TEXTO: DAVID JARAMILLO / FOTO: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO
La de ayer no fue una tarde isidril como tantas, a pesar de que ese sabor plano e insípido de los días en los que no termina de pasar nada relevante se apoderó de todo, pues en su mismo planteamiento, en el sólo anuncio del cartel, se encerraba algo más que una combinación de toros y toreros. Y es que han pasado 1463 días, cuatro años y un par de días, desde que David Mora no se anunciaba con los toros de El Ventorrillo. La última vez que lo hizo fue en Madrid, aquel 20 de mayo de 2014, día que estuvo a punto de ser el último, literalmente, para el torero de Móstoles. Desde entonces, todos hemos sido testigos del ejemplo de superación y de compromiso que ha significado el reto de David de volverse a poner delante de un toro, también hemos vibrado y nos hemos emocionado con cada uno de sus logros, porque el sólo hecho de vestirse de luces ya era uno muy grande, y qué decir de aquella puerta grande en su regreso a la Catedral del Toreo. Durante este tiempo también hemos visto su crecimiento como torero, la manera como transformó una limitación en una fortaleza, al punto que, ahora, prácticamente olvidamos todo el viacrucis por el que ha tenido que atravesar, para volver a exigirle como si nada hubiese pasado. Así es esto, y seguro que él también lo quiere así, sin concesiones, porque entonces cada triunfo será mucho más legítimo.
Volver a encontrarte en la misma plaza y con el mismo hierro con el que se rozó la tragedia se ha convertido en otro triunfo personal de David, porque no debe ser fácil cerrar el círculo, volver al ruedo a terminar lo comenzado hacer 1463 días y espantar los últimos fantasmas que quedaban. Desde aquí, mis respetos, torero. La pena es que no se haya podido saldar la tarde en triunfo, aunque seguramente la vuelta al ruedo debe tener el sabor al reto superado.