Entre grises y anaranjados, casi en color sepia, la calima se había apoderado de la tarde del domingo para cuando echó a rodar el paseíllo en Las Ventas. Otro «No hay billetes» colgado en los ladrillos de ese mismo tono. Mareas de gente entre el calor, mucho, sofocante, denso, masticable. Tres toreros con alcurnia en Madrid y que incluso apuntaron ya con espada de fogueo esta misma primavera a la Puerta Grande. La última bala en la récamara -salvo para Fernando Adrián que conserva aún la Beneficencia en su esportón- para mantener ese rédito que da y quita el Cónclave. Sobre todo, quizás, rédito que debía defender Tomás Rufo. Apuesta fuerte a tres tardes, tras cuajar -bien- al natural pero sin acero al encastado «Alabardero» de Victoriano y el eclipse general que le arrastró como a todos en la histórica tarde de Morante -no era sencillo volver hoy después de aquello-, la nota final de su San Isidro pendía de su quehacer hoy. Enfrente una ganadería, El Parralejo, con simiente de primera línea, –Jandilla/Fuente Ymbro– y cierta meritocracia detrás en fechas y escenarios escogidos.
Pues hoy ni lo uno ni lo otro. Un encierro desigual en morfologías y comportamientos al límite de casta, con poca vida y escaso poder en sus cuatro primeros toros, a los que sumar un quinto todo temperamento y complicaciones y un sexto, con más transmisión y emoción que clase. Un oasis -tampoco muy grande- para Rufo, que necesitaba que pasaran cosas. Cambiar el paso entre la calima. Desequilibrar esa balanza de cal y arena. Y el de Pepino apostó. Quiso. Se llevó la tarde -impoluto Perera y con valor Adrián, pero ambos sin opción- sobre la campana con la diestra. Sí. Pero otra vez el premio se precipitó por el filo de su acero. ¿El rédito? En el mismo punto. Intacto. Ni vencedor ni vencido en un San Isidro de vaso medio lleno o medio vacío según quién juzgue. Argumentos hay para ambos.
Ese pequeño maná en el desierto que fue el sexto de El Parralejo, fue un toro con cuerpo y destartalada cuna, casi playero, al que como a casi toda la corrida midieron mucho el castigo los del castoreño. La sobria y efectiva lidia de Andrés Revuelta ahormó una movilidad encastada que pedía mando. Tras un buen tercio de banderillas de Sergio Blasco y Fernando Sánchez, Rufo se lo llevó a los terrenos de sol y se hundió de rodillas para reducir ese torrente de codicia. No salió del todo bien la declaración de intenciones. Ora por una distracción del toro con una banderilla que casi acaba en voltereta, ora por un desarme. No se amilanó Rufo y, ya en pie, le cogió la medida con la diestra. Tres buenas tandas de derechazos con mando, largos, rotundos, bajando mucho la mano al toro, que respondió con más emoción que clase. Menos aún la tuvo por el izquierdo, donde la faena bajó. Recuperó el pulso por la derecha en el tramo final y atisbó la oreja, pero el pinchazo previo a una estocada en lo alto dio argumentos al palco, que no atendió la petición.
Poca historia tuvo su primero, más despegado de tierra y con generoso cuello. Este tercero fue de los mejor presentados del dispar envío, estrechito de sienes, pero con esa seriedad que otorga la vuelta del pitón. Como pasó toda la tarde, no hubo brillo de Rufo manejando la seda, porque al animal se le atisbó ya la vida muy medida, y tampoco, por eso, se le castigó mucho bajo el peto.
Hubo un buen par de Fernando Sánchez antes de un inicio sin enmendarse, a pies juntos, pasándolo una decena o tal vez docena de veces. Hierático. Fue lo potable de un faena sin brillo en la que el talaverano intentó solventar el molesto gañafón del animal, que, a medida que se diluía aún más en su ya parca pujanza, se defendió más. Acabó con él de pinchazo y media trasera.
