MARCO A. HIERRO
Pensar que la utilización de una puya más adecuada para una corrida concurso -como parece que quiere Morante que ocurra en Jerez- es aportar argumentos a los antis que quieren acabar con la tauromaquia es poco menos que responsabilizar a los hermanos Wright de los atentados de las Torres Gemelas de Nueva York.
La evolución raras veces tiene que ver con el poderoso alcance de la depravación humana, pero ésta siempre termina encontrando argumentos para usar esa evolución en su beneficio. Es inevitable. Tanto como lo es un profundo análisis del espectáculo para adecuar sus aspectos fundamentales a los nuevos tiempos y a las nuevas circunstancias. Incluido el tercio de varas, porque donde aquí se pone el foco en la ineludible sangre, a mí me gustaría ponerlo en la efectividad. Y así se realizaría, además, una criba natural entre los picadores, lo que iría en beneficio de la calidad del espectáculo.
Utilizar puyas más pequeñas o al menos con menor poder incisivo en el lomo del toro no me parece mal. Pero no porque se le den o no argumentos a los contrarios a la tauromaquia, sino porque implicaría una evolución en el tercio -tan demandado por los más puristas de la integridad del espectáculo- y, por tanto, una mayor importancia de éste durante la lidia.
Con una puya menos poderosa habría más posibilidades de salir del monopuyazo existente en todos los cosos que no sean de primera categoría. El toro de hoy, pese a ser el más evolucionado de cuantos han saltado al ruedo en la historia, soporta un nivel de exigencia desconocido hasta hoy y que se presume menor que el de mañana, porque en eso consiste la evolución. No se trata de hacer al toro (aún) más bravo para que soporte esa exigencia. El toro que sale hoy es ya el más bravo de la historia. Pero el de antes no tenía que embestir después 60 veces con la máxima entrega en la muleta, también en el momento del toreo en que -quizá- sea máxima la exigencia de los toreros. Si incrementamos el nivel, tendremos que adecuar las circunstancias.
Tal como lo hicieron los que gobernaban la tauromaquia cuando alboreaban los años 30, cuando un peto convenientemente dispuesto evitó dos cosas: el espectáculo sangriento de los caballos diseminados por el ruedo y cubiertos con una lona mientras se producían las faenas de muleta, y el estancamiento del tercio de varas. Con el peto ya podía ponerse a los toros largos al caballo, ya podía administrarse el castigo, no sólo pensar en que el bicho no te desmonte. Pero sobre todo, un espectáculo desagradable pasó a ser un tercio de belleza global. Se llama evolución.
Por eso la utilización de herramientas evolucionadas para el toreo -como en su momento aparecieron las banderillas retráctiles- no me parecen mal. Y más en una corrida concurso, donde en la actualidad todo parece dispuesto para ver -con suerte- un tercio de varas con un aburrimiento mortecino detrás, debido al excesivo castigo que sufre un toro que acude más de dos veces al caballo de picar. Que salgan toros con poder al ruedo, por favor, pero hagamos lo posible porque éste se mantenga en todos los tercios.