SANTANDER

El temple de El Cid y el amor propio de Roca Rey, orejas para cerrar Santiago


sábado 26 julio, 2025

Seis astados de la vacada salmantina de Domingo Hernández se lidiaron este 26 de julio en la octava de la Feria de Santiago de Santander. Hacían el paseíllo Manuel Jesús 'El Cid' -en sustitución de Cayetano-, Juan Ortega y Andrés Roca Rey.

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Manuel Jesús “El Cid” y Andrés Roca Rey pasearon sendos trofeos en el último festejo de la Feria de Santiago. Ambos rozaron la Puerta Grande de Cuatro Caminos en un cierre de Santander en el que, por distinto palo, pudieron salir en volandas. El sevillano, tras coger, con tanto revuelo -por la propuesta de Morante- como justicia la sustitución de Cayetano, volvió a conquistar el tendido a las primeras de cambio merced a otra faena de toreo rotundo en los medios. Esta vez con la diestra. Fue en su dulce primero, pero luego también se impuso -pese a mostrar más sus costuras de torero veterano-al encastado cuarto. Y es que, tras el suceso de ayer, aparecieron hoy otros dos principios máximos de la carrera del sevillano: su buen tino en los sorteos por la mañana -suyo fue el mejor lote del desigual encierro en presencia y juego de Domingo Hernández- y esos aceros romos que tantos triunfos se llevaron. Tres pinchazos le cerraron el quicio de la Puerta Grande.

Roca Rey, por su parte, tuvo que tirar den entrega con dos “medios toros” para arañar un trofeo del sexto. Se le pidieron las dos por las ascuas al rojo vivo de su epílogo al sexto coronado con una estocada soberbia. La petición era mayoritaria, pero el palco se mantuvo firme. Con el criterio de todo el ciclo. Eso sí, el amor propio del volcán peruano ahí quedó, para responder a la rumorología de las horas previas. Respuesta de número uno. Juan Ortega, por su parte, comprobó que no era su feria, porque tampoco le embistió ninguno hoy. Eso sí, la mácula de la espada estuvo a punto de costarle un buen susto en ambos toros, pues escuchó cuatro avisos.

Relajo y temple de El Cid, que prolonga su racha: oreja del buen primero

El ejemplar de Domingo Hernández que abrió plaza fue un toro algo cuestarriba, pero proporcionado y bien hecho, que tuvo celo en las cadenciosas verónicas de El Cid hasta los medios. Empujó por debajo del caballo y apretó hacia dentro en banderillas. El diestro brindó a la afición santanderina tras el suceso del día anterior y comenzó con la muleta en la diestra, en la boca de riego, sin probaturas. Basó la faena en el pitón derecho del animal, que tuvo prontitud, ritmo y humilló. Buenos derechazos, trufados de remates muy bien ligados, como pases de pecho de pitón a rabo, afarolados y, sobre todo, un cambio de mano que fue una delicia: lleno de relajo y torería para salir andando de la cara del toro. Con la mano izquierda mantuvo el tono de la faena, aunque en todo momento caló más el toreo en redondo del diestro de Salteras. Lo mató de una estocada corta, atravesada y algo suelta, que necesitó de un golpe de cruceta. Pese a ello, manaron los pañuelos blancos y estrenó su segundo paseíllo consecutivo también con trofeo.

Faena sin brillo de Juan Ortega a un segundo feo y muy deslucido, complejo hasta para “despenar”

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Con casi cien kilos más que cualquiera del resto del encierro, el colorado chorreado segundo fue un astado voluminoso y con romana, corto de manos y de poco cuello. Tan zambombo como pobre de cara. Acapachado, con las puntas hacia delante. No entraba por los ojos. Embistió con poco ritmo en el recibo de capa de Juan Ortega. Se llevó un puyazo en cada montura, echando la cara arriba en ambos, y marcó querencias en banderillas, donde no paró quieto. Ortega comenzó el trasteo agarrado al estribo para sacárselo más allá de las dos rayas, con despaciosidad por bajo. Muy torero. El toreo fundamental lo realizó en los medios, donde el toro no cejó en su defecto de gazapear. Incómodo el sevillano por esa tendencia del toro a no irse de los engaños, así como por una embestida que nunca descolgó y que se fue agriando cada vez más. Genio y violencia para defenderse. Ortega no tardó en tomar el camino de los aceros. Muy costoso de cuadrar por su condición, la primera media no surtió efecto alguno y, tras dos pinchazos —con otros tantos avisos ya en el esportón—, le pegó un bajonazo de muy feo estilo, cuando el reloj ya presagiaba el tercer recado del palco.