Miguel Ángel Perera echó una tarde sin mácula. Hábil en distancias, terrenos, pulso y, sobre todo, capacidad para firmar dos lidias en las que no hay nada que reprochar. Mostró lo que había. Muy poco. Bajo y corto de manos, musculado por todos lados, abierto de cuerna, pero con poco perfil, el cinqueño que abrió plaza repitió una y otra vez en el percal de Perera girándose al revés y sin emplearse en demasía. Tampoco su pelea en varas fue un dechado. Se dejó pegar sin más como tampoco dijo en exceso en el quite por tafalleras de Adrián para desperezar su tarde. Perera, que planteó la faena un metro más allá de la doble raya del tercio, trató de ayudarlo a romper hacia delante, de abrirle caminos, pero el burel nunca quiso jalar. Con la cabeza entre las manos, pensándose cada arrancada, deslucida y sin ritmo alguno, porque obligaba incluso al pacense a dejarle un tiempo entre cada muletazo para no descomponerse. La estocada trasera y desprendida acabó por bastar.
El cuarto no gustó al Cónclave ya nada más asomar la gaita desde chiqueros. Bastote, con caja, alto, con mucho cuerpo, y, encima, poca expresión por delante. Este cornidelantero, con cuna, tampoco permitió estirarse a Perera. El castigo del varilarguero, poco más que un trámite. Inexistente. Pese a ello, la vida tampoco le alcanzó a este “Bichino” -hasta el nombre lo presagiaba- para mucho más. Por si fuera poco, además, este humilló menos que sus hermanos en una faena de largo metraje, en la que el extremeño le buscó las vueltas con demasiadas fisuras en el dique de la casta. La estocada, caída.
Otro cinqueño, pero mucho más suelto de carnes y escurridito, pese a su seria cara. fue el segundo. Al limite para Madrid su remate. Lo recibió Fernando Adrián con un farol de hinojos marca de la casa. Recibió castigo medido en varas, porque, además, no se empleó y trató de huir. Se dolió, algo que repitió en el segundo tercio.Adrián inició con un cambiado por la espalda junto al tercio el trasteo. Se desarrolló en esos terrenos y siempre buscando llevarlo en paralelo a tablas, tapado, porque al de la familia Moya le costaba lo suyo. A partir del tercer muletazo, llegaban los problemas: perdía las manos, se defendía… Nada bueno. Ni una tanda completa, maciza, por esa falta de poder de su adversario. Siempre a punto de prender la mecha, siempre la pólvora se mojaba. Hasta que en un cambio de mano larguísimo le exigió y claudicó con estrépito. Y la faena al mismo tiempo. La media, con mucha muerte, fue letal y saludó desde el tercio.
Cerró su lote un quinto con caja y rematado, musculado, que no se empleó en los primeros tercios e incluso manseó y remoloneó cuanto puedo. Fue un toro con mucho temperamento. Destacó Marcos Prieto con los garapullos. Torero de valor, Adrián no renegó y quiso aceptar el envite, pero el de El Parralejo no tenía ni para eso. Fue echar la moneda sin que esta tuviera cara. Prologó desde los medios de rodillas cambiando por la espalda aprovechando que tenía más vida, más movilidad que los cuatro anteriores juntos. Pero no se engañen. En las Antípodas de la bravura. Por dentro, descompuesto, con disparo, soltando la cara, defendiéndose… Fruto de ese genio, incluso pareció lastimarse en la segunda tanda, cuando el madrileño toreaba con la diestra. A partir de ahí, pese a la estoica exposición de Adrián, la quimera se convirtió en utopía. A pensar en la Beneficencia.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas (Madrid), vigésima de la Feria de San Isidro. Lleno de “No hay billetes”. Toros de El Parralejo, desiguales de presentación. El 1º, deslucido, de escaso ritmo y transmisión; el 2º, noble por el derecho, quiso más que pudo, le costaba desde el tercer muletazo; el 3º, tan noble como soso, le faltó pujanza; el 4º, deslucido, también con poca vida y, en este caso, sin entrega, el 5º, movilidad sin clase, con disparo y genio, embistiendo por dentro y descompuesto; y el 6º, con más transmisión y emoción que clase.
Miguel Ángel Perera, de tórtola y azabache; silencio en ambos.
Fernando Adrián, de azul pavo y oro; ovación y silencio.
Tomás Rufo, de corinto y oro; silencio y ovación tras petición.
FOTOGALERÍA: OLMEDO
