Así es la vida: la sonrisa con la que la mujer de más de 80 años, con una enfermedad terminal, atiende al micrófono de la televisión nacional, y le responde que este es su sitio, junto a sus hijos, a pesar de poder estar «como una reina» en el salón de su hermano.
Esa es España: la que madruga, la que no mira atrás, la que es apaleada y sigue adelante, la que resucita cada amanecer y olvida todo lo malo que el día anterior ha sufrido para seguir dando razones a la vida. La que olvida las ineptitudes políticas que podrían haber evitado parte de la tragedia y mira al mañana con ojos de esperanza.
La vida es la plaza de toros improvisada que un puñado de niños han hecho en una de las calles afectadas por la DANA en Valencia. Hasta con su burladero. Y han decidido jugar al toro como luz en medio de las tinieblas, como respuesta a la tragedia.
Y aunque el toreo tiene un problema de credibilidad que no se resuelve desde los parámetros habituales que proclaman su grandeza, su historia o su impacto cultural sino liberándose de los abrazos de oso de esos que solo buscan rédito electoral.