EDITORIAL

Le toleramos, señor Urtasun, ¿por qué usted a nosotros, no?


viernes 3 mayo, 2024

El ministro ha suprimido esta mañana el Premio Nacional de Tauromaquia, cumpliendo con la premisa de su grupo de propiciar su abolición

Medallas De Oro Bellas Artes (1)

Voltaire dejó dicho: «Para nada estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero defenderé con mi vida su derecho a decirlo». Se ve que una frase tan progresista y adelantada a su tiempo no tiene cabida hoy, dos siglos y pico después, en una sociedad que se dice democrática. No está de moda eso de respetar, de escuchar, de empatizar y de tratar de alcanzar puntos comunes, que es para lo que se creó el modelo de sociedad que hoy nos circunda. No es el momento de la concordia, la comprensión y la voluntad de restitución de la importancia de la persona como sujeto de derechos -y de obligaciones, claro, no existe una cosa sin otra-. Ya no tratamos de alcanzar metas importantes: sólo tener la mejor idea para que se traduzca en votos favorables. Pero los de la quinta de la Constitución recordamos un tiempo en que esto fue de otra manera.

Y en esa otra manera de gobernar, de legislar y de sentenciar se valoraba la tolerancia, porque entonces nos podía salvar la vida. Comprendimos que al prójimo había que tolerarlo, lo que no significa ser su amigo, ni su compadre, ni siquiera su enemigo: sólo tolerarlo. Soportar su presencia y aceptarla como parte de esta sociedad creada para vivir en comunidad, para beneficiarnos todos de la solución de los problemas comunes y apoyarnos en su solución. Pero no está claro en qué momento de este viaje todo se torció para comenzar a crispar las opiniones. A no tolerar.

Tal vez porque el estado de bienestar alcanzado era tal que había que enfangarlo mancillando el ámbito del derecho de los demás, que empieza siempre donde concluye el tuyo. Quizá nos acomodamos demasiado en la educación, el respeto por unas instituciones que habían estado vedadas durante tanto tiempo, el ansia por recordar que nos contaban nuestros mayores que habían corrido delante de los grises. Y un día, sin saber muy bien cómo, la Tauromaquia se convirtió en la herramienta perfecta para blandir políticamente. Era la cortina de humo adecuada para tapar lo que sucedía en la trastienda con nuestros impuestos, con nuestro esfuerzo, con nuestra ignorante confianza en que nadie iba a delinquir con eso. ¡Cuánta confianza en el género humano, y qué poca previsión de lo que harían los que jamás escucharon una bomba cerca de su casa!

Los taurinos nos dejamos ganar porque nunca consideramos adversario al que de verdad lo era. Lo apartamos de nuestros pensamientos. Nos olvidamos de él. Pero jamás dejamos de tolerarlo. NUNCA. Era como ese perrito que te muerde, colérico, el bajo del pantalón mientras tú esperas paciente a que lo suelte porque no merece que le hagas daño. Se nos habría olvidado su existencia de no haberse quedado mordiendo la pernera en bucle. Por defensa, por nada más. Y seguiríamos ignorando los cuchillos si no los lanzasen directamente contra nuestro cuello.

Pero el día que la izquierda, en toda su extensión, enarboló la idea de la abolición de la Tauromaquia y se apropió de un bien que a nadie más que al pueblo perteneció jamás, reveló su auténtica postura para con esta manifestación cultural: no la tolera. Entonces se da una circunstancia muy curiosa, a la vez que paradójica, porque los que afirman ser progresistas pretenden serlo blandiendo una idea tan antediluviana como la intolerancia. Porque nosotr@s, l@s taurin@s le toleramos a usted, señor Urtasun, ¿por qué usted a nosotr@s, no? ¿Cree que es esa la forma de gobernar para todos? ¿Entiende que legislar sobre formas de pensar, divertirse o disfrutar de un espectáculo es fomentar el libre pensamiento? ¿Podría retirar -de una vez- las manos de un arte que lo es porque así lo recoge el pueblo, pero también la Ley?

¿Por qué no nos tolera, señor Urtasun? Es una pregunta que debe hacerse si quiere seguir perteneciendo a una corriente progresista de la sociedad, pero también si no fuera así. Porque la tolerancia y el respeto son vitales para el buen funcionamiento de la sociedad, y lo que están fomentando los que deben gestionar esos valores es precisamente que el pueblo diga: «Hasta aquí». Cometiendo ilegalidades como esta, gobernando según le dé el aire y sólo para los que comparten sus postulados no se es ministro de una democracia. Por mucho que se le llene la boca con la palabra…