JAVIER
FERNÁNDEZ-CABALLERO
Está
acostumbrado el sistema taurómaco a ser desagradecido con el que no molesta y,
por momentos, tampoco congratular al que le facilita su existencia. Un poco
parecido al trato que la vida de calle lleva a cabo, pero más agudo si cabe por
lo reducido de los estamentos taurinos. Pero, a un día de la finalización de
San Isidro, es de oda la actitud del nuevo presidente, Jesús María Gómez
Martín.
Normalmente
la actitud presidencial en Madrid ha sido motivo de crítica o alabanza, sorna o
incluso desacato en unas últimas temporadas en las que el protagonismo del
palco ha sido la nota que desagradablemente ha salido en los titulares. Algo
que, como ahora, también debería salir cuando pasa inadvertida o acierta en
decisiones valientes, caso de Gómez. Es, pues, de bien nacido ser agradecido y
lo que un nuevo presidente ha sembrado este San Isidro es de loa por parte de
profesionales y aficionados.
Con cara
y espíritu joven, supo y quiso lo que en cada momento exigía la plaza de Madrid
reglamento en mano además de pasar a la historia por tener la gallardía de
romper los esquemas de la última década y sacar el pañuelo rojo. Fue éste signo
y seña de que, más allá del manso que despreciaba el peto, lo que allí estaba
ocurriendo no era lógica ganadera. Y solventó la situación y las pelotas de
unos toreros que anduvieron más que dignos con los cárdenos.
Jesús
María Gómez Martín se sentó por primera vez en el palco en el mes de abril
después de haber estado hace no muchos años durante algunas temporadas como
delegado en el callejón. Si el toreo del siglo XXI necesita de jóvenes que
saquen los dientes por y para su profesión, también los necesita en los palcos.
El venido a menos conjunto presidencial de
Las Ventas tiene la esperanza del cambio generacional en su frente, y debe ser
también éste motivo de lucha para que el toreo no decrezca en este campo.
Enhorabuena, presidente. Un placer tenerlo pañuelo en mano.
FOTO: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO