En la FIT cabe un nombre con talento como es el
de José Garrido,
a pesar de que todo apunta a que no estará en Valencia y de que lo de Olivenza
ya es un hecho. Peor empezaron leyendas que
felizmente concluyeron, por eso tengo la esperanza de que el tiempo los
terminará uniendo. Los despachos, también.
Son dos
historias de juventud madura: la de una empresa que ahora amanece con la solera
de portar sobre sus espaldas toda una vida entregada al toreo y la de un
corazón jovial que, como poco, tiene el preciado diamante en su expediente de
haber enamorado a Sevilla. Vidas casi paralelas y timones en los que, aunque
conducidos por dispares conceptos, confluye la perspicacia de saberse
importantes para la Fiesta.
Lo son,
y como son cruciales para un futuro sólo para ingenuos (evítese así lo de
«futuro negro»), José Garrido y la FIT merecen congeniar por el bien
de todos. Enamora un natural del
extremeño en el que hunde sus zapatillas sobre el albero maestrante a la par
que seduce un Coliseo nimeño tan repleto que no quepa un alma. Y como
seduce, y enamoran, y contagian su ímpetu por conseguir los sueños que se han
propuesto, la FIT acabará tragando las exigencias de Garrido y Garrido acabará
aceptando lo que la Fusión le ofrezca. Porque son importantes y su unión es
clave para la Unión.
Ahora que Olivenza y Valencia han sido dos
baches salvables, es Sevilla la que espera la gracia efímera del pacense. ¿Y en Resurrección? Se cumplen
este año tres décadas de aquella alternativa de Lucio Sandín en el Baratillo de
manos de Rafael de Paula. Reaparecía el calé aquella tarde dando una vuelta al
ruedo, pero lo tremendo de aquel Domingo
fue el cambio horario obligado que debió hacer el partido coincidente en
horario entre el Sevilla F.C. y el Barcelona por la expectación que causó la
reaparición del jerezano… ¡Aquella alternativa sí que tuvo talento!
Que
Garrido cabe en la FIT. Tranquilos, porque ambos
tienen futuro (si la mentira no rompe la esperanza en éste). Sólo es cuestión de tiempo. Por lo
pronto, Sevilla está a puntito de caramelo. Y, recuerden, él nunca habló de
Valencia: cuando Garrido habló de sueños, habló del Guadalquivir…