Fue la fe la que hoy le llevó un despojo a la mano a Pepe Moral. La fe, no lo duden, que dicen que mueve montañas y esta tarde le echó un órdago a la mansedumbre para que lo vean los que dicen que no llega el toreo cuando no hay emoción. ¿No será que la emoción, como la suerte, no se esconde siempre en el mismo lugar?
Cuesta creer -a mí el primero- que a un toro como ese sexto le cuelgue una oreja insospechada, soslayada por la mansedumbre, el anodino trotar, la espesura de formas de un animal para cerrar un desastre. Cuesta como lo hace creerse que los dos primeros toros no llegasen a la muleta con el manojo de virtudes que levantaron las esperanzas en los primeros tercios. Ver para creer. Pero así fue, y pareció un milagro. ¿o no…?
Aburre mucho ver al toro manso con su caminar bobalicón, su fardo de kilos a cuestas -por pocos que sean- y su desesperante huida de la pelea. Así es por líneas generales. Pero no es este de hoy el primero que se le ocurre huir tras el trapo cuando se lo dejan tan a huevo que no es capaz de despegar el belfo de los flecos de la bamba. Se llama lidia, y todos los toros la tienen, pero unos más que otros.
Lo más importante para que surja el milagro es, sin duda, que un tío con dos pelotas, la cabeza fría y la ambición por conseguir metas mantenga la calma y confíe en su tauromaquia para que se le vaya detrás del trapo la media virtud del toro que ya dan por muerto. Y ese tío, hecho a milagros como el pellejo al vino, tiene tan claro que quiere ser torero como que se llama Pepe Moral. Tanto tiempo en el ostracismo le ha macerado el toreo en la cabeza, pero también en el alma, y hoy estaba en su plaza. Pero no les quepa duda que volverá a hacerlo en las otras. Ya lo avisó el año pasado.