JUAN GUILLERMO PALACIO
Dos jóvenes novilleros, Daniel Garzón y Andrés Paloma, sostuvieron estoicamente una pancarta expresando su apoyo, como toreros, al paro social que se lleva a cabo actualmente en Colombia. “Los toreros también somos trabajadores”, le decían a la sociedad.
Se expresaron en un escenario al que asistían millenials y animalistas, poblaciones decididamente antitaurinas. Hay que tener valor para permanecer en un escenario tan potencialmente hostil.
“Son espacios que se deben aprovechar para decir que el toreo es para la gente, es del pueblo. A nosotros no nos pueden discriminar porque nosotros también tenemos derecho a la libre expresión, a que nos respeten nuestros gustos y nuestra cultura”, afirma con vehemencia racional Daniel.
Su presencia en la marcha tenía, según ellos, varios objetivos: hacer visible a los toreros en la sociedad, desvirtuar la idea de que es una actividad elitista y reclamar por sus derechos laborales, los que les está negando la sociedad y el mismo mundo del toro, que poco a poco reduce el número de novilladas y cupos.
“Es el momento del país para decir: acá estamos, si esto va a cambiar que nos incluyan, que nos tengan presentes y que no tengan después como justificación para decir: la tauromaquia es de élites, eso hay que acabarlo”, afirma Daniel.
La tauromaquia se ha convertido en una actividad de la élite, especialmente en las grandes urbes. Por sustracción de materia, se ha ido alineando en las corrientes más conservadoras, ideologías que consideran que las creencias religiosas, el respeto consagrado a las normas y a la autoridad, el mantenimiento del statu quo y el libre mercado son las bases sobre las cuales se debe construir la sociedad.
Sin embargo, el origen de la tauromaquia es popular. Ningún otro arte ha tenido como cuna el matadero, entre tripas, jiferos y aves carroñeras. Desde Pedro Romero y Costillares, casi todos los toreros han surgido de las clases medias y bajas.
Es entonces un arte para todos: de Dominguín, compañero de cacería de Franco, y de la brigada 96, compuesta por toreros que pelearon en defensa de la República. De la élite capitalina y de los aficionados de La Perseverancia, suburbio gaitanista (mártir liberal socialdemócrata) vecino de la Santamaría. De los latifundistas vallecaucanos y de los campesinos boyacenses y cundinamarqueses. Del monosabio y del presidente de la corrida.
Las plazas de toros pueden ser escenarios de integración social. En el recorrido a su palco, el recientemente fallecido sociólogo e investigador del conflicto colombiano, Alfredo Molano, se cruzaba con líderes de los partidos políticos y de los sectores económicos sobre los que asumía posiciones críticas. Hacía estaciones, se estrechaban las manos y conversaban respetuosamente. Con el ministro, el líder gremial, el hermano del presidente, el procurador y el senador. Hablaban del país, o de la corrida, no lo sé. Lo hacían con respeto, sin ver al otro como un enemigo, dinámica que lastimosamente se ha tomado a Colombia. Un gesto que los engrandece, a él y a sus interlocutores.
Nunca olvidaré a dos jóvenes aficionados de extracción popular en una corrida mixta en la Macarena, en Medellín. Jamás he visto una manifestación de éxtasis más sincera y profunda en una plaza de toros: con gritos y abrazos, en medio del llanto, estos chicos celebraron la entrada al ruedo de cada uno de los caballos de la cuadra de Pablo Hermoso de Mendoza, como si estuvieran viendo a Madonna. Siempre pensé en ellos, si habrían podido regresar después de que cerraron el segundo piso de la plaza y la burbuja inflacionaria seguía su curso.
Históricamente los toreros han marchado para defender su derecho al trabajo. Las movilizaciones más recientes se han llevado a cabo en Manizales, Colombia, y en Guadalajara y Jalisco, México. El plantón de cuarenta días que mantuvieron estoicamente doce novilleros en las afueras de la Santamaría en el 2014 le dio visibilidad al derecho que asiste a los taurinos y a las reacciones violencia de de algunos antitaurinos.
