La tarde iba para fiasco (también la retransmisión de Mundotoro TV) cuando salió el quinto de El Parralejo, «Príncipe» por buen nombre, Daniel Luque se abrió de capa…y brotó el toreo , la belleza del toreo expresada por un toro bravo y un torero henchido en su máxima expresión artística.
A 1000 kms del lugar de autos y en un ¡ay! por si la señal televisiva volvía a hacer una de las suyas, quien esto firma vivió y gozó (casi) como si estuviera en el templo maestrante una faena, qué digo, un todo en el que cada pase, cada serie, superaba al anterior mientras «Príncipe» embestía con brava nobleza haciendo surcos en el albero.
Empezó ya en las verónicas de inicio, puro compás, siguió en un tercio de varas que tomó con fijeza y ya en el último tercio fue el acabóse.
Brutal belleza en el torerísimo inicio y luego tandas en redondo en el que Luque toreaba con el alma mientras la cintura acompañaba lo que el corazón mandaba. Los primeros acordes de «Suspiros de España» acompañaron sin contradecir la bergaminiana música callada del toreo
La muleta en la izquierda y Luque llevando las embestidas con ajuste, temple y largura. El toreo, un volcán en eurupción desbocada cuando llegaron las luquesinas copyright y una estocada de libro.
Rindió su vida el toro no sin, con su resistencia a doblar, volver a expresar su brava condición.
Dos pañuelos blancos y uno azul premiaron a los artífices de una obra que, desde ya, entre en el libro de honor de La Maestranza, santo y seña del toreo.
Daniel Luque y «Príncipe» tocaron la gloria. Y fue glorioso.