Paco March
En 1996 el cineasta José Luis Garci publicó su libro “Beber de cine”, continuando una serie iniciada con “Morir de cine” que después siguió con “Latir de cine”, “Querer de cine” y “Mirar de cine”. En todas esas obras y atendiendo al verbo que les da título y con el cine como leit motiv, el gran Garci nos lleva a un particular universo de realidad y ficción (la de las películas). Y, como irreductible admirador suyo que soy, tomo como referente “Beber de cine” cambiando beber por comer, para llevarlo a territorio taurino.
Un día de toros es eso, una jornada en la que los aficionados lo centran todo en torno a la corrida de la tarde. Algunos lo inician ya en el apartado matinal, sigue en el vermú, pasa por la comida y, acabado el festejo, la cerveza en el bar próximo a la plaza y, si se tercia, la cena. Todo ello en compañía de otros. Cada uno de esos momentos, que suelen prolongarse en el tiempo al calor de la conversación, tienen que ver con “la espera ilusionada” que escribió Jean Cau (el vermú, la comida) y el análisis de lo sucedido ( la cena). No conozco ningún otra actividad artística- me resisto a llamar espectáculo a la corrida- que provoque e invoque tales encuentros que, además, pueden sucederse- en caso de ferias- durante varios días seguidos, festivos o no.
Con los años el ajetreo de la vida laboral y social, el devenir político a la contra, más el progresivo aislamiento y/o ausencia de la tauromaquia en los medios, se han perdido la mayoría de tertulias taurinas (organizadas o no) que florecían aquí y allá en las ciudades y los pueblos en fiestas, muchas de ellas frecuentadas por nombres ilustres tanto del toreo como de la “intelectualidad”, que convocaban a los aficionados, entre platos, botellas y humo de cigarrillos y puros. Pero, como ha sucedido en esta temporada en cuanto la pandemia ha permitido recuperar ciertos hábitos, los aficionados no han perdido- al contrario- el de reunirse al reclamo del toreo.
Si los cenáculos políticos son reuniones secretas, cerradas y con pocos asistentes, las tertulias taurinas, más aún con viandas por medio, lo son abiertas, no selectivas, lúdicas. Las hay ocasionales, modestas, publicitadas, históricas (en vías de extinción), con caché…y en todas se trata del toreo y la vida, tan de la mano.
Ciudades y pueblos, aún sin plaza de toros, han tenido, siguen teniendo, su rincón taurino en el que convocar a aficionados y transeúntes, donde alimentar el cuerpo y el alma. Eso es “comer de toros”.
Uno, que escribe desde la Barcelona sin toros, recuerda algunos de los rincones gastro-taurinos de su ciudad (en la web Vadebraus apareció hace unos años una documentada guía), con Casa Leopoldo (“un restaurante que sabe a esencialidades”, escribió de él Manolo Vázquez Montalbán) entre ellos.
Cambió de manos Casa Leopoldo, una Casa Leopoldo 2.0, ya no con la gran Rosa Gil al frente y ahora cerrada, víctima de la pandemia pero no solo.
Rosa Gil, viuda de José Falcón, torero portugués muerto de una cornada en La Monumental e hija de Germán Gil, torero de posguerra con el apodo “El Exquisito”, que heredó el negocio de manos de su padre Leopoldo, y que era- de nuevo, MVM -: “ el maître más elegante de Barcelona…verle avanzar entre las mesas era asistir a una exhibición de faena de muleta, percibible incluso para los antitaurinos ). En Casa Leopoldo, entre azulejos con lances taurinos, se “comía de toros”, como se “comía de cine, de literatura, de teatro, de arte, de política” y también un exquisito guiso de rabo de toro (cuando había toros, traído del vecino mercado de La Boquería y, si el comensal preguntaba, sabiendo ganadería y lidiador).
En Casa Leopoldo ( “Vengo de parte de Pepe Carvalho- detective novelesco de MVM- , pónganme lo que ustedes quieran”, podía decir el cliente al llegar), en pleno Barrio Chino -ahora, en esta ciudad desnaturalizada de sí misma, Raval- se convocaba la cultura y la bohemia, tan de la mano; políticos; toreros… durante años la “Tertulia taurina Tendido 2”. De allí partió, después de comer, camino de La Monumental en la última tarde de toros en Barcelona, una comitiva variopinta, de nombres ilustres y aficionados anónimos, camino de La Monumental.
Sí, “comer de toros” es una celebración cultural, lúdica y gastronómica.
Alimenticia, necesaria.