LA CRÓNICA DE SAN FERMÍN

Un paisa a tumba abierta


sábado 12 julio, 2025

Juan de Castilla se juega la vida con imponentes escolares para demostrar que está aquí para quedarse; Rafaelillo corta una dramática oreja

Juan De Castilla
Juan de Castilla se desplanta de rodillas © Emilio Méndez

Conocí en Sevilla a un chaval, apenas un niño, que había venido a España desde su Medellín natal para ser torero. Un paisa muy tierno y con muchas ilusiones que no tardó en llamar la atención en los concursos, las escuelas y el CITAR de Guadalajara, donde comenzó a vivir la profesión, con sus satisfacciones -pocas- y sus sinsabores -demasiados-, pero todo aquello lo convirtió en un hombre que comprendió las dificultades y puso los medios para paliarlas, pero jamás perdió la fe. No porque confiase en la suerte, en los milagros o en los remedios de la abuela: porque sabía perfectamente qué tenía que hacer para que no se fuera la próxima ocasión. Sin trucos, sin atajos, sin ayudas.

Hoy, después de que el oficio, la veteranía y el saber hacer de sus compañeros de terna se impusiesen a los dos animales que habían salido por delante, costosos y medidores, cicateros en la entrega, él se echó el capote a la espalda para soplarle un quite por gaoneras a ese segundo gris, que aún no había mostrado las virtudes pero al que no le quedó más remedio que repetirle al paisa hasta la revolera final. Sin un mohín de esfuerzo, sin un gesto de autopromoción. Con la determinación de un tío que sabe que está mejor ahí, amenazado por dos pitonacos, que viendo Netflix en la soledad de su casa.

Por eso no se pensó el toreo a la verónica al tercero, el más guapo del encierro, el mejor hecho, el más bajo y con mejor expresión de un encierro imponente en su totalidad. Le sacó los brazos y lo dejó llegar porque sabía que lo iba a medir, pero no estaba dispuesto a retrasar la planta. Ahí quedaba la intención. Pero se confirmó aquélla cuando se clavó de rodillas en mitad del ruedo y le pidió guerra al de Escolar, que reculaba mosqueante antes de embestir pero luego arrancaba como una brasa para transmitir emoción. Ya tenía en él la atención de Pamplona y pareció que, por un momento, la plaza atrajo más que el vino a las peñas del tendido. Anduvo firmísimo el paisa, que se lanzó a tumba abierta para que no se le escapase la virtud de un toro que te pone en el mapa si quieres apostar por él.

Y quiso, vaya si quiso Juan Pablo. Tuvo su cénit la faena en dos series al natural, tan por abajo como permitió la humillación acusada del toro; tan largo en el trazo como terminó queriendo un animal que, de brioso, terminó embistiendo templado y con la cara tan colocada como pedía el de grana y oro. Y ese, además, se volvió a jugar el cuero en unas manoletinas de rodillas que tuvo que comenzar dos veces, porque en la primera el toro lo apretó. Como lo hizo al matar, donde el pitón derecho del funo entró en el chaleco de Juan en todo su esplendor, haciendo temer por la integridad del torero. Cortó una oreja el colombiano, pero el triunfo supo a dos.

Sobre todo porque no pudo redondear su tarde con el descastado y manso sexto, un pájaro con caraa de avispado y corpachón de vaca vieja, que ni tuvo remate ni la quiso tomar. Con ese, y a pesar de su falta de entrega, se clavó Juan en los medios con la muleta en la chota para recibir la carrera pegando naturales. ¿Se puede demostrar más disposición? Otra cosa es que no quisiera el bóvido feo ni siquiera seguir el trapo con los ojos; fue distinto que mirase el torejo detrás del torero y ni además hiciera de humillar a la hora de entrar a matar. A punto estuvo ese bicho de darle un disgusto a Juan, porque era de tres avisos, aunque lo cazara sin que sonasen.

A gloria sonó la oreja que paseó Rafaelillo entre lágrimas a la muerte del cuarto, un animal de exigencia que no perdonó ni un error y con el que se entregó el murciano, que acababa de ver al chaval poner el pellejo en la mesa para ganar la partida. Se fue a buscarlo a toriles, pero tuvo que echar cuerpo a tierra porque lo que llegó fue una embestida incierta que no desvelaba intenciones. Pero luego sacó nobleza. Al menos, toda la que puede sacar un animal de Escolar para dejar el la sarga de Rafa un par de series a zurdas. Toreó con largura y con la planta asentada el murciano, pero el único descuido que tuvo, cuando ya comenzaba a confiarse por el pitón bueno, se lo hizo pagar el toro con un volteretón en tres tiempos que lo dejó magullado, maltrecho y desorientado. Todo lo contrario que el toro, que a partir de ahí ya no se dejó pegar ni uno más. Por eso la estocada que logró Rafael, en un último y supremo esfuerzo, se premió con una oreja por un emocionado tendido que lo veía emocionarse a él. Camino de la enfermería, el murciano iba pensando en lo que había costado conseguir esa oreja que no iba a terminar de pasear por el dolor.

Todo eso había ocurrido ya cuando el quinto le puso un examen a Fernando Robleño que el madrileño superó con nota, pero sin tragedias. Lo de Robleño fue un continuo análisis de la problemática que planteaban los grises, una constante y automática búsqueda de soluciones y un acierto repetido en aplicarlas a su lidia, tan académica e impecable que pareció fácil y hasta falto de compromiso lo que ejecutó con su lote. Y, sin embargo, el menudo torero, que también vivía la emoción de su última tarde en Pamplona, pasó miedo por él y por todos sus compañeros, a los que vio dajarse la vida en el albero para conseguir el triunfo. Varios pinchazos feos dieron al traste con sus opciones, pero es que Pamplona, que es muy de premiar el arrojo, se había roto de emoción antes con sus compañeros de cartel.

Sobre todo con el paisa, que tocó pelo en esta feria por segundo año consecutivo porque tiene el bálsamo de Fierabrás que abre las puertas del triunfo: salir al ruedo a tumba abierta.

FICHA DEL FESTEJO

Sábado, 12 de julio de 2025. Plaza de toros Monumental de Pamplona. Octava de la Feria del Toro. Corrida de toros. Lleno.

Toros de José Escolar, imponentes de trapío. De pacífico son el primero; tendió siempre a reponer y rebañar el segundo; de emocionante acometida el tercero; enrazado el cuarto, que lo vendió muy caro; se vino por dentro un quinto que ni acabó de entregarse; sin celo ni raza el sexto.

Rafaelillo, de verde hoja y oro: Silencio y oreja

Fernando Robleño, de gris plomo y oro: Silencio y silencio tras aviso

Juan de Castilla. de sangre de toro y oro: Oreja y silencio tras aviso

PARA VER LA GALERÍA COMPLETA PINCHAR EN LA FOTOGRAFÍA

Fotogalería Pamplona 12 7 2025

FOTOGALERÍA: EMILIO MÉNDEZ