Madrid cortado por una maratón. Madrid en manifestación permanente de adhesión (no sé yo si inquebrantable, como antaño). Y a todo esto, el viajero pensando en su cita con el toreo, a las 6 en punto, en Las Ventas. Es lo que tienen los placeres prohibidos.
Y allí estaba, media hora antes, sentado en la piedra del tendido, saludando a amigos/as y conocidos/as, reencuentros taurinos tantos meses después.
No era -aún- una tarde isidril, tampoco eso que los cursis llamarían cartel de tronío, pero poco a poco la plaza se fue nutriendo de público y a la hora del paseillo no estaba nada mal la cosa.
Tres toreros en muy distinta circunstancia profesional y en los chiqueros seis despampanantes cornúpetas (¡vaya pitones! ¡vaya pitones! amplios, astifinos) de Araúz de Robles.
Lo que ocurrió en las menos de dos horas de su lidia lo cuenta aquí al lado David Jaramillo y bien está.
Pero sí añado algún apunte, subjetivo por su puesto.
El primero es la sorpresa por la profusión de pañuelos verdes ( tan relucientes ellos) en el tendido que están entre el 6 y el 8, aireados con un entusiasmo que ríete tu del que, en sentido contrario y con pañuelos blancos , agitan los públicos ( que , por supuesto, no tienen ni idea y solo van a divertirse) cuando de solicitar trofeos se trata.
De hecho alguno que otro salió a la muerte de un par de toros y hubo quien se lo tomó como ofensa.
Otro apunte tiene que ver con las inevitables voces en el transcurso de la lidia , que tanto condicionan lo que en ella sucede y la receptividad del público ( esa inmensa mayoría que – decíamos- no tiene pajolera idea y se atreve al aplauso. Entre estas voces desaprobatorias una que me parece hiriente en grado sumo con el torero que, mejor o peor( esto segundo, siempre para el que la chilla): ¡se te ha ido el toro! y los vecinos de localidad asienten y aplauden la sagaz ocurrencia.
Más. Calerito, un fino torero sevillano, confirmaba alternativa y lo hizo no solo con dignidad sino dejando retazos de personalidad y gusto. Pero como si nada, ambiente gélido es poco.
A David de Miranda le tocó el toro de mayores posibilidades de la muy seria y – vamos a llamar- dificultosa por diversos matices corrida de Arauz de Robles. Ningún pero en cuanto a actitud y deseos , con muletazos en que hubo conjunción toro- torero y otros en que tal cosa no se dio. Pero también con las «circunstancias ambientales’ jugando a la contra.
Y a la contra jugó la invalidez del primero de Curro Díaz manifestada ya en si primer encuentro con el piquero , tras un primoroso recibo capotero del torero de Linares. El usía se llamó andana ante las protestas- justificadas- y ya no hubo caso.
Pero si lo hubo, para más del que se le hizo, en el cuarto. Muy asentado Curro en las verónicas y construyendo una faena en la que cada cite era una apuesta, ganada a base de poder y colocación. La estocada en lo alto y entrando en rectitud le valió para saludar una tímida ovación mientras los guardianes de las esencias estaban a sus cuitas.
Acabada la corrida, la mayoría volvió a sus asuntos con el gesto mustio; otros, tan ufanos por su vigilante desempeño y el exiliado taurino a su tren de regreso a la ciudad sin toros.
Con indisimulada envidia a quienes, en pocos días ya, vivirán, gozarán, sufrirán, treinta tardes seguidas de toros, una maravillosa maratón taurina. Y, pese a todo , bienvenidas sean las discrepancias, mejor que las adhesiones inquebrantables.