Fue como un fogonazo. Fue volver a pisar la tierra de los mortales comunes después de haberse convertido en el dios que veneraba un templo en pie. Estaba roto, deshecho, desmadejado, completamente vacío. Y lo dominó la emoción en un mundo de emociones donde deberían ser el pan nuestro de cada día. Acurrucado al abrigo del burladero de matadores, El Juli desataba la tensión y desahogaba el alma prorrumpiendo en un torrente de lágrimas desconsoladas. Jamás se había visto en Madrid una vuelta al ruedo tan desgarradora como la que dio hoy Julián. Pero no era para menos.
Acababa de firmar un trocito de la histroia de Las Ventas con un toro de La Quinta que le apuntó a las ingles por dos veces antes de que emergiera Julián. Una por cada pitón. Era el quinto de La Quinta, uno más de un encierro variado con el denominador común de la clase y un segundo que la tuvo excelsa del principio hasta el final. A esa ya le había cortado una oreja El Juli en un Madrid raro, distinto, impredecible al juzgar y al pronunciarse, porque sorprendió que no le pidiesen las dos. Lo había medido, lo había mimado y le había soplado verónicas desmayadas en el saludo y en el quite, muy amorantadas en todo. Porque si algo tiene Julián es que te mide, te pesa y te marca para robarte las armas y matarte con ellas. El Juli es así. Y por eso es El Juli.
Un Juli que no dio por válida esa oreja del esportón cuando vio que tomaba resabios ese quinto medio gris. Nada había pasado hasta ese momento en que decidió Julián que allí jamás había dejado de mandar él. Claves fueron las dos coladas ya mencionadas, porque ahí cambió el rumbo de la faena. Julián agarró la diestra y toco con fe y con firmeza, para que se arrancase el cárdeno en pos del trapo, que quedase en corto con Julián y lo anclase el Juli al suelo con la muleta del poder en una arrancada inmensa que ni el toro era consciente que guardase en su interior. Magistral.
Había pasado algo. Algo había cambiado en un toro que se enseñaba tramposete y se volvió, de repente, franqueza y clara verdad. Porque ni era fácil el toro, ni Juli lo quería así, que no se escribió la historia con personajes que no tuvieran que sufrir. Y al echarse a la zurda el trapo ya sabía el torero hasta dónde se la iba a alargar, a dónde quería ir con él y el fondo que debía sacar. Es que sólo El Juli había sido capaz de apostar. Por eso mientras se iba el animal despacito detrás de los vuelos de Julián él sabía que debía abusar, que estaba obligado a exprimir a ese toro para dejar una obra más en los anales de Madrid. ¿Cómo puede un natural convertirse en redondo sin dejar de ser natural? El Juli que vimos hoy lo sabe. Tiene el secreto. Aunque pinchase la excelsa obra con un acero de plexiglás cuando el acierto hubiera hecho asomar los dos pañuelos a compás.
Así debe contarse una tarde en la que debió existir más argumento por la enjundia del cartel, pero ni Morante -anodino en un punto de más- ni Aguado -sin terminar de pisar las brasas- sacaron del tedio al publico más exigente que la afición tenga. Y muy poco partidario de El Juli -que hoy ya tenía preparados los pañuelos de la redención-. Por eso Las Ventas, que vio romperse a Julián cuando todo eso le acababa de pasar, quiso llorar con él y acompañar en el sentimiento al doble trofeo. Un día, cuando se analice la faena y se valore en su totalidad, Julián recordará lo que sintió mientras tanto. Mientras firmaba su entrada en el cielo.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Cuarta de la Feria de San Isidro. Corrida de toros. Lleno de ‘No hay billetes’
Toros de La Quinta, en tipo y con presencia. Fijo y pronto, pero de embestidas cortas y contado poder fue el primero; ritmo, temple y clase en las claras y excelentes embestidas del segundo; de contado poder y celo el soso tercero; de embestidas cortas y deslucidas fue el cuarto; remiso y complicado el quinto, que terminó entregado al poder de El Juli; andarín y de cortas embestidas el soso sexto.
Morante de la Puebla (espuma de mar y azabache): Palmas y algunos pitos.
Julián López ‘El Juli’ (marino y oro): Oreja y vuelta al ruedo.
Pablo Aguado (azul soraya y oro): Silencio y silencio.
INCIDENCIAS: Saludó Iván García en el sexto de la tarde.
FOTOGALERÍA: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO