Hemos derramado tinta hasta la saciedad con el peliagudo asunto de la carencia de toros para el año que viene. 2024 vendrá con un carro de parches en las corridas anunciadas, sobre todo en las plazas de primera categoría. Pero ese no es el problema más grave al que se enfrenta el toreo. Al fin y al cabo, ese contratiempo dejará de serlo en un futuro cercano y el sistema seguirá girando la rueda que lo apisona todo. Y seguirá sin darse cuenta de que tiene un problema muchísimo mayor: no sabe crear figuras.
La retirada por sorpresa -aunque no tanta- de El Juli a final de temporada ha hecho saltar las alarmas de los más inteligentes. Los demás siguen a lo suyo. Y es que lo cierto es que quien se va -aparte de un figurón de época que en su momento sí supo empujar y pudo hacerlo incluso más-, es la segunda pata que sostiene el tinglado de los abonos, que es como sobrevive el actual sistema taurino. Porque hoy lo importante ya ni siquiera es cuánta gente lleva Roca Rey -el más taquillero del momento- a verle torear, sino cuánto tira del abono. Porque sus elevados emolumentos -que no perdona como pueden hacerlo otros- están derivados de su RENTABILIDAD. Palabra clave donde las haya.
El sistema de abonos, tal como está creado hoy, busca reunir a los más taquilleros -no tienen por qué ser los mejores, pero sí los más famosos- no para ganar dinero con el ‘No Hay Billetes’ que cuelgan, sino con la corrida de los tres pobrecitos que se estrellan con el encierro más feo por los mínimos -en el mejor de los casos- y rezan para que no se equivoque alguno y triunfe, porque entonces le tendrá que pagar más dinero el año que viene… O directamente -como se viene haciendo desde hace unos años- no repetirlo por el artículo 33. Y nadie va a preguntar, porque nadie promocionó ese éxito, que ni siquiera la empresa supo apropiarse como imagen y publicidad.
Y entonces llegamos al momento actual. Ese en el que El Juli se va, Morante se irá no tardando mucho, Manzanares aguantará lo que le permita la espalda y Talavante seguirá hasta que se aburra un día y diga «hasta luego, Lucas». Entre ellos, Roca Rey y un Castella que ha regresado como un chaval, pero los 40 ya no los cumple, tienen que sostener el tinglado de los abonos. Es decir, que a corto plazo, no tenemos más que a una figura taquillera -lo que viene siendo una figura de toda la vida- con proyección de futuro y corta edad para durar mucho. Y todo el mundo rezando para que dure mucho.
Pero habría que preguntarse qué pensarán tíos como Paco Ureña, Emilio de Justo, Miguel Ángel Perera -al que han bajado del carro por su insistencia en la independencia-, Fernando Adrián -con dos Puertas Grandes en Madrid y sin coger aún ni una sustitución-, Ginés Marín, Pablo Aguado, Juan Ortega o -sobre todo- Daniel Luque. Tomás Rufo va por otro camino, porque está llamado a ocupar el lugar que deja Juli en las ferias, como es preceptivo, apoderándolo la misma casa. Todos esos han tenido que tragar carros y carretas para que las grandes ferias sacaran pecho utilizándolos a ellos de reclamo barato que remata los carteles. Alberto López Simón -con cinco puertas grandes de Madrid- se fue aburrido por todo ello. Alberto Lamelas -que tendrá lo que sea, pero jamás elude el compromiso- ni ha pisado Madrid este año, y Fernando Robleño lleva seis corridas de toros hasta el momento. Por no hablar de la horrible gestión de lo que significó y marcó el escenario el triunfo de Francisco de Manuel el pasado Otoño. Y estamos de acuerdo en que ese tipo de toreros deben existir y han existido toda la vida, pero al que triunfa de verdad y está en edad de ‘merecer’, hay que convertirlo en figura, y no pararlo porque no entra por el aro.
Si no, el chaval que hoy se apunta a la escuela de tauromaquia con la mirada puesta en ser matador de toros debe saber que no hay nada de cierto en que esta es la profesión más bonita del mundo, porque lo cierto es que te van a putear haciéndote propuestas que no están acordes con tus méritos -caso de Javier Cortés este año en Madrid-, o que contratan al que dice la figura porque es barato y no va a molestar, o se ‘olvidan’ de contar con Paco Ureña en Sevilla después de jugarse la vida el año anterior, o tienen a Morenito de Aranda poniéndose delante de alimañas por la Francia más dura para no quedarse en casa, después de ser uno de los toreros que más orejas ha cortado en Madrid. No saben crear figuras. O vienen lanzadas y sin ninguna necesidad de su participación en el asunto -caso de Roca Rey o Tomás Rufo– o van a tener que subirse a un andamio y pintar paredes, como tuvo que hacer Diego Urdiales hasta que llegó el toro que lo hizo enseñar quién era.
El toreo, en otro tiempo, era grandeza, era una transmisión de valores, como la lealtad, la generosidad y el agradecimiento, pero sobre todo el respeto. Y ese es el que se le ha perdido a los toreros -o éstos no han sabido ganárselo en un momento determinado-. Y así, es muy complicado que ese sistema se mantenga vivo, porque no buscará la estabilidad, sino la supervivencia. Y está el patio… Como para que sea un auténtico milagro que un chaval, hoy en día, decida que va a intentar ser matador de toros. De ser figura, ni hablamos.
Eran otros tiempos, es verdad, pero una cosa parecida sucedió cuando a Joselito el Gallo, en plena juventud de edad y madurez profesional, lo mató un toro en Talavera. Y Belmonte nunca volvió a ser el mismo. Y los carteles -y por ende los tendidos- se quedaron huérfanos hasta que aparecieron Chicuelo y Manolete para redefinir lo que era esto, y Luis Miguel después, y Ordóñez, y El Cordobés, y Puerta, Camino y El Viti. Cuando la Fiesta se cuajó de toreros que llevaban gente a las plazas per sé, y no juntando la fuerza de uno con la de los otros. Cuando existía el talento para crear figuras.
Pero esa capacidad, esa magia, esa inteligencia y esa sabiduría que hoy no existe, ¿dónde quedó para que volvamos a buscarla…?