Hace unos años -no tentos- leí una entrevista al maestro Paco Camino que ahora los toreros «se dan besitos en los patios de cuadrillas y cachetitos en el culo…», lo que aseguraba que era impensable en su época. Tampoco me imagino yo al Viti ni a Diego Puerta -íntimos amigos del camero, por otra parte- acercarse entre ellos hasta el punto de que no corriese el aire. Pero es que tampoco había compadreo en los despachos, ni se juntaban las figuras en un sólo día para que no se perdiese ni una entrada. No por rematar carteles, sino porque no le echasen la culpa a ninguno de que fulanito no estuviera en su localidad.
De hecho, me contaba el maestro de Vitigudino que toreaban los tres juntos en una placita del sur, de poca responsabilidad, y los dos sevillanos bromeaban en el patio de cuadrillas con lo poco que se reía el salmantino. «Hay que ver esa cara de palo que tienes siempre, Santiago», le decían, despreocupados. Al día siguiente toreaban en Bilbao un corridón de toros y estaban los tres serios cual figuras de cera. Santiago se acercó a Camino y le susuró al oído: «Hoy no os reís tanto, eh…». Porque el rito sacrificial del toro bravo, la lidia y muerte de un toro -que puede conllevar también la de un torero- es una cosa muy seria. Tanto como el maestro Viti, si no más.
Los tiempos han cambiado, claro, y también lo ha hecho la tauomaquia. Entonces había un ramillete muy importante de toreros que eran capaces de llenar las plazas por sí solos. Y figurones máximos que querían anunciarse siempre con el emergente del momento para demostrarle quién mandaba aquí. Y en los patios de cuadrillas escuchaban picardías del estilo: «Que Dios reparta cornás…» para ganar la partida a los compañeros de cartel antes incluso de hacer el paseíllo. Se acuerdan de aquella disputa que casi llega a las manos entre Camino y Palomo en el programa de máxima audiencia de la única televisión que había en España. Aquello lanzó a Palomo y puso en su sitio de privilegio a un Camino que ya era el mandón de esto. Benefició a la fiesta.
Hoy, en los tiempos de Twitter, de Instagram y de la mala leche hecha frase escrita para que la lean cientos de miles de seguidores, a lo mejor no era malo que dos figurones se ofrecieran partirse la madre la próxima vez que se anuncien para ver cómo reacciona el pagano. Porque el brindis de Alejandro a Andrés en Valencia fue tan personal como sus nombres de pila; Talavante hubiera preferido partirle la madre a Roca Rey. Y ahora, que alguien me diga que no pagaba por verlo.
Y es que la pura realidad de este rito es que va a existir la conforntación hasta la muerte, y eso provoca pocas ternuras entre los oficiantes. Eso, claro está, si no andan compadreando en los despachos para repartir mejor lo que quede para una generación que, quitando al propio Roca Rey, puede decidir que se jubila en cualquier momento. Juntar a tres toreros que suman 70 años de alternativa entre los tres en un cartel para que pueda llenarse una plaza es una pésima noticia para el sector, aunque éste vaya todavía en su burra de los cinco o seis grandes y los demás, para pagar poco y ganar mucho.
A lo mejor hay que fomentar este tipo de rivalidades, y promocionar al chaval que llega con ganas de partirle la madre a la figura consagrada, pero para eso tienen que servir esas actuaciones y no vetar en lugar premiar. Ojo, y esto lo digo por las figuras y por las empresas. Y así no perderemos a una generación con Luque, Ginés Marín, Emilio de Justo, Diego Urdiales, Tomás Rufo, Álvaro Lorenzo, Fernando Adrián, Ángel Sánchez, Fran Espada o Francisco de Manuel, que son lo que nos va a quedar cuando se vayan los que están a pùnto de hacerlo. Y si no los ponemos a partirse la madre con los mandones, dónde los van a ver los que tienen que pagar por ello cuando se queden solos.
Y no falta tanto para ello, que todos pasan con creces las 40 primaveras…