Ahora que la fiesta no es popular ni goza de popularidad, cuando la sociedad nos cobra tantos años de exclusión y aislamiento, la tauromaquia se ha convertido en una expresión de la contracultura, aquello que es opuesto a lo establecido, que es marginado por la sociedad y es forzado a ejecutarse casi de manera clandestina.
Si la tauromaquia no es capaz de adaptarse a los códigos y narrativas de los millennials, centennials y baby boomers está condenada a desaparecer.
Allí radica el valor del gesto de estos jóvenes maletillas: que se insertaron nuevamente en la sociedad. El torero como héroe debe sintonizarse con su entorno, ser sensible a la realidad de todos sus conciudadanos. Si quiere volver a ser un referente social, deberá abandonar el papel de galán almidonado de club y trascender.
“Fuimos muy bien recibidos, no se imagina; no faltó el que dijo: ´toreros asesinos´, pero fueron más las reacciones positivas que negativas. Al principio teníamos nervios, ese temor, pero abrimos la pancarta y decidimos echar pa´ lante y caminar. Como en la corrida. Y la gente nos recibió, nos acogió: “bienvenidos”. Mucha gente se sorprendió y nos aplaudió”, reporta con satisfacción el novillero Garzón.
Los toreros en Colombia no han construido un sólido sistema sindical. La agremiación nacional no tiene cómo hacerle contrapeso a su par español, como sí lo han hecho en varios períodos de la historia los toreros mexicanos. Los intentos de unión para defender sus intereses ante las empresas casi siempre se han marchitado. El interés particular ha traicionado el bienestar general. Eso, tal vez, explica el débil peso del torero colombiano en el escenario mundial, porque sus logros son el resultado del esfuerzo individual y no de un trabajo colectivo.
Los aficionados tampoco hemos defendido la fiesta con el mismo valor que han tenido estos jóvenes. En Medellín apenas fuimos capaces de convocar unas treinta personas en una manifestación frente al ayuntamiento municipal.
“Muchos nos critican, dicen que estábamos marchando con nuestros verdugos. Nosotros no lo vemos así. Quienes están marchando allá son el pueblo colombiano, y es a quienes necesitamos regresar o llevarlos a las plazas de toros. Son ellos y los taurinos, unidos, los que vamos a salvar la fiesta brava”, afirma con convicción Andrés Paloma.
Se refiere a algunos taurinos que califican en redes sociales la decisión de los novilleros como un error. Estos aficionados argumentan que el paro social que experimenta actualmente Colombia tiene relación con el proyecto político del senador de izquierda Gustavo Petro, quien hizo presencia en las manifestaciones del 2017 contra las corridas de toros en la Santamaría, en las que muchos taurinos fueron agredidos.
Tienen razones, pero comprometer un arte con una ideología y vivir aislados, temprano o tarde empujará a la fiesta al abismo de la prohibición.
La legitimidad social se obtiene participando activamente en las causas de los demás. “Las guerras actuales no se ganan en el escenario de batalla sino en el terreno de la opinión pública”, sostiene el experto en comunicación, conflictos internacionales y periodismo taurino de la Universidad Complutense de Madrid, Alejandro Pizarroso.
La lógica es simple: si marchas por otros, otros marcharán por ti. No hay Juncal sin Búfalo y sí hay Búfalo sin Juncal.
Que las damas vuelvan a visitar a los enfermos en su lecho, las figuras a poner su nombre en los carteles de las causas benéficas… en Teletón, la Caminata por la Solidaridad y el Banquete del Millón; que los sindicatos de toreros vuelvan a ser solidarios con las asociaciones de trabajadores hermanas; que los toreros jóvenes establezcan puentes con los millennials; que los tendidos altos se abran también para los sectores populares, que las empresas multipliquen su esfuerzo y asignen cupos por meritocracia, y que los taurinos no seamos indolentes a las duras condiciones en las que viven millones de personas en este país. Solo así nos volverán a expresar respeto, agradecimiento y admiración. Es el único camino posible para la relegitimación.