La historia de la tauromaquia está llena de toreros que no han sido valorados suficientemente por las empresas, espadas a los que se le achacaba una cierta irregularidad para dejarlos arrinconados en una parte del escalafón que no le correspondía. Ese fue el caso de un Diego Urdiales que desde que tomara la alternativa ha mantenido el camino que le dictaba su corazón, un camino donde su concepto era inamovible, toreara una, quince o ninguna.
Diego se ha convertido, de unos años para acá, en un torero de culto comn unos partidarios absolutamente leales que tienen su pasión por Urdiales como religión. Pero, además de eso, Diego es un torero de Madrid, donde habrán salido o no las cosas, pero siempre ha dejado su poso de solera, de veterana torería, porque a los únicos a los que les importan las orejas que corta Diego son a los empresarios para bajarle la pasta.
Este 2023, desde su obra en Azpeitia a un toro de Ana Romero, ha sido una constante al alza que han tenido las dos tardes en Logroño -a hombros ambas- como aduana fundamental para ser uno de los espadas de final de año. Y todo a pesar de su ausencia en Bilbao, donde no se acarteló porque consideró que no se estaba respetando su historia en esa plaza con la oferta que le hicieron. Porque ahora se puede permitir decir que no a aquello en lo que no cree. El que no se puede permitir decirle que no a Diego cuando la temporada se pone así es el propio toreo.
Ahora, baja de Morante en la Hispanidad, las otras dos posibles en el abono otoñal y las dos bajas en Zaragoza -también de José Antonio- ponen en el candelero de las sustituciones a un torero de culto que, además, ha tenido un septiembre para enmarcar. Plazas de primera donde no puede suplir cualquiera ni se puede improvisar un mano a mano simplemente por abaratar un cartel, porque se faltaría al respeto al aficionado. Y el aficonado, sin duda, vedría con buenos ojos al único torero que, hoy por hoy, puede sustituir a los que no estarán. Así que, no hay más opciones: Urdiales, calienta que sales…