EL EXILIO INTERIOR

Antoñete, así que pasen los años


domingo 16 junio, 2024

Hoy Madrid, Las Ventas como escenario, conmemora a Antoñete. No es una efeméride, tampoco un homenaje, es- diría- una constatación de eternidad.

Antoñete (1)
Antoñete.

Hoy Madrid, Las Ventas como escenario, conmemora a Antoñete. No es una efeméride, tampoco un homenaje, es- diría- una constatación de eternidad.

 “En el arte como en la vida no cabe la traición. Y Antoñete nunca se traicionó y nunca nos traicionó”, palabras de Agustín Díaz Yanes que definen a un torero único, capaz de transitar de lo más alto en la juventud, por la oscuridad en la madurez y encarnarse en mito cumplidos los cincuenta, con los aficionados y la movida deslumbrados por quien hizo de las distancias -en el cite- santo y seña de su tauromaquia.

Las Ventas fue su casa y su plaza, como proclama el azulejo que en ella luce.  En Las Ventas vivió la niñez, años de guerra y postguerra, de miedos y precariedades, barrio humilde y limítrofe, “por Ventas madrugaba el pelotón”, que canta Sabina. Y allí vistió de luces por primera vez, en 1949, en un espectáculo en que actuaban Los Charros Mexicanos.

De Madrid a Barcelona, donde se presentó con picadores en 1951 y desde ese día La Monumental fue una de sus plazas más queridas, amor correspondido por la afición catalana, que lo vio por última vez el 14 de julio de 1985. Ese año anunció su retirada ( en Las Ventas, mano a mano con Curro Vázquez, a plaza llena, televisada y un saldo ganadero), que resultó apenas un paréntesis de meses, que se cerró,-no sin volver a abrirse y cerrar en falso varias veces- definitivamente en 2001, en Burgos, cuando los ennegrecidos pulmones del maestro no le permitieron continuar la lidia de su primer toro.

Antoñete se reconocía en la izquierda,  en lo ideológico y en lo taurino. “En su mano izquierda estaba el paraíso” – de nuevo, Díaz Yanes- , un paraíso que también habitaba en su toreo a la verónica y ¡de qué manera! en la media verónica, tan personal, tan enroscada, tan quebrada a la cintura. La media verónica de Antoñete bebe de la media verónica belmontina y la hace (aún) más rotunda, más profunda. Y el desdén, ese pase del desdén –  de la firma- que en Antoñete era monumento, rúbrica a la obra hecha.

A Chenel, malva el terno, su mechón blanco y su mano izquierda, iban a verlo los rockeros, chupas de cuero, cabellos de colores.  La tauromaquia como hecho cultural, vivo, abierto. Y, qué cosas, también contracultura, que – apuntan algunos ahora- puede ser su vía de salvación, aunque cuando entonces ni se barruntaba.

Antoñete nunca toreó para la galería, siempre lo hizo para el rito del toreo. Abombado el pecho, el corazón por delante, capote abajo, suerte cargada, la verónica que deslumbra, la media ceñida que remata. A los medios, distancia, el cite ¡jé, toro, jé! y, en la mano izquierda,  la muleta planchá… el TOREO

Así que pasen los años.