TEXTO: MARCO A. HIERRO / FOTOS: PAGÉS
La reyerta esta tarde estaba anunciada. Ültima actuación de una apuesta de tres para el pasado y el presente; pero el pasado se hizo presente, el presente se confirmó y llegó el futuro a comerles la tostada mientras el público no podía creer que los Reyes Magos trajesen en mayo oro, incienso y mirra. Para ponerlo en las escuelas. Para recordarlo de por vida. Histórico lo de esta tarde e Sevilla. Descomunal.
Una locura que buscó Morante como lleva haciendo toda la feria; un manicomio que desató Roca Rey con espada de hojalata para acometer lo más grande; y una histeria colectiva que desató Pablo Aguado cuando decidió que a Sevilla se viene a torear. Y derramó verónicas de paso al frente, con las muñecas del revés, con las palmas ofrecidas y el vuelo volando lento. Para morir luego en una media de cuatro fotos y cuarto. El cuarto era el fotón, el de los pies hundidos mientras la cara del de Jandilla volaba por detrás de él.
Fue la tarde de Pablo, que prometió hace un año que esta de hoy llegaría y la hizo presente a base de planta y diapasón. Porque Andrés llegó entre oro, José Antonio quemó el incienso y a Pablo le tocó ser mirra. Fue de aroma, de fragancia el toreo de Aguado, de caricia armoniosa y melódica en cara de dos toros muy dispares cuyo disparo aprovechó el local. Buena clase la del segundo, a media altura a diestras; empuje y raza la del sexto, con cierto matiz picante de transmisión para torear. Fue con ese cuando invocó a Morante en un quite a la verónica que terminó con el caballo en el peto y José Antonio sacándolo de allí con el quite de la mariposa. Genial. Pero el que echó la muleta al morro y redujo asperezas fue Pablo. Despacio, sin prisa, sin urgencias, como si tuviera firmadas 30 y no le importase que no hubiera ni una más. Tan monumental en los des pecho, tan macizo en los desmayos a diestras, tan desorbitadamente natural al echar los vuelos a zurdas… Para volverlo a ver.
A él y a Roca Rey, que hasta en el reposo con que se tomó el paseíllo anunció que hoy iba a ser distinto. Escalofriante su portagayola en el segundo, sus largas luego, en el tercio, su inicio de rodillas con la muleta y hasta su forma de responder con endiablado ajuste a las chicuelinas de Aguado. Andrés trajo el oro a la adoración de Sevilla, porque es quien mete a la gente en las plazas, quien mueve la ‘leña’ en este negocio que cada vez dicen que vale menos. Y todo es porque asusta al propio miedo a base de decisión y de fe. Hoy tenía cortada una oreja del segundo y a nada que ese quinto le hubiese servido más y hubiese entrado la espada hubiera logrado el objetivo que hoy tenía entre ceja y ceja. Ya llegará.
Como debería llegar para Morante, el incienso de la tarde por ser el Dios redivivo de esta historia y de esta plaza. Nadie hay -aunque casi lo consigue Aguado- que maneje el capote como lo menea él. Ni que se rompa a muletazos como se requiebra él. Aunque fallen los detalles y se nieguen los destinos a pasar de oreja simple. ¿Cómo va a importarnos eso después de ver torear?
Pero sucedió Pablo al de La Puebla en el corazón de la gente, aunque se celara Morante y le disputase a navajazos el cetro que mereció hoy. Porque hoy la foto es de Pablo, que tiene muchas Andrés y otras tantas que vendrás. Sobre todo si le aprietan con el arma de la personalidad. Qué buen futuro aguarda…
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Décimo festejo continuado de la Feria de Abril. No hay billetes.
Seis toros de Jandilla de armónicas hechuras y sevillano fenotipo. Noble sin final el primero; con transmisión y picante el obediente segundo; de gran clase y duración el tercero; manejable sin romper el cuarto; con movilidad y cierto genio el quinto; emotivo y con raza y calidad el sexto.
Morante de la Puebla (amaranto y azabache): silencio tras aviso y oreja tras aviso.
Roca Rey (lila y oro): oreja y ovación.
Pablo Aguado (nazareno y oro): dos orejas y dos orejas.