Se suele decir que cualquier tiempo pasado fue mejor, y en muchos casos no es del todo cierto, aunque en el mundo del toro hay que decir que la nostalgia del pasado y la pérdida de identidad de la fiesta nos lleva a pensar eso. Un mundo donde ha perdido peso el apoderado independiente no puede ser una buena noticia, un mundo del toro donde prima el cambio de cromos y el compadreo en vez de la meritocracia tampoco deja en buen lugar al sector, o un mundo donde muchas de las ferias las hacen alguno de los mandamases del sector en vez de los empresarios de dichas plazas, tampoco debe ser para sentirnos orgullosos.
Para que el sector funcione, cada uno debería dedicarse única y exclusivamente a su parcela: el empresario, empresario; el apoderado, apoderado; el ganadero, ganadero. Siguiendo esta norma, la cartelería de muchas ferias no se vería condicionada por los favores que unos debieran a otros, algo que sin duda baja la calidad de los festejos, yendo esto en detrimento de un aficionado que ve como feria tras feria no se le da aquello que pide.
Verte obligado a contratar a un espada por el mero hecho de compartir apoderado con otro no tiene justificación, y el ejercer esa presión por parte de los apoderados es algo que estando en su derecho no les deja en buen lugar. Un torero debe entrar en las ferias por los méritos contraídos y no por otros factores que nada tienen que ver con ello. Un lastre que también ralentiza a un espectáculo que se empeña en seguir cometiendo los mismos errores. Y cuán sabe de eso Maximino Pérez, el artífice de lo que hoy conocemos como la «Champions» del toreo que está apunto de comenzar un año más.
La primera labor del empresario es conocer a aquel que pasa por taquilla, saber de sus gustos, de qué toreros o ganaderías tienen más tirón en la zona, porque así le estaría dando a su potencial cliente aquello por lo que realmente está dispuesto a pagar. El mundo del toro hace tiempo que quedó anquilosado en el pasado, aquí no se hacen estudios de mercado, porque si se hicieran no veríamos muchos de los carteles que hoy en día proliferan por nuestra piel de toro.
Para crear el empresario tiene que ser libre y no estar sujeto a condiciones externas que no le dejen serlo. Hay determinados toreros que por h o por b no encajan con la idiosincrasia de una determinada plaza, y eso es algo que debe conocer el empresario. Si hablamos de temas ganaderos es algo con mayores aristas, ya que la labor del empresario es hacerle atractiva esa propuesta el torero en cuestión, la mano izquierda es fundamental en este sentido.
Para darle viabilidad al espectáculo, éste debería también estar menos encorsetado, es decir, tener menos intervencionismo por parte de las administraciones en las plazas públicas -como precisamente ocurre en Cuenca-. Antes hablábamos que para ser creativo hay que tener libertad, y eso hay muchas veces que no se refleja en unos pliegos donde se te condiciona a una serie de nombres para poder tener la adjudicación de la plaza, ¿le debe decir un político a un empresario que tipo de torero contratar? ¡Qué osadía!
Se entiende que se busque la calidad, que estén los toreros que demanda el aficionado, pero eso no implica cerrar una baraja de nombres que no le den la posibilidad al empresario de crear, porque esos es esencial para el futuro de un espectáculo que se sustenta en su mayoría por aquel que pasa por taquilla quedando muy reducida la cuantía que llega a los bolsillos de los empresarios por publicidad.
Estas líneas serán un brindis al sol, mientras que no se reestructure un sector donde demasiadas veces no impera la meritocracia, o si no que se lo pregunten a toreros como Fernando Adrián, espada que tras pasear cuatro orejas en la primera plaza del mundo únicamente encontró acomodo en Cuenca. Pero el grave problema no está, que también, en la falta de contratos del madrileño, sino en la pérdida de peso de una plaza que ya no te cambia la vida como pasaba antes y sí lo hace es aceptando la llamada de ciertos apoderados que actúan como comisariado y no como lo que realmente deberían ser.