Aún por confirmarse los carteles, la Feria de Azpeitia, los sanignacios, volverán a contar con las figuras (Morante, Urdiales, Luque, Borja Jiménez), novedades con interés (Clemente, Jorge Martínez) y ganaderías habituales (Ana Romero, Murteira). Pero este año – y ya para siempre- no estarán las monjas del vecino Convento de las Siervas de María. Y es una pena.
Ver toros en Azpeitia no es ver toros en El Puerto de Santa María, por supuesto, pero sí tiene una suma de particularidades que lo convierte en una gratificante experiencia, taurina y sensorial. Y entre ellas, desde hace 125 años y hasta ahora, el Convento, que ahora ya no existirá y al que cada año se entregaba parte de la recaudación de la Feria de San Ignacio como ayuda para su labor asistencial. Solo quedaban seis monjas en el Convento que ahora serán repartidas por otros en distintos enclaves de la Congregación en la geografía española. Hoy mismo, 1 de mayo, mientras esto escribo, se celebra en la Capilla del Convento una Misa que es a la vez de despedida y agradecimiento a un pueblo, en el valle del Urola, en el corazón de Euskadi, al que llegó la Congregación en 1899.
Hace un año, a iniciativa de Agustín Díaz Yanes, Maxi Pérez y Gerardo Cornejo, se editó un librito -125 páginas- que es una joya. Recoge las crónicas taurinas que de la Feria de San Ignacio firmó- entre 1985 y 1996- en Diario 16 el maestro Ignacio Álvarez Vara Barquerito. Pero, marca de la casa, las crónicas de Barquerito van más allá de lo taurino y se convierten en un mosaico, un retrato costumbrista, una lección de geografía e historia. Y en ellas también las monjitas que ahora se van tienen su espacio.
Cuando allá por finales de julio e inicio de agosto las cuadrillas hagan el paseillo en La Bombonera azpeitarra, las monjitas del Convento ya no asomaran por los ventanales (alguna, incluso se encaramaba en una escalerita) desde los que se divisa buena parte del ruedo. Terminada la lidia del primer toro solían desaparecer, cerrados los porticones, de regreso a sus quehaceres, tal vez sus rezos, para regresar ya en el quinto toro, a tiempo, incluso, si la ocasión lo propiciaba, de sacar pañuelos pidiendo orejas, tal que sucedía en la plaza.
Azpeitia fue bastión taurino de Guipuzkoa cuando la política cerró Illumbe y al reclamo de su Feria ignaciana llegan peregrinos de distintas geografías, tanto españolas como de la fronteriza Francia. Las corridas de toros en Azpeitia tienen banda sonora propia. La música, las canciones (en euskera) entonadas a coro por el público son constantes y con el Zortziko fúnebre de Aldarur, en honor del banderillero de Deba, José Ventura Laka, muerto de una cornada en la plaza del Ayuntamiento de Azpeitia en 1841, como momento solemne , sobrecogedor, antes de que las mulillas arrastren al tercer toro de la tarde, las cuadrillas destocadas, el público en pie.
Seguirán las tardes de toros en Azpeitia, seguirá la música , las canciones y el Zortziko, seguirá la Comisión que preside Joxín Iriarte dando ejemplo de gestión, pero se echará de menos a las monjitas del Convento. Y ellas, seguro, también añorarán aquellos rezos entre olés.