Lo de Morante es otra cosa. Nada tiene que ver su toreo con el toreo que hoy se sueña. Nada. No está a nuestro alcance ni siquiera imaginarnos lo que a él le brota con inusitada naturalidad. Por eso da igual si corta trofeos o no. Da igual que al final haya una vuelta entre vítores o se meta en el burladero con una bronca fenomenal. Lo de Morante, por imperfecto, nace de la extrema necesidad vital de expulsar sus demonios. Y es una imperfección para la que puede que nadie esté preparado, porque esa imperfección no está a nuestro alcance. Lo demostró en Santander.
Lo puso de manifiesto con esa capacidad casi sobrehumana de echar el vuelo del capote para enganchar al animal con el brío de su salida, reducirle la velocidad y llevarlo mecido en el percal hasta que una media nos saca del sueño para arrancarnos un grito estremecedor. ¡Olé! Lo dibujó en el ruedo moreno de Cuatro Caminos en tres chicuelinas tan lentas, tan relajadas, tan personales y tan lejos de las que se adocenan en casi todos los festejos que parecen pronunciadas en otro idioma.
Otro es también su lenguaje con la muleta, porque mientra lo normal es cuidar a los toros hasta que llega el momento de exigir, Morante los ‘maltrata’. La exigencia es máxima en las muñecas del de La Puebla, porque también es máxima la entrega, el encaje, el asiento, tan descargado en los riñones que no se puede ir si al toro se le va la intención. Y sí, es imperfecto en el trazo, porque no hay nada calculado, y existen los enganchones en sus faenas, y los toros le hacen cosas que no están previstas aunque los gobierne con el trapo, porque el trazo va hasta el final… o no va. De ahí esas grandes broncas que el sevillano asume con tanta torería como las ovaciones. Todo eso se tiene o no se tiene. Eso no se aprende ni en escuela ni en libro.
Por eso cuando se vaya -quiera Dios que no sea mañana- se perderá en los ruedos un torero diferente, sin comparación posible. Pero también sin recambio posible. Porque en un mundo donde el Instagram parece imponernos la perfección en nuestras vidas -como si de una tramoya tramposa se tratase nuestra existencia-, Morante nos enseña una verdad tan sincera que ni siquera estamos capacitados para terminar de entenderla. Por eso sólo podemos sentirla…