A maestro del toreo ( término manoseado en exceso y la mayoría de veces sin causa que lo justifique) se llega por méritos contraídos y manifestados. Caso de Daniel Luque
Para muestra, si falta hiciera, su paso por la Feria de Abril y, en la tarde de autos, con su faena a su segundo toro de La Quinta (un debut en La Maestranza que, con tantos matices como los que son propios del encaste, ha dado motivos para que ya sea continuidad.
Luque, maestro – dicho queda- construyó una faena, basada en el magnífico pitón izquierdo, en la que cada cite, cada muletazo, tenían el conocimiento como guión, el sentimiento por bandera y un sereno valor ( el final entre los pitones lo dejó ver a quien no se hubiera percatado).
Hubo torería, reposo, mando en series de naturales en las que cada una superaba a la anterior, toro y torero entregados a la causa: el toreo cabal.
Como cabal fue la estocada.
Lo que son las cosas, la petición de oreja se frenó algo cuando el usía ( que ha echado una Feria indescifrable, con el estrambote final de negar a El Juli una oreja de clamor) asomó su pañuelo y lo que pudo – debió, creo – ser de doble premio se quedó en uno.
No da igual uno que dos, claro, menos aún en La Maestranza. Pero ahí quedó la magistral demostración de Daniel Luque.
Una corrida la de La Quinta, de armoniosas hechuras que no traicionaban su denominación de origen santacolomeña, mantuvo el interés hasta el final. El Juli- maestro consumado- se quedó sin el premio merecido y Pablo Aguado…
Aguado, sin opciones en uno y con altibajos en el que cerraba plaza, dejó para el recuerdo, en el sexto, una media verónica de asombro, por lentitud, embroque y remate. Homérica.