La del domingo no ha sido una tarde más. Ha sido una página dorada en el libro del toreo. Lo vivido en la Corrida de la Beneficencia en Las Ventas ha trascendido el hecho artístico para convertirse en un acontecimiento cultural, social y, por qué no decirlo, casi espiritual. Morante de la Puebla ha saldado su cuenta pendiente con Madrid. Y lo ha hecho a lo grande, como mandan los cánones de los elegidos, saliendo por la Puerta Grande en una de esas tardes que no se olvidan ni se repiten fácilmente.
Cuando los aficionados rompieron a gritar su nombre ”¡José Antonio Morante de la Puebla!” no estaban solo aclamando a un torero. Estaban reconociendo al artista, al símbolo, al hombre que lleva sobre sus espaldas la cruz y la gloria del toreo clásico. Morante no solo toreó con arte, toreó con la verdad que conmueve, con la hondura que desnuda el alma del aficionado. Y Madrid, manteniendo su exigencia, respondió con fervor, con lágrimas, con pasión.
Las calles se llenaron como en las grandes gestas. El pueblo taurino ese que muchos dicen que está dormido o desaparecido salió a la calle como en los tiempos heroicos, siguiendo al torero hasta su hotel, como si se tratara de un general victorioso. Y allí, en ese balcón histórico, Morante volvió a estar a la altura del mito, sereno, agradecido y emocionado.
Hoy se ha demostrado que la tauromaquia no está en retirada, sino que sigue latiendo con fuerza en el corazón de quienes la entienden como lo que es, una expresión cultural, una herencia artística, una liturgia compartida. Morante ha reconectado el rito con el pueblo, el arte con la emoción, la tradición con la actualidad. Y lo ha hecho sin aspavientos, sin discursos vacíos, con la sola elocuencia de su capote y su muleta.
La corrida de la Beneficencia ha sido, esta vez sí, una corrida para la historia. Fernando Adrián y Borja Jiménez también han estado a la altura, pero la figura central ha sido Morante. No solo por lo que ha hecho, sino por lo que ha despertado. Porque no es lo mismo salir a hombros que salir con el alma del público en volandas.
El toreo vive de tardes como esta. De figuras que, como Morante, no se conforman con sobrevivir al sistema, sino que lo desafían con arte, con estilo, con personalidad. Hoy, Madrid ha aclamado a su torero. Y, en cierto modo, ha aclamado también a la tauromaquia entera. Ha dicho con fuerza que sigue viva, que sigue siendo necesaria, que sigue teniendo sentido.
Gracias, Morante, por recordarnos que el toreo, cuando es verdad, cuando es arte, cuando es entrega, no necesita defensa: se defiende solo.