Joaquín Vidal, recordado escritor -crítico, qué palabra tan fea, Curro Romero díxit- de quien precisamente hoy se cumplen 20 años de su muerte, tituló «El toreo es grandeza» un libro maravilloso, un tratado de tauromaquia con toques costumbristas y docto conocimiento. Un grandeza, la del toreo, que parte del desafío de la inteligencia humana frente a la fuerza del animal, el toro. Desafío de vida y muerte, de gloria y tragedia.
Una grandeza que Las Ventas vivió sobrecogida en el primer toro del solo de Emilio de Justo ante 6 toros y consigo mismo. Con su destino. Años de lucha y sinsabores, forja de un torero que ya es, por derecho propio, necesario y reconocido. Y una apuesta que se frustró de inicio.
El toro de Pallarés que abría plaza tuvo virtudes y defectos propios de su encaste santacolomeño. Aquellas, la virtudes, las aprovechó el torero extremeño toreando a la verónica con enjundia y en un inicio de faena, apenas culminado el brindis al cielo y en los medios, con dos tandas de naturales vibrantes. Casta del toro, firmeza del torero, que siguió en los muletazos en redondo. Los otros, los defectos, se manifestaron a partir de ahí, desentendido el de Pallarés de la muleta de Emilio, quien, aún así, le robó tres muletazos por bajo a favor de querencia.
Entró a matar en rectitud y el toro no atendió al toque que vaciaba el embroque. Colgado del pitón, cayó el torero a plomo y frontalmente sobre la arena. Hizo por él el toro pero pudo zafarse y, ya en pie y trastabillante, libró un último arreón gracias al capote salvador del José Chacón. Blanco, conmocionado, dolorido, sentado en el estribo y al tiempo que el toro doblaba, Emilio de Justo hizo por volver, pero no. En brazos de la cuadrilla pasó a la enfermería y de allí al centro hospitalario, lesión cervical de pronóstico grave.
Pero sí, el toreo es grandeza y el héroe caído no estaba solo. Otros héroes, de oro, plata y a caballo, tantas tardes ignorados, estaban allí para demostrarlo. El primero, Álvaro de la Calle, en su cometido como primer sobresaliente, que se hizo cargo de la lidia de los 5 toros restantes. Más de veinte años de alternativa contemplan al salmantino, la mayoría de ellos en ese cometido. Y si, en el segundo, de Domingo Hernández, y en el tercero, de Victorino, afloraron los nervios, la responsabilidad y el escaso bagaje de tantos paseillos sin luego poder dar un sólo capotazo.
En el cuarto, de Victoriano del Río, estuvo más que digno y mereció una oreja que el público pidió y el usía, que debutaba en el palco, quiso marcar territorio y se guardó el pañuelo blanco. No así con el azul, de incontestable justicia para la vuelta al ruedo póstuma al toro.»Duplicado « era el nombre del de Victoriano y ojalá esté duplicada, multiplicada, su bravura en una divisa que ya de por sí es sinónimo de ella, como- sin ir más lejos- atestiguan ejemplos como «Beato» o «Dalia» en este mismo ruedo.
Bravura demostrada en un tercio de varas mayúsculo, tres puyazos como tres soles de Óscar Bernal, el toro embistiendo de lejos, la cara abajo en el peto. El espectáculo de la bravura, que siguió en banderillas con Andrés Revuelta, Jesús Arruga y una lidia primorosa de José Chacón.
Llegados a la muleta, embestidas con la emoción de la casta, la belleza de la entrega y un torero que, por momentos, supo canalizarlas con una templanza merecedora de elogio. No se podía pedir más, dadas la circunstancias. Transcurrió lo que quedaba de corrida mientras transcendían preocupantes noticias médicas de las lesiones de Emilio de Justo.
La vida sigue, el toreo sigue. Su dureza es también su grandeza. Las Ventas lo vivió. Y supo reconocerlo.