Dicen que en el toreo manda el toro. Pero a veces manda el ruido. Y cuando ese ruido nace del ruedo, no de los toreros, se convierte en pólvora para alimentar guerras frías en el escalafón. En este episodio de purismo y poder —rodándole el trono entre dos figuras: Roca Rey y Morante de la Puebla— latía una contradicción que no se puede soslayar.
Todo estalló en Santander. Morante se ofreció gratuitamente para sustituir a Cayetano Rivera y donar sus honorarios a una causa benéfica. Sin embargo, cuando El Cid cortó dos orejas en la corrida anterior, se le concedió el sitio sin miramientos. Ya entonces se hablaba de un “veto velado”.
Morante, pocos días antes, había dejado entrever su convicción de ser el mejor de la historia. Pero cuando se proclama el número uno y, al mismo tiempo, denuncia vetos que le impiden estar… ahí está la grieta. No puedes presumir de reinado eterno y, simultáneamente, sentirte rechazado. El mejor de la historia no necesita -no debería necesitar- abrir el paraguas del drama.
Roca Rey salió en su defensa con contundencia. En ABC afirmó: «No, no es cierto… Nosotros pedimos una cosa lógica, que era esperar a la finalización de la corrida por si había un triunfador, y así fue. Triunfó El Cid… y no tuvimos objeciones». Reivindicó que compartir cartel con Morante en una docena de festejos esta temporada desmiente cualquier intento de veto. «Entonces yo estaría vetando a todo el escalafón cada tarde, menos a los dos que torean conmigo ese día… sigo intentando entender esta situación, que a lo mejor… no tiene mucha lógica».
Esa tensión entre arte y poder, entre estética y ambición, recorre la historia. Morante se siente diferente, singular —un genio bohemio que fascina— pero cuando adopta el papel de víctima pone en jaque su propio relato. Porque quien gobierna el toreo, y se sabe indispensable, no se ofrece a sustituir; simplemente está. Y no se disculpa.
Mientras tanto, Roca Rey ha elegido imponer el mando desde el silencio. Desde el toreo duro y desde una exigencia que eclipsa. El número uno convive con la sospecha y con la duda, pero también con la responsabilidad de ser generoso. Porque el trono no se sostiene solo con fuerza: también con templanza.
Lo irónico: ambos protagonizarán una docena de carteles conjuntos este año —en Jerez, Pamplona, El Puerto, Granada, Sevilla, entre otras plazas— lo que evidencia que un veto real no existe. Hay ruido, sí, pero no exclusión.
Morante no necesitó proclamar su grandeza para que se le reconociera. Su grandeza habla sin banderines, habla con hechos como los vividos el pasado San Isidro. Aquéllo fue simplemente glorioso. En cambio, quien proclama que es el mejor y, a la vez, se siente apartado, transmite inseguridad. O ego. O ambas cosas. Pero no grandeza.
Por eso esta columna se titula así: No puedes ser el número uno y sufrir vetos de nadie. El arte perdona, el ego no; el silencio habla, y las plazas ya saben. Si alguien se proclama emperador, que no tema a quien comparte cartel. La verdadera hegemonía se conquista desde el ruedo, no desde la protesta. Y eso, el duelo en el ruedo, es lo que va a beneficiar al toreo a partir de ahora, porque la disputa y la polémica siempre tuvieron un extraordinario poder de atracción.