TEXTO: MARCO A. HIERRO / FOTO: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO
Hay muchas formas de pisar un ruedo, y no hay una sola que sirva para conseguir el objetivo del triunfo. Cuando es el triunfo el que se persigue, claro. Uno puede jugarse los cuartos a ser valeroso, artista, personal, kamikaze o hasta equilibrista de circo vestido de alamares. Al final, todo vale si el objetivo que se persigue termina llegando a una espuerta enorme. Para eso hay que jugarse la vida delante de un toro, porque es la profesión que se ha elegido, pero hay múltiples desarrollos de ésta para ser un buen profesional.
Pero cuando el objetivo cambia, debe cambiar también la forma de andar en un ruedo, la manera de pisar la arena y hasta el modo de respirar el mismo aire que los demás. Porque cuando uno se adentra en los terrenos que ayer pisó Javier Cortés en Las Ventas, con esos dos pedazos de toros y esa verdad tan manifiestamente clara, debe ser mucho más difícil respirar. A mí se me hace imposible. Y entonces la diferencia entre conseguir y ser queda meridianamente franca.
Cortés se fue a Madrid para pisar donde huele a pólvora, y se hizo pesado donde menos pesan los pies, y se hundió donde se suele buscar la superficie para nadar y guardar la ropa, que hay que buscar muchas batallas más. Tantas veces se escucha lo de «en Madrid hay que morir» que se nos olvida que donde huele a pólvora se pisa para que esa posibilidad pueda hacerse realidad. Porque allí no hay ligerezas, y nada sirve en ese trozo si no se hace de verdad. Y con verdad. Con la mayor que uno sea capaz de hacer que aparezca.
La forma de pisar el ruedo de Javier Cortés en Las Ventas nos recordó que este rito no es nada -o es mucho menos- si no se dice la verdad. Aunque no todos esté preparados para escucharla, aunque atribuyan a los destemples los enganchones que llegaron con el muñeco melocotón que hizo segundo y no con el resultado lógico del desafío imposible a la física con los pies. Porque cuando pisan pólvora y están asentados lo de menos es si el trapo tiene más o menos un doblez. Ese doblez será el único que se vea en tal toreo. Y Javier lo sabe.
Como sabe a estas horas que de allí, del sitio donde huele a pólvora en que remató aquella serie que crujió Madrid, no te escapas ni con alas. Y, a pesar de todo, se puso. Porque allí donde huele a pólvora se venden más caras las almas, y un pito se le importa al destino que llegasen cobrando los mínimos. Ese es el camino que tendrá que recorrer el que quiera ser en el toreo. Porque el triunfo -y más con las orejas concedidas en los últimos días- no es más que para estar…