Ocho toros de Marrón esperaban en los corrales de la Monumental Plaza México el regreso de Francisco Rivera Ordóñez Paquirri, acartelado junto a Diego Silveti, Fermín Espinosa Armillita IV y Juan Pablo Llaguno.
El primero del lote de Paquirri tuvo desliz en el capote, donde volcó la cara para tomar las verónicas con que lo saludó el español con soltura. Sin embargo le duró poco al animal, que se paró completamente tras el trancazo en el caballo. Se quedó en los embroques, volvió sobre las manos y se negó a pasar en la muleta de Paquirri, que tuvo que tirar de oficio para sacar cuatro o cinco muletazos limpios con olor a veteranía, pero que también guardó precauciones ante las evidentes complicaciones del cardeno. Mal con la espada, escuchó silencio.
Al escurrido y vareado segundo tuvo que lidiarlo Silveti por abajo, caminándole para atrás, intentando que se encelase el animal hasta rematarlo con un recorte al hilo de tablas. Con chicuelinas a más en el ajuste avivó las arrancadas del animal en el quite Diego, y de la misma forma aprovechó la prontitud en el inicio muletero, abriendo con cambiados en los medios. Tuvo pulso y tuvo suavidad el mexicano, que trató con exquisitez una embestida que iba a menos en los finales hasta terminar punteando por la falta de fondo. Fue esa condición la que hizo que se distrajese el animal cuando llegó la zurda. Distraído y hasta desentendido, deslució la suave intención de Diego, que lo administró lo mejor que pudo para que no desfalleciese el trasteo. Demasiado larga fue la faena, y protestó el animal los cambios de mano que abrocharon los circulares del epílogo. Se atascó con la espada y se esfumó cualquier premio.
Al tercero le aprovechó el desliz Armillita para saludarlo con aseo a la verónica, largo en el viaje y pronto en la repetición al percal. Con intención quitó por gaoneras, comprobando que ya no era la misma la repetición del toro después del encuentro con el caballo. Y se le vino abajo cuando llegó el momento de coger la muleta. Fue larga la porfía del mexicano con un animal sin raza que se aplomó sin espíritu para embestir. Fueron estériles los bisoños esfuerzos de Fermín, que dejó una estocada para acabar con brevedad con el deslucido animal.
Muy buenas fueron las formas de Llaguno para manejar el capote con discontinua intención ante la embestida del cuarto, que se fue viniendo a menos en la repetición hasta pararse casi completamente antes del remate. Muy parado estaba el animal cuando llegó a la muleta, con la que mostró Llaguno una seguridad impropia de un matador con tan pocos festejos a sus espaldas. Supo tocar con precisión, se asentó en la arena con determinación y tiró del trapo con temple las pocas veces que obedeció el cárdeno. Siempre metido Juan Pablo en lo que hacía, le faltó material para recibir premio.
Al quinto, toro de hermosa estampa y escaso perfil, lo recibió Paquirri con una larga cambiada de rodillas en el tercio para levantarse después y aprovechar su movilidad en lances de facilidad. No le sobraba la fuerza al animal cuando llegó a la muleta, pero sí calidad para embestir despacio en los muletazos iniciales a los que quiso ponerles gusto Francisco. Deslizó el español muletazos muy pausados, con mucho pulso mientras se mantuvo de pie el cárdeno de Marrón, que no aguantó mucho ante el evidente disgusto de Rivera. Aún intentó que le sirviese un poco más con la mano izquierda a media altura, pero ya no pasaba del embroque el animal y debió tomar la espada, con la que no anduvo fino.
El sexto le echó las manos por delante en el percal a Diego Silveti, que se encontró con su falta de ritmo para no mazizar el saludo a la verónica que intentaba. Ciñó mucho las gaoneras Diego en el quite, quizá más por la tendencia a vencerse del animal que por el riesgo calculado. Mucha quietud mostró Diego en los estauarios con que comenzó la faena de muleta, bien rematados con una trincherilla garbosa. Y se movió más el animal, con el mexicano dejando el trapo en la cara, perdiendo el paso para ganar inercia y sin exigir demasiado para conservar virtudes. Fueron celo y prontitud las que le sirvieron a Diego, que se encontró, por contra, con una descoordinación deslucida que restó armonía a lo propuesto. Volvió a concluir con circulares invertidos, ya con el toro muy a menos. Una estocada corta bastó para pasaportar al de Marrón.
El séptimo, que salió con pies a la arena de La México, se derrumbó en el saludo de Armillita a la verónica y luego derribó a la cabalgadura en un comportamiento contradictorio. Ya en banderillas dio la impresión de descoordinado el animal, y mantuvo esa condición en la faena de muleta, regateando embestidas y midiendo la arena, ante el disgusto de público y matador. Porfió el mexicano con el animal, pero fue estéril el esfuerzo para llegar al tendido. Abrevió y fue silenciado.
Con lances realmente buenos saludó Llaguno la encendida llegada del octavo, temperamental y explosivo en su arrancada, áspero en los finales y pronto en la revuelta para repetir en el percal. Con la mano muy abajo instrumentó las chicuelinas Juan Pablo, en las que ya comenzó el toro a quedarse más corto cuando llegó el remate de la revolera. Había perdido el animal su motor inicial cuando le ofreció la bamba Llaguno, pero sí la quiso tomar con nobleza y con intención, aunque mermado por la falta de fuerza y de raza. Tuvo calidad el toreo de Juan Pablo, echando el vuelo con decisión y seguridad y sabiendo pulsear la embestida que se iba apagando a mitad de viaje, logrando arrancar olés del embroque para adelante por lo sorpresivo de ser capaz de concluir los muletazos. Sólido y asentado el mexicano, firmó una gran labor a la que le faltó continuidad en el animal para lograr mayor renta. Mucho valor sacó en el epílogo, con circulares muy templados, perfectamente abrochados con cambios de mano que duraron un mundo. Falló, sin embargo, con la espada, y todo se diluyó.
FICHA DEL FESTEJO
Monumental Plaza México. Temporada Grande.
Toros de Marrón, correctos de presencia. Aplomado y sin viaje el primero; con voluntad y calidad el segundo a menos; parado y sin raza el tercero; deslucido y sin fondo el renuente cuarto; de feble calidad y embestida lenta el poco durador quinto; con fijeza, movilidad y prontitud pero descoordinado el sexto; descoordinado y sin fuerza el desrazado séptimo; de nobleza y calidad sin fuerza el octavo.
Paquirri (azul rey y oro): silencio y silencio.
Diego Silveti (palo de rosa y oro): silencio tras dos avisos y silencio tras aviso.
Armillita IV (blanco y oro): silencio y silencio.
Juan Pablo Llaguno (grana y oro): silencio y silencio tras dos avisos.
FOTOGALERÍA: EDMUNDO TOCA