MARCO A. HIERRO / FOTOGALERÍA: EMILIO MÉNDEZ
La cuarta de las Corridas Generales de Bilbao traía un
cartel de dos toreros importantísimos para esta plaza como Enrique Ponce y El
Juli y el debutante Alberto López Simón que, tras quedarse fuera del serial por
la no fructificación de las negociaciones hace un año, volvía con todas galas
doce meses después. Con una ovación al Rey emérito, don Juan Carlos I, presente en un palco de la plaza, comenzaba la tarde en el Botxo.
Arrancó con brío pero sin gran entrega el primero al capote que le presentó con suavidad y seguridad Enrique Ponce en solvente saludo. Luego se dejó pegar en varas, pero fue atemperando su ímpetu hasta llegar a la muleta con buen fondo y un punto de genio. Sensacional fue el inicio genuflexo de Ponce, sin dejarse tocar nunca la tela por los derrotes de genio del de Domingo, que pasaba, sin embargo, hacia adelante. Perfecto en las formas, compuesto en los embroques, magistral para taparle los defectos y la descomposición en las pasadas al animal. Fue una lección de capacidad y de mando del valenciano, que le dio hasta mimo a la aspereza del funo. Siempre fue suyo, siempre con la muleta en la cara y sin que lograse desengañarse el negro toro, al que le aprovechó la virtud de la repetición. Con un estoconazo rubricó la labor para pasear una oreja de mucho peso.
Soltó con el segundo las muñecas El Juli con serena lentitud para indicarle el trazo al brioso segundo, más bajo, más apretado de carnes y cuernos, más entregado a la hora de meterle los riñones al penco, aprovechando que se le partió la vara a Diego Ortiz. Luego quiso quitarse el palo, peor en las intenciones. Y aún peor fue el la muleta, donde se puso gazapón, protestó cada arrancada, sacó mal estilo a la hora de tirar arreones y hasta esperó a los embroques para intentar hacer carne en la figura de Julián. Firme el madrileño, con la sabiduría de conocer el hierro y de haber matado muchos como este, pero sin estar a gusto en la cara de un animal que nunca lo permitió. Le metió la mano con su habitual habilidad a la hora de matar, pero se atascó con el descabello y escuchó silencio.
Muy arreado salió López Simón a enfrentarse al toro de su presentación en el Botxo, pero muy parsimonioso para dejarle el percal en la cara a un animal que lo tomaba muy humillado y muy despacio en las verónicas bien deletreadas, con profundidad incluso en el remate de larga muy larga. Tuvo que tener paciencia con él Alberto, porque ya en el inicio de estatuarios marcó a menos el viaje y la voluntad de embestir, así como el ritmo, que no ofreció claro. Le costó al madrileño meterlo en la ligazón, porque se la protestó al principio y tuvo que tirar de la buena colocación y la confianza para buscar un par de tandas con ritmo. No había para más. Y las logró Simón con la mano derecha, consintiendo mucho, tragando más y logrando la meta sin terminar de romper en el tendido. No acertó con el uso del acero y escuchó silencio tras aviso.
Con tremenda cadencia y una cintura prodigiosa toreó Ponce a la verónica al cuarto, toro serio de estampa que no guardaba excesivo fuelle en el interior y perdió las manos en los primeros tercios ante las protestas del público. Lo mantuvo Matías en el ruedo y pidió calma Enrique para iniciar la faena de muleta. Le compuso mucho a su altura, muy marcado el muletazo en la cintura para no quebrantarle la poca fuerza. Tiro de maestría, de conocimiento y de lidia el valenciano, pero no le respondió el animal para que aquello tuviese fondo de transmitir al tendido. Porfió mucho Ponce, en un esfuerzo por exprimir hasta la última posibilidad, y ahí llegó la serie de derechazos, lentísima, sin apartar el trapo del belfo ni dejar que lo tocase. Eterno cada trazo, con el desfondado animal caminando tras la franela. Meritorio el logro de Enrique Ponce, que no se aburrió de rascar, pero se topó con un fallo a espadas que dejó en silencio este cuarto acto.
Al castaño quinto le faltó empuje de salida, pero supo Juli ofrecerle el trato preciso para que llegase a la muleta con la condición todo lo íntegra que le fuera posible. Y no metió mal la cara el animal en los embroques, pero le faltó transmisión para llegar al tendido en una faena que Julián tuvo paciencia para construir. Le voló largo el vuelo natural al madrileño, mucho más que al toro su codicia, porque perdía la entrega del embroque hacia adelante y entonces todo quedaba al abur de su capricho excepto la voluntad de Juli. Tuvo paciencia para consentirle, para ahormarlo, para conducir a su antojo la ya escasa condición del castaño. Poderoso al natural para extraer de uno en uno los muletazos, sin ligazón, pero con imperioso mando. Lo mató con brevedad, pero no dio para tocar pelo.
El calcetero sexto evidenció su falta de fuerzas en lo rebrincado de su arrancada, en la que arrolló más que embestir al capote de López Simón. Y no fue nada fácil andar delante del informal toro, que nunca embistió dos veces igual. Hasta que se empeñó el valeroso madrileño en ligarle los pases a pesar de su renuencia. Le invadió los terrenos, le dejó el trapo en la cara y le provocó las arrancadas, que nunca fueron francas ni entregadas y estuvieron lejos de lo que necesitaba la férrea voluntad de Alberto. Porfió y porfió hasta meterse entre pitones, avivó con la voz la voluntad del bicho y logró llegar al tendido, al menos, con el deslucido animal. Optó por entrar a matar para dejar una estocada en el sitio y escuchar una ovación.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Vista Alegre, Bilbao. Cuarta de las
Corridas Generales. Corrida de toros. Tres cuartos de plaza.
Seis toros de Garcigrande-Domingo
Hernández. Correctos de presencia. Áspero y geniudo pero con movilidad el primero; destemplado, gazapón, protestón y con mal estilo el segundo; sin raza ni transmisión el deslucido tercero; sin fondo, ni ritmo ni fuelle el enclasado borrico cuarto; obediente pero sin raza ni fuelle el deslucido quinto; informal y sin raza el calcetero sexto.
Enrique Ponce (tabaco y oro): oreja y silencio.
Julián López «El Juli” (nazareno y oro): silencio y ovación.
Alberto López Simón (marino y oro): silencio tras aviso y ovación tras aviso.