MARCO A. HIERRO / FOTOGALERÍA: EMILIO MÉNDEZ
Eulalio
López «Zotoluco” se despedía, esta noche de sábado, de la Monumental Plaza de toros
México, la plaza que le había dado todo en su carrera. Lo hacía en un mano a
mano con Enrique Ponce, que regresaba al coso de Insurgentes para hacerle
frente a un encierro con el hierro de Fernando de la Mora. En el tendido, que le tributó al veterano azteca una calurosa ovación al romper el paseíllo, tres cuartos muy largos del numerado se daban cita para la decirle hasta siempre.
Largo y alto era el berrendo que abrió plaza, con más morrillo y volumen que perfil, al que recibió de rodillas en el tercio Zotoluco para luego dejarle verónicas pausadas y veteranas hasta que se paró el animal, antes de la cuenta para lo que necesitaba el mexicano. Por abajo inició la labor muleteril, genuflexo y suave para darle tiempo al feble animal, que arrastraba con dificultad su exceso de peso. Quiso gustarse luego con la mano izquierda, dando pausa a los movimientos e imprimiendo poso a cada gesto, pero le protestaba el berrendo, le soltaba la cara y contrastaba su brusquedad de fuerza justa con la parsimonia de Lalo. No cejó nunca en la porfía el veterano azteca, que le buscó la colocación, el cite puro de mano zurda y el pulseo en el trazo para que no decayese la embestida mortecina. Muy cerca y muy al ataque terminó Zotoluco para no guardarse nada en una faena de más poso que peso. Largo el trasteo, que culminó con un pinchazo hondo y una estocada para escuchar una sonora ovación.
Magistral fue el ramillete de verónicas con que recibió Enrique Ponce al serio segundo, que dejó un punteo molesto en los tres primeros lances y vio corregido su defecto en los siguientes por el temple del percal suave y volandero del de Chiva. Duro fue el castigo en varas, con un manojo de garbosas chicuelinas en el quite, abrochadas hábilmente con una estética larga cordobesa. Fue emocionante de principio a fin la faena del valenciano, porque brindó a Zotoluco y comprobó de inmediato la calidad del animal en el primer tramo de la arrancada y con eso hizo su magia Enrique. Comenzó por ofrecerle suave mano diestra hasta que se paró el de Fernando de la Mora y, con él, el valenciano, que no se fue de la cara, sino que se quedó dando pausa para tocar por fin y sacar el de pecho inmenso y ralentizado. No sería la última vez. Pero a partir de entonces llegó el toreo reposado, encajado, con la mano por abajo y el muñecazo final de la mano que espera para sacar el último tranco que convierte el muletazo en eterno. La plaza en pie. Una tanda, otra, otra más ya con el animal casi desfondado. Y entonces llegó la poncina cuando amenazaba con aguar la fiesta la cortedad de la arrancada. Y allí volvió a volar largo, embebido en los flcos de un trapo que cosían el belfo a la danza segura y bella, tremendamente sencilla en los gestos de Enrique. El final pinturaro y encajado, al abrigo de las tablas que mantenían viva la embestida del animal. Pleno de inteligencia Ponce, y de seguridad con el acero, porque lo sepultó en el lomo para pasearle el doble trofeo. Para enmarcar.
Alto era también el tercero, más vareado de carnes y más corto en el viaje, poniendo en apuros al Zotoluco antes de rematar la suerte. Gran tercio de banderillas protagonizó Christian Sánchez, saliendo a saludar al tercio una vez más. Por abajo se impuso en el inicio, ofreciendo ambas manos con largura para cuidar la calidad que se le atisbaba al animal, siempre con la parsimonia que ha caracterizado el tramo final de su carrera. Subió el diapasón en la siguiente tanda diestra, ya con la mano por abajo y acompasando el trazo a la enritmada arrancada del buen toro. Se despatarró luego Lalo, consintiendo en las pasadas fijas, alargando los dibujos con el compás muy abierto y saboreando el personal sello de su toreo con un toro de mucha calidad. No fue lo mismo a zurdas, con el animal viniendo por dentro, obligándole a buscar la precisión en la colocación, siempre con mucha pausa. Pero se le vino a menos el animal, dejando la cara a su aire y decayendo su voluntad de seguir la tela con chispa. Por eso quedó en una oreja el premio después de la estocada trasera.
