflejaba la luz de los focos.
Estaban hoy en su nunca, y vino de negro al encuentro. Cuando se fue, en volandas, quedaban sobre la arena amarilla girones del alma que aquí dejó.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Castellón. Feria de La Magdalena. Cuarto festejo de abono. Casi lleno en los tendidos.
Toros de Núñez del Cuvillo, parejos de hechuras -excepto el largo tercero-, correctos de presencia. Con calidad y a menos en el fuelle el primero; con humillada entrega sin redondear el segundo; sin fuerza el inválido tercero; emotivo, enclasado y galopón el buen cuarto; informal y deslucido el quinto; con transmisión y clase el gran sexto.
Juan José Padilla (verde botella y oro): oreja y oreja.
Morante de la puebla (nazareno y oro): ovación en ambos.
José María Manzanares (negro y azabache): silencio y dos orejas.
FOTOS: Luis Sánchez Olmedo