Entrega de Roca Rey, que acabó entre los pitones en un tercero manejable que duró poco

Ensillado y suelto de carnes, tocadito de pitones, el castaño que hizo tercero repitió de salida en el percal de Roca Rey, quien se hizo ovacionar, sobre todo, en un milimétrico quite por saltilleras. Aún más cerca se lo pasó en las dos brionesas del remate, una de ellas por la espalda. El de Domingo Hernández tuvo movilidad en los primeros tercios. Tras brindar la faena a Paul Montiel, ganador de un Emmy por su documental de superación, Roca Rey inició el último tercio por estatuarios, quieto como un poste junto a las tablas. Ya en los medios, la faena alcanzó sus mejores pasajes con la mano derecha, ante un toro manejable, que se dejó.
Roca Rey pudo correr la mano en la primera mitad de la faena y luego acortó distancias, plácido entre los pitones, para pasar al toro una y otra vez. Llegaron con fuerza los circulares invertidos en apenas un palmo de terreno. La media estocada, en buen sitio, fue suficiente para que el toro doblara. Hubo petición mayoritaria, pero el palco no concedió la oreja. Le ovacionaron, aunque el peruano, contrariado, saludó desde el callejón.

El Cid pincha el encastado y codicioso cuarto su segunda Puerta Grande consecutiva en Santander

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Lavado de cara y estrecho de sienes, sin trapío para Santander el cuarto fue un melocotón muy montado, astifino desde la mazorca, que salió algo abanto. Cumplió, aunque hizo sonar el estribo, en su encuentro con el varilarguero. Como una centella se arrancó en banderillas. Toro encastado, pronto y muy codicioso, se quería comer la pañosa de El Cid, que resistió y se impuso a ese torrente de casta de las primeras series con más mando que brillo. Porque no era sencillo reducir la embestida del toro. Ese lucimiento fue brotando a medida que fue menguando la casta del toro. Más atemperado, volvió a surgir una versión más relajada y templada del de Salteras. Tenía la oreja y la segunda Puerta Grande montañesa en 24 horas en su mano, pero lo pinchó. Una, dos, tres veces antes de la estocada. Saludó una sentida ovación.

Ortega, de nuevo mal con los aceros, abrevia con un quinto manso y remiso a los engaños

De hechuras perfectas, bajo y de lomo recto, el quinto abría más la cara. No pudo cuajarlo Ortega con el capote, pues salió suelto y abanto. De hecho, tomó la primera vara en el picador que guardaba la puerta. Recibió excesivo castigo el de la divisa charra, que comenzó a sangrar hasta la pezuña antes del tercio de banderillas. Sin fijeza y con tendencia a mirar más de la cuenta a tablas, el animal fue muy “desabrío”. Deslucido de verdad, la faena nunca tomó vuelo, pese a las probaturas de Ortega por ambos pitones. Un desarme colmó el vaso de la paciencia del torero de Triana y fue por la espada. Sin opción. De nuevo, pasó las de Caín con los aceros y, huidizo el burel, estuvo a punto de írsele también a corrales vivo.

Valor y amor propio de figura de Roca Rey, oreja de un sexto sin finales

Cerró plaza y feria un toro lleno y con cuajo de Domingo Hernández, abierto de cuerna y astifino desde la mazorca. El más serio del encierro charro. Lo paró a la verónica Roca Rey y empujó en el peto. Hubo que llegarle en banderillas. Este último astado de la Feria de Santiago fue un toro que tuvo movilidad, buen embroque, pero algo descompuesto de mitad de viaje en adelante y que no tuvo finales. Siempre desparramando la vista. Tragó, pese a ello, Roca Rey, que corrió la mano y ligó las tandas por ambos pitones. Ya sin inercias, con el toro más aplomado, se incrustó entre los pitones e invadió esos terrenos del toro con una tranquilidad pasmosa. Cambiados por la espalda y circulares invertidos, dejándose deslizar los pitones por la banda de la taleguilla, más efectistas, calentaron aún más el tendido. El espadazo, de premio, hizo el resto. Se pidieron con fuerza las dos orejas, pero el palco, con cierto criterio de exigencia, solo concedió una, de ley.

FICHA DEL FESTEJO

Plaza de toros de Cuatro Caminos, Santander. Octava y última de la Feria de Santiago. Lleno de “No hay billetes”.

Toros de Domingo Hernández, desiguales de presentación. El primero, buen toro, pronto y con fijeza, tuvo ritmo y entrega; el segundo, muy deslucido y con querencias, nunca humilló, gazapón y pegajoso; el tercero, obediente, se dejó, pero le faltó raza y duración; el cuarto, toro encastado y con codicia, humillador; el quinto, mansurrón, deslucido y rajado enseguida; el sexto, de movilidad sin entrega.

Manuel Jesús ‘El Cid’, de rioja y oro; Oreja y ovación

Juan Ortega, de purísima y plata: Silencio tras dos avisos y pitos tras dos avisos

Roca Rey, de marino y oro: Palmas y oreja tras aviso

INCIDENCIAS: Antes de romperse el paseíllo, tras el himno nacíonal, el tendido joven rindió homenaje a los aficionados fallecidos durante este año con un solo de trompeta, que interpretó Gonzalo Diego, músico trompetista.

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Plantilla Fotogalería

FOTOGALERÍA: ARJONA – LANCES DE FUTURO