El cuarto se mostró mucho más remiso a embestir en el capote, dejando inédito con el percal a Enrique Ponce y exhibiendo una notable falta de condición. Se arrancó intempestivo y violento para derribar con estrépito al picador y fue el propio Ponce el que bregó el inicio del tercio de banderillas para tomarle el pulso al misterio del animal. Y lo descubrió pronto, dejando siempre la muleta en el morro, dibujando con dulzura el embarque y el acompañamiento del muletazo, dejando pausas y citando matemática precisión para no dar opción alguna a que se parase el bicho. Siempre bien colocado, siempre preciso en la altura del engaño y siempre metido en aportar la solución perfecta a la imperfecta propuesta del de Fernando de la Mora. Inmensos los cambios de mano, encajados los derechazos aprovechando los viajes hacia tablas del manso, al que no le quedó más remedio que repetir y repetir, abducido por la sarga del valenciano. Incluso en el epílogo, cuando ya protestaba el animal cada cite, logró Ponce a base de toques y trazos -tan sedosos como plenos de poder- que volviese a entregarse el toro y, por supuesto, el tendido, convertido en un manicomio. De nuevo llegó la poncina, y de nuevo puso en pie a la plaza más grande del mundo con la sublime suavidad y la belleza de su trazo al ya vencido Tumbamuros. Pinchó el valenciano, sin embargo, y quedó la labor, tras el aviso, con el premio de la ovación.
Toda Una Historia se llamó el último toro de la vida profesional de Zotoluco, y de hinojos se hincó en el tercio para recibirlo con dos largas cambiadas antes de ofrecerle chicuelinas tan parsimoniosas que a punto estuvo de darle unsuto el animal por saborear el trazo mientras volvía. Armónico y de buena presencia el animal, bello de hechuras y repetidor en el percal. que todavía usó Lalo para gallear la colocación del toro al caballo. A su mujer y sus hijos brindó su último toro Zotoluco, en una faena que comenzó de rodillas al hilo de las tablas, pasando por alto la boyantía del toro y rematando con un garboso molinete, muy sevillano. Solemne fue el toreo con la derecha entre las notas de Las Golondrinas y el cariño de su plaza. Entregado al natural, visiblemente emocionado, alargando trazos y vaciando con los vuelos mientras las linternas de los móviles pintaban de cariño los tendidos. Muy firme en los toques, seguro para acompañar y corto en los trazos para que no se fuera el huidizo animal, que terminó rajándose. Allí, al abrigo de las tablas, acorraló al animal para decir sus últimas frases de toreo mientras La México se ponía en pie. Media estocada hundió Lalo antes de que el grito de ‘Torero, Torero’ irrumpiera en la plaza. Tardó el toro en caer, falló con el descabello y sonó un aviso, pero se llevó el mexicano el cariño y el respeto de su plaza. Los niños ciegos de la Fundación que lleva su nombre salieron al ruedo para reconocer la gran labor social que el torero realiza con ellos. En el mismo ruedo su hijo mayor, Álvaro, le cortó la coleta al veterano torero mexicano.
Preciosa era la lámina del cierraplaza, un toro berrendo en cárdeno y botinero que humilló su morro negro sin el ritmo ni la entrega necesarias para que luciese el percal del valenciano Enrique Ponce. Por delantales quitó Ponce al soso animal, al que le faltaron raza y celo para terminar de rebozarse en el viaje, siempre insulso en sus arrancadas. Vertical se mostró Ponce desde el inicio, con la muleta en la cara y siempre a favor, estético e inteligente en los trincherazos y siempre poniendo en ritmo al arrítmico cárdeno. Lo sobó y lo sobó el de Chiva, con paciencia infinita, hasta dar con el toque firme y primer tramo mandón en cada muletazo de los cuatro o cinco que componían las tandas, sin dejar al animal que saliese de la suerte y sin darle opción a no embestir. Magistral Ponce, ligando lo que parecía imposible por la renuencia en corto del de Fernando de la Mora. Pero humilló el animal cuando caminaba hacia adentro, y eso le bastó a Enrique para componerle naturales con belleza, aunque los viajes hacia los medios sufrieran la protesta casi violenta del animal. Pleno de capacidad el valenciano, supo depurar la media virtud del toro para, con ella, componer el toreo y convertir en interesante el trasteo a un toro sin sal. Con una estocada corta se terminó quitando de en medio al deslucido animal.
Al finalizar el festejo El Zotoluco, pese a cortar una sola oreja, acompañó a Enrique Ponce en su salida en hombros en la última tarde de su carrera torera.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza
de toros Monumental de México. Segunda parte de la Temporada Grande. Corrida de
toros. Casi lleno el tendido numerado cubiertos.
Seis
toros de Fernando de la Mora, correctos de presencia. Feble, remiso y brusco el berrendo y gordo primero sin raza; de buena calidad y voluntad de repetir el segundo, de arrastre lento; de gran clase a menos el tercero, más justo de fondo; manso pero obediente el deslucido cuarto, rajado; humillado y obediente el huidizo y manso quinto; protestón pero humillado el insulso cárdeno sexto.
Eulalio López «Zotoluco” (grana y oro): ovación, oreja y ovación tras aviso.
Enrique Ponce (tabaco y oro): dos orejas, vuelta tras aviso y ovación.