Sevilla
es Curro; Curro es Sevilla. Romero tuvo la personalidad de hacer de La Maestranza un reloj donde se paraba el
mundo. Allá por el mes de septiembre, también tuvo la genialidad a sus ochenta
de afirmar que el Curro norteño era Urdiales. Y, por el momento, el de
Arnedo no está en una Feria que lo necesita más que nunca: no poner a Diego Urdiales es contradecir al que ha
sido dios maestrante durante cuatro décadas. Es contradecir a Curro.
En Sevilla, ciudad de liturgia en mano, de
serranito en Alfalfa y de silencio en Campana, Pagés todavía no se ha percatado
que la mayor liturgia, el mayor serranito en regusto y el más importante de los
cultos al silencio se los puede otorgar Diego Urdiales. Porque se los ha otorgado al
toreo en Madrid, que es más que Sevilla.
Es su
presencia el punto sobre la í que puede y debe marcar la Feria. Así. Porque la
marca y porque la merece (con figuras o sin ellas); porque la honra y porque la
siente; porque la entiende con torería y porque se la ha ganado una y mil veces
con las novias ganaderas que no quiere nadie. Sevilla, por el bien de todos, aún
puede rectificar. Tiene días.
No debe(ría)
deshonrar a unos de los únicos comunicados
que se han comunicado como se comunican las cosas en la vida: hablando como
Dios manda. Lo dijo Curro en
septiembre; ahora está a tiempo de tener un novio con personalidad. Que
comunica con humildad y que, sobre todo, siente lo que dice con la muleta. Aparte
de lo del culto, ese es Diego Urdiales.
FOTOGALERÍA: Diego
Urdiales en 2012 en Sevilla. Arjona.