MARCO A. HIERRO
Arrancaba este domingo la última gran Feria de
la temporada: el Pilar de Zaragoza. Lo hacía con un grandioso ambiente en los
tendidos de La Misericordia, en la que a las cinco en punto de la tarde hacían
el paseo mayor Morante de la Puebla, Diego Urdiales y Alejandro Talavante, que sustituía al lesionado Ponce.
Fue brillante el saludo a la verónica de Morante al primero, con el mentón metido y el vuelo largo, con la plaza rugiendo, muy a favor del sevillano. También lo hizo en el inicio muletero, de mucha suavidad, pero más torería aún, porque fue esa la gran virtud de una faena de retazos a un toro noble, humillador y sin empuje que no puso mucho para que llegase la emoción. Mal con la espada, escuchó silencio.
El segundo no se tenia de pie desde que salió de chiqueros, y no tuvo espíritu ni para arrancarse en el percal de Juli. A pesarse todo, se llevó un durísimo castigo en el caballo. Un caos fue el tercio de banderillas, con el díscolo animal haciendo cosas de burriciego. Importante fue la labor de brega de Urdiales con el animal, de pitón derecho criminal e izquierdo informal, que tan pronto la tomaba como buscaba la corva sin motivo aparente. Listo Diego con el toque seco, capaz para llevar lo más larga posible una arrancada sin viaje a la que logró robarle naturales de mucho mérito a base de lidiar y exponer. Firme y seguro el riojano, cobró una estocada entrando muy derecho para cortarle una oreja.
Acompasó Talavante con templado diapasón el variado saludo de cordobinas, verónicas, chicuelinas y la serpentina de remate, siempre esperando con mucha intuición la llegada cada vez más dormida del repetidor animal. Al quite de encajadas verónicas del extremeño respondió Morante con otro de lentas y comprometidas chicuelinas para que replicarse Talavante combinando ese palo con tafalleras. El toro por la bragueta, desplante incluido casi entre pitones, y la plaza en pie. Tremendo Trujillo en banderillas, obligado a saludar. Fue para guardar la faena del extremeño, desde los cambiados iniciales, combinados con estatuarios y con arrucina de regalo, hasta las manoletinas de pie inmóvil y pitón visitando seda sin marcharía ni prostituirse con artificios. Fue de verdad la obra, salida del corazón, que enterró los pies para darle trapo por delante y por detrás, con una mano y con otra sin enmendar nunca la posición. Se entregó Talavante al abandono con soberbia sobre su rival, con la torería de quien se sabe superior. Un formidable volapié, a matar o morir, certificó las dos orejas.
Al alto y montado cuarto le faltó ritmo en el percal de Morante, que tuvo que desistir de estirarse a la verónica. Poco espíritu tenia el animal en varas, donde quiso empujar más que pudo para manosear luego en la brega. Y fue de brega la labor de Morante con el animal, con el que se puso el mono de trabajo para ligarle las aristas con la esperanza de encontrarle luego el fondo. Pero fue muy poca la entrega que logró del Cuvillo, siempre remiso y arisco a la muleta más que correcta de Morante, que saludó una ovación.
El quinto embistió en el capote de Urdiales con más movilidad que franqueza, pero le sirvió al riojano para llegar al tendido repleto. Muy protestado fue el flojo toro en varas, pero se mantuvo en el ruedo. Fue la faena de naturalidad, de pausa y de serenidad para afianzar al feble toro en el inicio, con series cortas y bien dibujadas. Pero le duró poco cuando llegó el toreo y, por ende, la exigencia, y solo en un par de series logró Diego que embistiendo. Alargó la faena en exceso y a toro parado, y se impacientarse los que ya tenían el pañuelo en la mano, por lo que la estocada, haciendo muy despacio la suerte, precedió tan solo a una ovación.
Al sexto lo metió Talavante en los vuelos del percal con pasmosa facilidad, pero hubo de ser discontinuo el saludo por la falta de celo del castaño. Este sí quiso empujar abajo en la cabalgadura, pero con más intención que poder. Continuó por poco tiempo la inspiración de Talavante, porque fue toro de tres series antes de venirse abajo. Fueron, eso sí, dignas de ver por la seguridad y el aplomo del extremeño, que pasaportó al de Cuvillo para escuchar un silencio.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de La Misericordia, Zaragoza.
Primera de la Feria del Pilar. Corrida de toros.
Seis toros de Núñez del Cuvillo, noble y sin empuje ni emoción el primero, díscolo y descompuesto el complicado segundo, noble y obediente sin chispa el tercero, arisco y sin fondo el cuarto, humillado y con voluntad sin fuelle el quinto, pasador a menos el castaño sexto.
José
Antonio «Morante de la Puebla”, silencio y ovación.
Diego
Urdiales, oreja y ovación.
Alejandro Talavante, dos orejas y ovación.
FOTOGALERÍA: PLAZA DE TOROS DE ZARAGOZA