Era fácil buscar nuevos pagos más fértiles y felices cuando las noticias que salían entre las batas verdes y blancas auguraban un futuro muy gris a su torero. Era sencillo taurinear como se lleva en este mundo y abandonar el árbol cuando se convertía en ciprés. Era, además, lo que esperaba un mundo que se viste de solidaridad tantas veces al año que a veces se le olvida que hay gente con corazón.
Hoy se iba David Mora en parihuelas por una puerta distinta que la última vez que pisó este coso. Hoy renacía en el Olimpo entre lágrimas de emoción y un hartón de torear lo que no había podido en dos años. Todo eso lo contemplaba Antonio Tejero desde su barrera de sombra, a la sombra de su ciprés. Porque es tan suyo que ya no se sabe dónde empieza uno y acaba el otro, pero sabe Antonio que el del Calvario no fue él. A pesar de que lo sintiera como suyo, a pesar de que lo sufriera como si fuera su pierna la que no se podía mover como antes. Sabe Antonio guardar la sombra tanto como conoce su labor en este tiempo.
No se vio su cara cuando volaba David sobre el amor de Madrid, pero sí cuando rompió a llorar tras la ovación inicial. Se acordaba David de tantos y tantos ratos de necesitar una voz amiga… Y la voz volvió a llegar, con un susurro de tío grande que recompuso su espíritu. A penas una hora más tarde David confirmaba en el ruedo que viene para no volver a irse.
Dos años pasó Antonio diciendo que no y que no. Dos años junto a David, porque David lo necesitaba. Dos años a la sombra de una incertidumbre amarga que hoy veían su recompensa sin que saliese su llanto en televisión. Un tío de los que ya no quedan, el que apodera a David Mora. Y que merece mi admiración.