El 8 de octubre de 2001, Feria de Otoño, toreaban en Las Ventas Luis Francisco Esplá, Rivera Ordóñez (entonces aún no Paquirri) y Eugenio de Mora.
Pocas horas antes del inicio de la corrida las tropas de los Estados Unidos junto a sus aliados europeos de la OTAN, España en ellos, invadían Afganistán para derrocar al Régimen de los talibanes, iniciándose así una guerra que duraría 7262 días. Ahora, por cierto, los talibanes han vuelto a tomar el poder.
En su crónica de la corrida y bajo el título “ Un símbolo del pundonor y la torería”, el inolvidado maestro Joaquín Vidal y en referencia a Esplá (que saldría a hombros por la Puerta Grande entre gritos de ¡torero! ¡torero! ) escribía: “ Cuando aparece un torero con torería auténtica todo adquiere otra dimensión, la plaza se traslada a un lugar ignoto del cosmos. Fuera habrá trafico ruidoso, ajetreo ciudadano o vendrá la guerra (mientras Esplá ceñía los derechazos es justo lo que venía: la guerra) mas el coso se cierra en sí mismo y vive los momentos que le son propios, unas veces de gloria, otras de tragedia”.
Hoy, 24 de febrero de 2022, no hay toros en ninguna plaza del planeta taurino, pero ha vuelto a estallar una guerra, esta vez en Ucrania. Una guerra añadida a otras muchas, vigentes, latentes, ocultas…que tienen que ver con las armas, la salud, la pobreza, el hambre, las desigualdades eternas en la historia de la humanidad.
Pero, volviendo a Vidal y aquella tarde venteña, el milagro del toreo es capaz, en su efímero relámpago de, por un instante que luego es eterno en nuestra memoria, hacernos olvidar lo mundano.
Y si de lo mundano hablamos, aunque de toros se trate, ayer se presentaron los carteles de Sevilla, de abril a septiembre, de Resurrección a San Miguel. Y no ha habido “guerra” pues, con matices -ausencias, presencias- han merecido buena nota de prensa y afición.
La “guerra” de verdad se librará en el albero maestrante, como antes sucederá en Olivenza, Castellón o Valencia, también en otras plazas que no por menores dejan de anunciar carteles de postín. Y llegará Madrid, que empieza fuerte con Emilio de Justo en solitario el Domingo de Ramos. Seguirán- crucemos los dedos mientras miramos de reojo el acecho de esas “nuevas variantes” del virus que los expertos se empeñan en anunciar como irremediables (otra guerra esa, por cierto)- la ferias del verano, del Mediterráneo al Norte (Donosti y Bilbao esperan), pasando por Castilla o Extremadura, para desembocar en el septiembre de las cosechas y las fiestas en torno a ellas (Valladolid, Salamanca, Logroño, Murcia…), otoño en Madrid , San Miguel sevillano y llegar al Pilar zaragozano y San Lucas en Jaén.
Ni las guerras de despachos o las guerrillas tuiteras deben despistarnos de la amenaza real que suponen tanto las derivadas de la crisis de dos años pandémicos como la de los poderes político y sus huestes mediáticas, siempre atentos a clavar su afilado pico carroñero al menor síntoma de debilidad de la presa, como Catalunya en su momento y después en otros territorios.
Las empresas se afanan en hacer equilibrios entre sus legítimos intereses y un mercado inestable; los ganaderos resisten- no todos- pero a dos o tres años vista se divisan negros nubarrones; los toreros, en especial aquellos que en 2021 echaron la pata lante, se adaptaron económicamente a las circunstancias e incluso llevaron al toreo a un esplendor artístico que alumbra todas las ilusiones. Y los aficionados, entre al ansia por regresar a las plazas y la mirada. de soslayo a una economía maltrecha.
Ha estallado una guerra real, con tanques, bombas y muertos, que ojalá apague pronto la negociación y la cordura. La “guerra” del toreo es otra y muchos son sus frentes, pero en ella el triunfo final- acechante siempre la tragedia- es el de la entrega, la emoción, la belleza, el arte. El triunfo de la vida.
Por cierto, ahora y siempre ¡No a la Guerra!