Pocas veces se ha visto, en un mundo tan miserable como el que puebla las tripas del toro, una actuación tan profundamente miserable como la que ha protagonizado Ramón Valencia -a la sazón, empresario de Sevilla-, contra el que considera su principal rival para hacerse con las riendas de Sevilla: José María Garzón. La campaña que se ha puesto en marcha en Santander es una excusa para jugar el verdadero partido, que comenzará cuando concluya, en 2025, el contrato que une a Pagés con el Baratillo. Hay otros muchos que han demostrado ser perfectamente válidos para gestionar una plaza tan peculiar como La Maestranza, pero a Pagés le importa Garzón. Por algo será…
El ‘mandamás’ de Pagés -que ahora tiene a su hijo al lado, en pista para la alternativa empresarial- quiere que le prorroguen el contrato al frente de la segunda plaza más importante del mundo. Y tiene miedo. Pero su relación con esta palabra no es de cautela, ni de paciencia. Ni siquiera de alerta activa. Es de huida hacia adelante, de adelanto a una acción que no sólo no se ha producido, sino que somos los medios los que la hemos supuesto -por una cuestión de aplastante lógica-. Porque hablamos de Sevilla, y José María Garzón es sevillano. Viviente, andante y practicante. Y con mucha familia entre unos maestrantes que personifican la idiosincrasia de Sevilla, y una imagen pública y profesional tan peligrosa que hasta el propio Ramón se ve más fuera que dentro.
Hombre, a eso también ayuda que el empresario, manchego él para estas cosas, tuvo los bemoles de llevar al Juzgado por el IVA a los que quiere que le prorroguen el contrato, acción a todas luces estúpida excepto para Pagés y sus asesores. Porque eso, don Ramón, tendría un pase cuando uno se ve fuera, y por eso defeca dentro; pero cuando quiere permanecer en el chiringo, está feo encabronar a los amos del castillo.
Uno amos que, además, no habrán visto con buenos ojos que haya llevado también a los tribunales a Onetoro, empresa que le ponía una pasta desconocida hasta entonces en la ciudad y de la que una de sus cabezas visibles es Luis Garzón, tan sevillano, practicante y familiar de muchos maestrantes como el propio José María. Como si fueran hermanos, vaya. Como si pudiera inferirse una relación de causalidad en todo este asunto, que ahora quiere jugarse en Santander, pero tiene su epicentro a 900 kilómetros al Sur.
Para colmo, otro ‘sevillano’ Diego Ventura -que tiene arrestos como el que más y no suele esconderse- confirma anoche en ‘El Séptimo Toro’, programa de Radio Intereconomía que conducen Gonzalo Bienvenida y Carmelo López, que en Santander estaba «todo hablado y en orden» con José María Garzón. Y su carta de compromiso allí no era tal, sino un precontrato en toda regla que incluía -buena jugada la de Andrés Caballero- todas las demás plazas de Garzón y los emolumentos en cada una de ellas. Por cierto, con un considerable incremento en los emolumentos del torero que Garzón, por sí mismo, no hubiera firmado jamás, porque a nadie le gusta perder una mano de mus. Ahora, don Ramón, ¿qué hacemos…? Aparte de quedar en ridículo una vez más y de ser tildado de rastrero por casi todo el mundo del toro…?
Así las cosas, habrá que ver cómo se van desarrollando los acontecimientos durante la temporada, porque Juan Ortega es de Sevilla y lo apodera Garzón. Y cuando vayan a reunirse para ajustar las condiciones… convendría no acercarse a esa habitación. Pero Zulueta, eso se puede asegurar, toreará en las plazas de Lances de Futuro, como ya ha manifestado a muchos compañeros un Garzón que entiende que los toreros no tienen culpa de los tejemanejes de sus apoderados. Pero tampoco deberían colaborar con ellos, o no extrañarse luego de que sucedan las cosas lógicas que ocurren cuando existen estas acciones. ¿O no conocen la tercera ley de Newton…?