Joaquín Bernadó, nacido en Santa Coloma de Gramanet y hecho torero en Barcelona (doscientas cincuenta tardes en Las Arenas y en La Monumental le contemplan) eligió Madrid (en Las Ventas hizo setenta y cinco paseíllos) para vivir y en la serranía madrileña ha muerto.
El primer vestido de torear se lo hizo en Madrid, Ángel Linares se llamaba el sastre y lo conoció en el viaje que hizo a la capital en 1951. Un sastre que le buscó novilladas sin caballos en los pueblos de la provincia. Era el principio de una fructífera relación taurino-afectiva de Bernadó con Madrid.
Una relación que trascendió los ruedos pues Quimet estuvo en los inicio de la Escuela Taurina de Madrid y después compartiendo retrasmisiones en Tele Madrid con Miguel Ángel Moncholi.
Retirado del toreo en 1983 y establecido un año después en Canencia de la Sierra, donde junto con su mujer abrió un supermercado, en 1985 se incorporó a la Escuela Taurina de Madrid, sustituyendo a Andrés Vázquez. Al frente de la Escuela estaba Felipe Díaz Murillo y como director artístico el maestro Gregorio Sánchez. Cuando este se jubiló, Bernadó ocupó su lugar. Y en la Escuela estuvo hasta 2013. Casi treinta años en los que Bernadó dejó la huella de su sabiduría taurina y su ponderado carácter.
El distanciamiento físico y emocional de Bernadó con Catalunya acabó por ser irreversible a partir de la deriva antitaturina de la política catalana, con momentos tan chuscos como la declaración de Barcelona como “ciudad contraria a las corridas de toros” por parte de su Ayuntamiento en 2004 y culminada con la prohibición del Parlament en 2010. En ese momento Joaquín Bernadó declaró: «Para mí, Catalunya ha muerto».
Antes de eso, en 1976, el ayuntamiento de su Santa Coloma de Gramanet natal le había nombrado Hijo Ilustre y en 1988 el alcalde de Barcelona le había condecorado con la Medalla de Oro de la Ciudad al Mérito Artístico. Pero nada de ello contaba para un Bernadó desarraigado de su tierra, porque su tierra, o mejor, dicho, las administraciones políticas de su tierra, se había desarraigado de él. Un desarraigo este que muchos, en distintos ámbitos, compartimos.
Hace ocho años tuve el honor de compartir con Bernadó – y con el autor de la obra, Juan González Soto- la presentación en Madrid- en Barcelona no hubo lugar- del libro “Joaquín Bernadó. Hilo de seda y oro” (Ed. Bellaterra).
Y allí pude percibir en «el torero de las supremas elegancias» un dolida mezcla de rabia y melancolía.
Rabia y melancolía que es también tristeza en la afición catalana en el adiós del mejor torero catalán de la historia.