Llega el viajero a Castellón en fiestas desde la Barcelona sin toros al encuentro del toreo, una escapada ida y vuelta, oxígeno para el alma.
Amigos, arroz, vinos y risas en la espera ilusionada de la hora lorquiana. En el paseíllo Perera, Ortega y Aguado, en los corrales toros de Puerto San Lorenzo y Ventana del Puerto.
Sin pena ni gloria pasan los tres primeros y llegados al cuarto Perera, quietud y mando por bandera cuaja una faena plena de dominio que pese al fallo a espadas le supone pasear una oreja de mérito.
En el quinto…¡ay en el quinto!. Ortega dibuja en el quite tres delantales y una media que son poesía.
Muleta en mano, el acabose. No se puede torear más despacio, más arrebujao, más arrebatao. Y esa manera de entrar y salir de las suertes.¡Qué locura!
«El torero, de estatura mediana; dando a los brazos lo que es de los brazos, salida; a los puños lo que es de los vientos, aire; a la cintura lo que es del agua, desliz; a las piernas lo que es de las piedras, quietud».
Así describía Max Aub su ideal del torero perfecto. Tal vez, Juan Ortega.
Con la plaza convertida en clamor , turno final para Aguado, pura sutileza, alado capote, muleta de caricia.
A hombros se llevaron a Ortega hasta la furgoneta y el gentío reflejaba en los rostros la inmensa felicidad que provoca el toreo hecho y dicho tal que hoy en el coso del Paseo Ribalta