MARCO ANTONIO HIERRO / FOTOGALERÍA: LUIS SÁNCHEZ-OLMEDO
Luis David Adame confirmaba su alternativa en la tarde de este viernes en la primera plaza del mundo, un coso madrileño que llegaba a su quinto festejo de su Feria de Otoño. En el cartel, le acompañaban como padrino de la ceremonia Castella y como testigo Ureña en sustitución del herido Ferrera.
Atolondrado y sin fijeza se movió el descarado primero, cornalón por delante, vareado por la trabajadora y sin gran empleo ni en varas ni en percales. Sólo el quite por chicuelinas, muy torneadas, de Luis David fue motivo de ovación. Luego la brega de Miguel Martín en banderillas, donde sobresalió Fernando Sánchez, dejó el toro en las mejores condiciones que tenía dentro. Y con la muleta las sacó todas. Fijeza, celo, acometividad, humillación y hasta profundidad en una franela que equivocó la estructura en un principio y luego le costó volver a la senda. Cambiados en el inicio, ligazón después con el tendido pitando el cite, como el tipo que descubre que estaba equivocado en su planteamiento. Decisión la tuvo toda, y entrega, y voluntad, pero se le vino grande el compromiso. Un bajonazo sirvió para despenalizar en silencio. El sexto, de bella estampa, fue perdiendo recorrido en el solvente saludo a la verónica de Luis David Adame, que se echó el capote a la espalda para firmar el quite por gaoneras ajustadas. Gran puyazo el segundo de Óscar Bernal, medido y bien cogido, porque ya estaba picado el toro cuando llegó al peto. También Miguel Martín brilló en banderillas una vez más, igual que Fernando Sánchez. Pero con la muleta explicó el pequeño Adame que había comprendido el mensaje que el tendido le envió en su primero. Se asentó en la arena, ofreció con sinceridad y se enroscó la embestida tras la cadera en dos cambios de mano de gran exposición, templado uno, punteado el otro, ambos rematando series de entrega y verdad. Pero no siempre fue así, y le aplicó Madrid severidad cuando desajustó el embroque. Y tal vez por eso lo expuso todo en las Bernardinas con que concluyó. Pero pinchó y debió conformarse con una ovación.
Solvente y con oficio retuvo Castella la intención del segundo de andar suelto y desentendido de trapos. Sólo en el quite por gaoneras de Ureña atendió con cierto celo hasta la brionesa final. Y también en el inicio muletero del galo, en el que impuso tanto su tiranía que se afligió el animal y ya no remontó en toda la faena. Porque luego quiso volver a la distancia para que cogiese inercia, pero de nada sirvió el pasar anodino por delante de la figura rosa y oro, que hasta a punto estuvo de darle algún susto, más por falta de poder para irse hacia adelante que por maldad. Pero se puso bruto Sebastián, que de valor va más que sobrado y en ocasiones abusa de él. Mató de estocada y escuchó silencio. Espeso anduvo Castella para saludar al cuarto, con el que se salió para afuera bregando para volverse a meter en tablas cinco segundos después. Tuvo que llegar Ureña para volver a meter a la plaza en un quite por cordobinas, y Rafael Viotti tragando una barbaridad en banderillas para saludar tras un gran par. De nuevo el inicio de cambiados y de nuevo el valor seco y la imposición sobre la voluntad del Cuvillo, con un cambio de mano de gran fuste y luego un hundimiento en la arena que no se acompañó de temple siempre. Y es que era eso lo que pedía el animal, que dulcificaba su comportamiento cuando el francés le cogía el pulso. Pero se perdía después de nuevo entre trazos desganados. Una estocada precedió al silencio tras aviso.
Lo de Ureña con el tercero fue muy serio desde el principio. Asentado y con plomo en los talones con el capote, suave y encajado ante la embestida regular. Muy puro en los trazos y en el sitio a pisar con la muleta, buscando la sinceridad siempre, la profundidad siempre, el trazo rotundo siempre, a pesar de sus formas afectadas y su falta de naturalidad en los gestos. Con la muleta fue todo de verdad, hasta los naturales con la diestra y sin ayuda, que quedaron a medias por la media arrancada y desluce ron los tremendos ayudados a dos manos que había firmado en la serie anterior. Hasta la mano fue la estocada, entrando muy despacito para certificar la oreja tras aviso. Al quinto le faltó alegría en su salida de chiqueros y en su forma anodina y espesa de acometer sin entrega al capote de Ureña. Protestó en el caballo de Iturralde y se le paró delante a Luis David en el quite por faroles, haciendo que se le amargaran los chilaquiles. Porque tuvo temperamento y exigencia el Cuvillo, que no tenía clase pero sí guardaba importancia para quien quisiera estar de verdad. Y lo estuvo Ureña para tragarle pitones en el gaznate y en los sobacos hasta echarla abajo y lograr que la tomase el díscolo Cuvillo. Había que hacerse con él, y lo hizo el murciano apelando a la épica de trazar entregado y puro y a morir por Dios. Buscó enfrontilarse al natural en el final, pero se transformaba en refriega la lucha hasta que le echó mano el animal y lo puso entre las patas en momentos dramáticos. Aún se levantó para soplarle naturales antes de volcarse sobre el morrillo a matar o morir y lograr una estocada desprendida de la que tardó en caer el bicho. Sonó un aviso y saludó Ureña una ovación.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas. Quinta de la feria de Otoño. Corrida de toros.
Entrada:
Toros de Núñez del Cuvillo. 1º Humillador, fijo, encelando aunque con la cara suelta pero obediente. 2º Noble, aplomado e insulso. 3º Dulce con nobleza y pausado arrancar el feble pero enclasado. 4º Tuvo clase y recorrido con el temple preciso. 5º Temperamental y sin clase el díscolo. 6º Obediente y humillado el manejable.
Sebastián Castella, Silencio y silencio tras aviso.
Paco Ureña, Oreja y ovación.
Luis David Adame, (que confirmaba alternativa), Silencio y ovación.