Hay veces que el problema no es no saber. El problema es saberlo y, aun así, entregarle las llaves del pueblo a un pirata. Porque no hablamos de inexperiencia, ni de juventud, ni de tropiezos propios de quien empieza. Hablamos de sinvergonzonería estructural. De hacer negocio a costa del bolsillo público, de toreros a los que se les ningunea, de ganaderos a los que se les engaña, y de pueblos a los que se les toma por imbéciles. Porque eso es lo que está ocurriendo, por ejemplo, en Cenicientos. Y eso es lo que va a seguir ocurriendo si no paramos a tiempo a los Raúl Montero de turno. Un tío que se embosca detrás de empresas que nunca están a su nombre porque las sentencias firmes de los Juzgados contra él son numerosas.
No se puede seguir mirando hacia otro lado mientras algunos ayuntamientos se entregan —con sonrisa cómplice o con ignorancia imperdonable— a gestores de medio pelo que lo único que saben del toro es lo que pueden chuparle. Y lo hacen con descaro, con desprecio por el esfuerzo de los profesionales del sector y con la desfachatez propia de quien se sabe impune. Porque ¿cuántos pueblos más van a tener que sufrir la misma estafa vestida de pliego? ¿Cuántos Cristóbal Reyes o Alejandro Conquero van a tener que tragarse el orgullo y quedarse fuera por defender su dignidad? ¿Cuántos toreros más van a ser tratados como basura?
Que no se nos olvide: cuando un ayuntamiento firma con un personaje de estos, no está promoviendo la tauromaquia. Está firmando una sentencia de muerte. Para el prestigio del pueblo, para la confianza del profesional, para la dignidad del sector. Está diciendo, bien alto, que le da igual todo eso mientras alguien le prometa hacer la feria “barata y sin problemas”. Aunque luego vengan los problemas, las ausencias, los comunicados y los toreros sin vestir.
Y cuando uno rasca un poco más en la superficie, como se ha hecho con lo que ha ocurrido en Cenicientos en los últimos años, el hedor es insoportable. Una feria con anuncios a bombo y platillo, sin contratos firmados, sin seguros en regla, con documentación fuera de plazo, con amenazas a toreros para que salven los muebles a última hora, con ganaderías que no sabían ni que estaban anunciadas, con licitaciones bajo sospecha y con un consistorio desaparecido, mudo, cobarde o cómplice. Todo eso ha pasado en un pueblo de Madrid que se mostraba como ejemplo de la integridad y de la huída del fraude. Imagina si esto se repite en decenas de pueblos sin el foco mediático encima o con toreros sin la valentía suficiente para denunciar a los golfos.
Y encima, cuando un torero como Cristóbal Reyes —que no es una figura, pero tiene la vergüenza torera intacta— se ve obligado a matar dos torazos de los que bien podrían saltar en Las Ventas un Domingo de Ramos, nos damos de bruces con la miseria real de todo esto. Porque Cenicientos no es plaza de tercera al uso: es una plaza de tercera con exigencias de primera. Y quien se pone delante ahí, lo hace con el alma. No son tres orejas las que se buscan, son tres vidas las que se arriesgan. Dos toros, propios de Madrid, para un torero con apenas los mínimos reglamentarios —cinco corridas de toros lidiadas en total—. ¿Y a cuánto se paga eso, según el BOE? Exactamente a 19.402 euros. Ese es el mínimo legal por enfrentarse a dos Miuras de pueblo. Que son los mismos Miuras de Las Ventas, pero con menos focos y más abandono.
¿Alguien cree que un gestor como Raúl Montero está pagando esa cantidad? ¿De verdad alguien puede mirar a otro lado mientras a un torero se le promete una limosna —o directamente nada— por jugarse la vida en esa trampa? Porque eso es lo que es: una trampa. Legalmente peligrosa, éticamente miserable y profesionalmente insoportable.
Esto no va de toreros cabreados o de empresas rivales. Esto va de la supervivencia de un modelo. Y tipos como este Raúl Montero -insistimos en que es quien está detrás de la empresa, pero no figura en ninguna parte- deben erradicarse del negocio taurino, porque si permitimos que los Montero de este mundo se multipliquen, lo que nos espera es un páramo de desconfianza, desinterés y ruina. Y ahí no hará falta antitaurino que venga a firmar la defunción: ya la habremos firmado nosotros.
Hay demasiada verdad en el toreo como para dejarlo en manos de los que viven de la mentira. Hay demasiada sangre derramada, demasiadas ilusiones rotas, demasiadas vidas entregadas a esto como para permitir que lo pisoteen unos cuantos espabilados que no lograron, en su día, alcanzar las metas que se propusieron con los trastos en la mano.
Los pueblos que aún creen en la tauromaquia no pueden seguir cayendo en estas trampas. Y los Ayuntamientos que no establezcan un proceso legal, limpio, competitivo y libre para el negocio, estarán corriendo el peligro de prevaricar, y ya es hora de denunciar este tipo de actuaciones, porque quien contrata, lo está haciendo en nombre del Consistorio y, por lo tanto, éste se debe a la responsabilidad de cuanto se ejecute en su nombre. Si quieren feria, que la hagan con dignidad. Y si no, que no la hagan. Pero que no la pongan en manos de quienes se han ganado a pulso el desprecio de todo el sector. Porque hoy ha sido Cenicientos. Y mañana puede ser el tuyo.